El frente de Estados Unidos en la lucha contra el cambio climático es la ciudad de Miami. Un paisaje tropical de playas y palmeras, yates, rascacielos; una mezcla sincrética de pueblos caribeños, y un condado, Miami-Dade, que concentra el 26% de las viviendas estadounidenses amenzadas por el aumento del nivel del mar. Un peligro que no solo reside en el futuro y en las proyecciones de los científicos, sino que es palpable ya para muchos de sus habitantes.
Lo que antes sucedía una vez cada siglo, las grandes inundaciones, ahora puede suceder cada pocos años. Así lo dice un informe del think tank independiente Resources for the Future; según sus cálculos, unas 300.000 viviendas, 4.000 kilómetros de carreteras, 30 escuelas y cuatro hospitales de Miami serían vulnerables a estos fenómenos tropicales. “El número de gente que notará directamente los impactos climáticos en sus vidas es muy, muy significativo”, dijo Daniel Raimi, investigador del think tank y profesor de la Universidad de Michigan, a la revista Scientific American. “Y apunta a por qué las políticas públicas son necesarias ahora mismo para empezar a reducir los riesgos”.
Las predicciones que manejan los autores del estudio apuntan a que el nivel del mar puede subir entre 20 y 30 centímetros para 2040, lo que pondría sobre ascuas a medio millón de habitantes de la ciudad y se llevaría casi 150.000 millónes de dólares en propiedades inmobiliarias. Algunos de los puntos más turísticos de la zona, como Everglades, Miami Beach o Byscaine National Park, pueden quedar sumergidos este siglo. Un daño económico extra a un estado que recibió en 2019 más de 130 millones de visitantes.
Las inundaciones suelen ir ligadas a las tormentas tropicales y los huracanes, que este año han tenido su periodo más activo y han agotado la listas de nombres disponibles. Pero a veces no tiene ni que llover. Las casas del vecindario de Shorecrest, en el norte de Miami, se inundan a veces cuando hay luna llena. El suelo es de piedra caliza porosa, de manera que contiene pequeños depósitos de agua. Los días en los que sube mucho la marea, el alcantarillado se desborda y las calles se inundan hasta dos o tres palmos. En las casas el agua aparece por el desagüe de la ducha, mezclada con deshechos y cualquier otra cosa que aparezcda por el camino. Según los vecinos, entrevistados en Business Insider, a esto se le llama sunny day flood: “inundación de un día soleado”. La parte positiva es que solo tienen que mirar el calendario lunar para prepararse.
El hecho de que el suelo está lleno de agujeros también afecta al ecosistema local. Si el agua salada penetra aún más en los suelos de Miami, las palmeras, que dotan de sombra el caluroso paisaje de la ciudad, podrían desaparecer, y la salinidad ya está inutilizando algunos depósitos de agua potable.
Estas condiciones hacen de Miami la ciudad a la que miran los climatólogos y quienes estudian los efectos del calentamiento global en las ciudades. Una primera línea de batalla contra el aumento del nivel del mar. Lo que suceda allí en las próximas décadas puede señalar el camino a otras ciudades en situación parecida, como Nueva Orleans, Houston, Nueva York, Charleston o Atlantic City.


Si el país observa a la ciudad de Miami, la ciudad de Miami observa a su barrio de Miami Beach. Cada vez hay más estaciones de bombeo en este vecindario de casi 100.000 habitantes: estructuras de metal que bombean el agua del suelo y la devuelven a la bahía. Las autoridades se han gastado 400 millones de dólares en reforzar los muros frente al mar, elevar las carreteras y colocar válvulas en las tuberías; las leyes de suelo también se están adaptando para tener en cuenta las expectativas de problemas, de manera que las nuevas viviendas se construyan en territorios más seguros.
El Cuerpo de Ingenieros del Ejército ha propuesto un plan de 4.600 millones de dólares para proteger la ciudad de estos fenómenos naturales, que castigan con cada vez más frecuencia en primavera y el otoño. El proyecto incluye elevar algunas estructuras y preparar sus suelos, reforzar las barreras marítimas, colocar más estaciones de bombeo y regenerar la vegetación local para ayudar a contener las aguas; por ejemplo, mediante la plantación de manglares.
La situación de Miami tiene también una lectura político-social. Como apunta Mario Alejandro Ariza, autor del libro Disposable City: Miami’s Future on the Shores of Climate Catastrophe (“Ciudad Deshechable: el futuro de Miami en las orillas de la catástrofe climática”), el nivel de desigualdad de Miami es comparable al de Colombia o al de Paraguay. La ciudad más grande de Florida tiene 35 milmillonarios, pero casi uno de cada cinco habitantes vive bajo el umbral de la pobreza y un 40% lo hace en la precariedad, sin apenas ahorros y en ocasiones ganando un salario mínimo de 8,65 dólares la hora. También hay un elemento racial: el hogar blanco mediano gana 107.000 dólares anuales; casi cinco veces más que el hogar mediano cubanoamericano.
Dado que las personas más humildes viven en barrios alejados de la lujosa primera línea de playa, ahora sus terrenos, dice Ariza, son objeto de deseo de los constructores. El vecindario de Little Haiti, por ejemplo, está habitado por una mayoría afrocaribeña de clase trabajadora. Pero está a más de tres metros por encima del nivel del mar, lo cual hace el sitio un terreno apetecible. El interés de los inversores y constructores, que planean levantar allí el Magic City Innovation District, puede acabar expulsado a sus habitantes mediante la gentrificación, con la subida agresiva de los alquileres y del coste de la vida. Varios vecinos ya han salido a protestar contra este y otros proyectos.
El autor considera exacerbado el peso del sector inmobiliario en Florida, su proporción de la economía y sus abundantes conexiones políticas, y dice que no hay demasiados incentivos para que los constructores y los propietarios con dinero se preocupen del cambio climático. Es un mercado que sigue siendo boyante para la “élite internacional”. “Para ellos, el sector inmobiliario de Miami funciona más como un mercado de las materias primas que como un mercado de la vivienda”, escribe Ariza. “Un lugar para que la gente aparque su riqueza, a veces obtenida de forma ilícita”.
Los apartamentos, como sucede en algunos barrios de Manhattan, funcionan como una cuenta bancaria en Suiza. Un lugar que los ricos extranjeros utilizan para mantener a salvo los dólares e incluso revalorizarlos. Como consecuencia, ya que sus dueños no viven allí, la mitad de los apartamentos de Miami están vacíos. Y sus propietarios tampoco tienen por qué preocuparse de los efectos climáticos. El Seguro Nacional de Seguros por Inundación (NFIP, por sus siglas en inglés) ofrece tarifas asequibles para las construcciones en primera línea de costa.


Al haber crecido la ciudad, también lo ha hecho el riesgo. Desde 1992, cuando el Huracán Andrew asoló una parte de Miami, causando 500 millones de dólares en daños, vivía allí un millón de personas menos que en la actualidad. Muchos de esos territorios han sido, en estos 30 años, cubiertos de construcciones y apartamentos de lujo. Hay más gente y propiedades expuestas.
Mejorar las infraestructuras para defender las zonas sensibles tiene, además de un coste económico, un precio estético. La barrera propuesta por el Cuerpo de Ingenieros para detener las inundaciones podría llegar a medir 11 metros de alto, lo cual taparía buena parte de las portentosas vistas marinas de la ciudad.
Un estudio de la Administración Nacional Atmosférica y Oceánica alerta de que el cambio climático está reforzando la intensidad de los huracanes. Para presenciar sus efectos sobre las grandes ciudades, así como las medidas de contención que van pergeñando sus políticos, científicos e ingenieros, y la actitud de los constructores y de los habitantes, hay que mirar a Miami: una ciudad que ya ha hecho de los huracanes parte de su idiosincrasia. Ese es el nombre, Hurricanes, de su equipo universitario de fútbol americano.
