Tras varios años siendo el iceberg más grande del mundo, la historia del A-68 llega a su fin tras la decisión del USNIC de dejar de rastrear sus “diminutos” fragmentos que ya no pueden detectar los satélites



Un coloso de hielo del tamaño de Cantabria emergió de la península Antártica en el 2017, despertando la curiosidad de los científicos que al poco tiempo supieron que estaban delante de unos de los icebergs más grandes registrados por sus satélites. A aquella masa de hielo fue bautizada como el A-68.
Sin embargo, su verdadera fama no llegó hasta el 2019 cuando después de dos años sin despegarse de la Antártida, las corrientes marinas le empezaron a arrastrar mar adentro. Para algunos, este desplazamiento se consideró como su sentencia de muerte, aunque lo que no supieron es que la gran masa de hielo pudo hacer frente al oleaje y traspasar una línea roja que pocos icebergs habían superado.


Este otoño, el iceberg se dirigió hacia la islas de Georgia del Sur, una joya biológica del planeta que acoge la mayor colonia de pingüino rey del mundo, aunque, eso sí, habiendo perdido un quinto de su tamaño original. No obstante, eso no importaba a los expertos que pronto anunciaron que, igualmente, podría encallar en la isla y su tamaño dañar por completo ese ecosistema único.
Entre otras cosas, su presencia podría bloquear las zonas de alimentación, obligando a los pingüinos, por ejemplo, a viajar más lejos para obtener un alimento vital, sobre todo, para las crías que los esperan. “Muchas de ellas podrían morir de hambre”, dijo a la BBC el profesor Geraint Tarling del British Antarctic Survey (BAS).
Por suerte, las corrientes extremadamente fuertes alrededor de Georgia del Sur finalmente acudieron al rescate de la isla para desviar el iceberg de una colisión costera catastrófica. Eso sí, sentenciando al coloso de hielo de 3.700 kilómetros cuadrados que en aquel momento no paraba de desquebrajarse en fragmentos muchos más pequeños.
En aquel instante, cedió el testigo al A-23A como el iceberg más grande del mundo, con unos 4.000 kilómetros cuadrados. Poco a poco, el A-68 se fue desvaneciendo hasta convertirse en un témpano de hielo de poco más de 60 kilómetros de largo y 20 km de ancho.


En febrero del 2021, y tras seguir de cerca sus últimos momentos, el Centro Nacional del Hielo de los Estados Unidos (USNIC, por sus siglas en ingles), confirmó lo que todo el mundo ya sabía: la muerte del coloso.
En aquel mes, la constante ruptura de los hijos del A-68 en fragmentos cada vez más pequeños llevaron obligaron a doblar los esfuerzos por rastrearlos hasta el punto de convertirse en partes tan pequeñas que ahora, en abril, el centro ha decidido dejar de rastrearlos por la incapacidad de los satélites por detectarlos en el agua, poniendo así punto final a su vida llena de altibajos.
Más adelante, los datos recopilados por una expedición del British Antarctic Survey (BAS) sobre la salinidad, la temperatura y la clorofila del agua de mar ayudarán a comprender el impacto del agua dulce extremadamente fría del derretimiento del hielo en una región del océano que alberga colonias de pingüinos, focas y ballenas.
