Los científicos de la NOAA han registrado durante las primeras semanas de la temporada de huracanes seis tormentas con nombre. Esta es la prueba de cómo las condiciones climáticas de este año están gestando una compleja y activa temporada en la que existe un 60% más de posibilidades de que se originen huracanes



El Centro de Predicción Climática de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de los Estados Unidos advirtió en mayo, unas semanas antes del inicio de temporada de huracanes en el Atlántico, que este año se pronosticaba una temporada de huracanes con más actividad de lo habitual.
“Pronosticamos un rango probable de 13 a 19 tormentas con nombre (con vientos de 62 kilómetros por hora), de las cuales de seis a 10 pueden convertirse en huracanes (velocidad de viento superior a 120 km/h). De tres a seis de esos huracanes pueden tener una categoría superior a tres (vientos superiores a 178 km/h)”, relató la NOAA en un comunicado.
Según su avance, la razón de esta temporada atípica se basaba en la combinación de diversos factores climáticos que se destacó un nulo fenómeno de la Oscilación del Sur de El Niño (ENOS) que pudiera suprimir parcialmente la creación de nuevos huracanes.
En este sentido, se debe recordar cómo se origina un huracán. De acuerdo con la NOAA, los huracanes se construyen gracias a los vientos del Atlántico presentes las regiones más cercanas a los trópicos. El calor del agua, con una temperatura superior a 26 grados centígrados, unido ese aire inicia un proceso de evaporación que eleva el aire húmedo hacia zonas más altas en la atmósfera.
Este movimiento ascendente crea una región de bajas presiones en la superficie del agua que se alimentará del aire de alrededor, que posteriormente se calentará, se elevará y enfriará, creando así un potente movimiento de convencción que, si continúa, originará tormentas e, incluso huracanes.
El fenómeno de El Niño produce un viento del oeste más fuerte en los niveles superiores de la atmósfera a través del Atlántico tropical que en las temporadas en las que este fenómeno no está presente. Este aire provoca que la parte superior del movimiento de convección se desplace, suprimiendo la creación de los huracanes.
El Niño inhibe los huracanes, mientras que La Niña los motiva debido a las condiciones que acarrean
Por el contrario, este año informan que nos vamos a encontrar con el fenómeno de La Niña que, en vez de producir vientos más fuertes hacia el oeste, los debilita. Esto crea un área expandida de baja cizalladura vertical del viento, a diferencia de El Niño, permitiendo que se desarrollen más huracanes en el Atlántico.
Ahora, tras dos meses después de ese pronóstico, los científicos de la NOAA informan que ya han registrado seis tormentas con nombre que, aunque ninguna se ha convertido en huracán, están coincidiendo con los pronósticos emitidos en mayo.


“La actividad que hemos observado a principios de la temporada no tiene por qué correlacionarse con una alta temporada de huracanes. No obstante, que en estos momentos exista esta enorme actividad en creación de tormentas apunta a que esta temporada va a ser compleja y prexistente”, informa Jim Kossin, un científico atmosférico de NOAA.
Para Tim Hall, científico especializado en huracanes en el Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, esta temporada de huracanes promete ser más activa de lo normal como consecuencia de las altas temperaturas superficiales del océano que han registrado durante los dos primeros meses de la temporada (junio y julio).“Las temperaturas a principio de julio han estado cuatro grados por encima del valor óptimo para la creación de huracanes, por lo que el exceso de humedad puede sobrealimentar e impulsar los procesos de convección”, explica Tim Hall.
“Si continúa esta tendencia, es seguro que se originen más huracanes durante esta temporada porque las temperaturas del océano no varían de la noche a la mañana”, añade el experto.
El único recurso del que dispone la naturaleza para frenar esta prevista temporada de huracanes activa son las ráfagas de aire seco que provienen desde el Sáhara cargadas de polvo y que viajan miles de kilómetros hasta llegar al continente americano.
Tal y como explicó a El Ágora Natalia Prats, científica del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), las nubes de polvo pueden, por un lado, causar una inversión de temperatura que estabilicen la atmósfera y, por el otro, detener el movimiento de convección, que precisa de aire húmedo, con su aire seco.
“Tampoco hay que olvidar que la corriente de aire sahariana es un bloque de aire que se desplaza en la vertical y puede realizar un efecto de cizalladura que desacople las masas de aire que forman los huracanes”, añade Natalia.
