¿Puede la ONU frenar el calentamiento global? - EL ÁGORA DIARIO

¿Puede la ONU frenar el calentamiento global?

La celebración esta semana del debate de la Asamblea General de Naciones Unidas ha centrado toda la atención internacional en esta organización, que buscar impulsar una alianza mundial por el desarrollo sostenible que frene la emergencia climática


Nueva York está de enhorabuena. Ya es otoño. Una brisa revoltosa dispersa la pesada humedad del verano y se enreda en las copas de los árboles, que ya empiezan a cambiar de color. Hasta las feas ardillas neoyorquinas, mimetizadas con el asfalto y los cubos de basura, parecen más alegres entre las explosiones rojas y amarillas de los tilos. Pero, sobre todo, es UN Week: la semana de la cumbre anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Episodio 76.

La ciudad lo disfruta, porque le permite mover sus músculos. Un septiembre normal pueden reunirse en Nueva York casi 200 jefes de Estado y de gobierno. Salvo reinos ermitaños y estados paria, son prácticamente todos los que hay en el mundo. Esto obliga a la policía a desplegar a miles de efectivos. Hay helicópteros en el cielo y convoys de lunas tintadas en las calles. El tráfico se redirige, se cierran estaciones de metro y se recomienda a los transehúntes que eviten en lo posible el lado este de Manhattan. Estos refunfuñan, pero una chispa de orgullo se asoma a sus ojos.

Lo que hacen estas delegaciones, además de viajar con todos los gastos pagados, suele ser un misterio. Algunos líderes son austeros y no necesitan rodearse de parafernalia. Otros ocupan plantas enteras de hotel, gastan 75.000 dólares por noche y se relajan, después de un largo día de actos y encuentros en los pasillos de la ONU, en alguna sala VIP oculta en las entrañas de Madison Avenue. Sus familias, mientras tanto, aprovechan para arrasar las tiendas de la Milla de Oro.

A veces sus paseos por la Gran Manzana se ven importunados. El presidente de Brasil, el populista Jair Bolsonaro, que abrió la asamblea el martes con un discurso, tuvo que comerse una porción de pizza en la calle. El restaurante donde la compró no le permitió sentarse dentro. Bolsonaro no está vacunado.

La pandemia de coronavirus ha quitado lustre al evento. Solo han venido, esta vez, 86 líderes, acompañados por el menor número posible de ministros y ayudantes. El resto dará su discurso pregrabado. El complejo de la ONU está totalmente vedado a periodistas, ni siquiera se han dado acreditaciones, y muchos actos se celebrarán en streaming. Es una cumbre “híbrida”. Superior, con todo, a la cumbre fantasma del año pasado.

Asamblea de Naciones Unidas en la sede central de Nueva York (EEUU).

Aún así, la agenda es la agenda y las autoridades de la ONU, encabezadas por el secretario general, António Guterres, insisten en recordar a los distintos jerifaltes dónde deben de centrar su atención: en la pandemia de covid y en la lucha contra el cambio climático. Lo que la ONU llama un “multiplicador de amenazas”.

“En base al actual compromiso de los estados miembros, el mundo está en el camino catastrófico de un calentamiento de 2,7 grados, en lugar de los 1,5 grados que habíamos acordado que debía de ser el límite”, declaró Guterres esta semana. “Para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados, necesitamos recortar las emisiones un 45% para 2030, de manera que podamos alcanzar la neutralidad de carbono a mediados de siglo. En lugar de ello, los compromisos hechos hasta ahora por los países implican un aumento del 15% en las emisiones de gases de efecto invernadero”.

Guterres hacía referencia a un estudio de la ONU publicado el pasado viernes, en el que se advertía que el mundo no está ni siquiera cerca de hacer esas reducciones prometidas en París. El portugués se mostraba algo exasperado. La mayoría de los países firmantes van más que atrasados en sus promesas, y tampoco se ha llenado ese fondo climático de 100.000 millones de dólares anuales, de fuentes públicas y privadas, que debía de ayudar a los países pobres a modernizar sus modelos energéticos y reforzar sus defensas contra los efectos del cambio climático.

La prioridad verde concreta de esta cumbre, que empezó el pasado martes y se prolonga hasta el jueves 1 de octubre, es preparar el terreno para el encuentro de Glasgow de noviembre: una continuación del de París. Si se quiere limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados este año, la cumbre de Glasgow, conocida como COP26, debería actualizar los objetivos acordados en 2015. Específicamente, reducir las emisiones un 45% en 2030 con respecto a los niveles de 2010 y garantizar esos 100.000 millones de dólares anuales para los países pobres.

“A no ser que cambiemos colectivamente el curso, hay un alto riesgo de fracaso”, dijo Guterres después de una reunión preliminar el lunes. El presidente de Costa Rica, Carlos Quesada, fue más directo. Declaró que, “si los países fueran entidades privadas, todos los líderes serían despedidos, dado que no estamos en camino [de cumplir los objetivos climáticos]. Las cosas siguen igual. Es absurdo”.

Desde entonces se han producido algunos guiños. El presidente de EEUU, Joe Biden, prometió duplicar la aportación de su país al fondo climático, que pasaría a recibir 11.400 millones de dólares americanos al año. Un aumento que tiene que aprobar el Congreso. Biden, que ha creado un Consejo del Clima, nombrado dos altos cargos climáticos y que trata de que incluir inversiones verdes en su plan de infraestructuras, situó este desafío en el centro de su discurso ante la Asamblea General.

“Este año también ha traido muerte y devastación generalizadas por la crisis climática sin fronteras”, declaró Biden en su primer discurso presidencial ante la ONU. “Los acontecimientos metereológicos extremos que hemos visto en todo el mundo -y todos los sabéis y lo sentís- representa lo que el secretario general ha llamado correctamente un código rojo para la humanidad”. Luego añadió, en referencia a ese grado y medio de temperatura, que “nos estamos aproximando rápidamente a un punto de no retorno en sentido literal”.

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El presidente de EEUU, Joe Biden, durante su intervención ante la Asamblea de la ONU. | EFE/Eduardo Muñoz

El primer ministro del país que acogerá la cumbre de Glasgow, Boris Johnson, también echó una regañina filosófica a las audiencias mundiales. “Todavía nos apegamos, con partes de muestras mentes, a la creencia infantil de que el mundo se hizo para nuestra gratificación y placer”, declaró, “y combinamos este narcisismo con la asunción de nuestra propia inmortalidad”. “Amigos míos, la adolescencia de la humanidad se está acabado y debe de acabarse”.

La aportación del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, vino imbuida de la actualidad. “Llego a esta Asamblea directamente de la isla, impresionado por cómo la naturaleza, una vez más, nos recuerda la medida de nuestra fragilidad”, dijo al principio de su alocución. “Pero también de nuestra fortaleza. Gracias a la ciencia, hemos podido anticipar la respuesta”.

Las reflexiones edificantes y las promesas son moneda de cambio corriente en la ONU, que, sin embargo, tiene escasos mecanismos para garantizar que las excelsas intenciones de los líderes mundiales lleguen a puerto. Cada país es soberano y sus gobernantes suelen estar sometidos cada pocos años al veredicto del pueblo. En otras palabras, nuestras estructuras sociales, políticas y mentales, como apuntaba Peter Coy en The New York Times, no están diseñadas para sostener acciones en el largo plazo. Precisamente la actitud paciente y denodada que requiere cualquier acción contra los largos, lentos, aplastantes movimientos del clima.

La ONU trata de reforzar un poco sus instrumentos de gobernanza. El presidente de la Asamblea del año pasado, el turco Volkan Bozkir, propuso simplificar y endurecer las herramientas de la organización. Por ejemplo, ampliando el personal y los recursos del presidente de la Asamblea y reduciendo el número de actos de alto nivel de la cumbre anual. Menos objetivos, pero más atención y energía en cada uno.

Según Bozkir, la Asamblea General del la ONU era el mejor foro disponible para “movilizar la voluntad política e incubar soluciones colectivas a una crisis global”. El problema: que “las palabras siguen yendo más lejos que las acciones”.



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