“Es tiempo de que la humanidad madure”, sentenció en la Asamblea General de las Naciones Unidas a finales de septiembre el Primer Ministro británico, Boris Johnson. Faltaban entonces 40 días para el inicio de la COP26 de Glasgow y era preciso asentar su estrategia, pues el ejecutivo británico se juega mucho en la arena política en esta cumbre, en la que ejerce la presidencia.
Según multitud de analistas es esencialmente una prueba de su liderazgo global en la era post-Brexit; prueba que determinará ni más ni menos el impulso o pinchazo de una efectiva respuesta internacional contra la crisis ambiental. Aun así, el Gobierno británico no muestra señales de cautela y apuesta todo a este evento. En palabras de Johnson, se espera que la COP represente “un punto de inflexión” y su aspiración de un acuerdo transformador se resume bajo el eslogan de la Green Industrial Revolution. Sin embargo, importantes retos para los británicos en la diplomacia internacional, así como el mal ejemplo que dan algunas inconsistencias en sus propias políticas ambientales, rebajan las expectativas al mínimo, que es mantener al alcance un calentamiento global máximo de 1.5º.
Si bien el liderazgo ambiental no es un escenario nuevo para el Reino Unido, que desde hace años forma parte de la coalición internacional más ambiciosa en la materia, sus actuales relaciones con algunos de los países más contaminantes pueden suponerle una piedra en el zapato. Mientras que la UE es un firme aliado de la lucha climática, los últimos desencuentros entre ambos con motivo del Brexit y la frontera norirlandesa podrían resurgir en la COP. Asimismo, la nueva alianza militar Aukus ha enfriado las relaciones con China, cuya cooperación es imprescindible para el cumplimiento de cualquier objetivo. Este tipo de enfrentamiento internacional ha sido una tendencia del ejecutivo de Johnson, pero en cuestiones medioambientales es una estrategia arriesgada que ya ha pasado factura con la ausencia prevista de importantes líderes.
En el punto de mira también está el ministro elegido para liderarla, Alok Sharma. Algunos alegan que su presencia deteriora la ya precaria mano que tienen para las negociaciones, pues previo a su nombramiento era “apenas” el Business Secretary del Gobierno -algo así como ministro de Industrias- y prácticamente un desconocido en ámbitos diplomáticos.
Otros desestiman la importancia del prestigio del negociador y valoran la dedicación que ha mostrado en los meses previos al evento. Es el caso de Gareth Redmond-King, líder del equipo para la COP26 de la Energy & Climate Intelligence Unit, una agencia independiente dedicada al impulso del debate climático y el asesoramiento. “Sharma ha cubierto las millas necesarias y ha estado reuniéndose con comisiones de países de todo el mundo, tanto de los grandes contaminantes como de aquellas naciones especialmente amenazadas. Son las citas que se tienen que tener si se quieren alcanzar grandes consensos”, asegura Redmond-King, que tiene años de experiencia trabajando para el gobierno británico y para organizaciones internacionales en materia ambiental.


Estas reuniones previas, en las que el enfoque ha sido idear nuevos mecanismos y rutas para reducir emisiones y mantener al alcance un calentamiento máximo de 1.5º, evidencian que el gobierno es consciente del reto al que se enfrenta. Esta cifra es un objetivo dictado por el Acuerdo de París, que estipula que todos los países firmantes deben comprometerse a ciertos límites de emisiones que, en conjunto, aseguren que el planeta evite un aumento de temperatura superior. Sin embargo, los compromisos actuales apenas lo limitan hasta 3º, y los grandes contaminantes como India, Rusia, Australia, Brasil o México no han dado señales de rebajar sus estimaciones.
Liderar con el ejemplo
Dadas las diversas dificultades diplomáticas del ejecutivo de Johnson, la apuesta se basa en demostrar que su propia estrategia climática lo ubica firmemente en la vanguardia de la lucha por el medio ambiente. Sin embargo, decisiones como reducir el montante de las ayudas internacionales -muchas de las cuales financian proyectos medioambientales-; el impulso a nuevos pozos petroleros en el norte de Escocia; mantener la puerta abierta a una nueva mina de carbón en el país; o un plan de construcción de carreteras, entre otras incongruencias, restan credibilidad a su compromiso.
En cualquier caso, sí es cierto el balance positivo en sus medidas climáticas ya le otorga una autoridad en la materia. Desde el 2008, antes que casi cualquier otro país desarrollado, la respuesta contra la crisis ambiental está legislada bajo el Climate Change Act, que obliga a los gobiernos del país a luchar de manera proactiva e informada al respecto.
En concreto, el mecanismo delineado por ley consiste en los Carbon Budgets (Presupuestos de Carbono): límites de emisiones descendientes establecidos en periodos de cinco años. Los primeros dos objetivos fueron superados con creces, en parte por el rotundo éxito que supuso la descarbonización de la energía eléctrica: hace cinco años el 25% de la electricidad del país se producía con carbón, ahora es apenas el 2% y, para 2023, se estima que se habrá eliminado por completo.


A pesar de estas victorias, en 2019, cuando se confirmó que el Reino Unido sería el anfitrión de esta nueva cumbre, las proyecciones indicaban que no se cumplirían los siguientes límites de emisiones quinquenales establecidos. Esto, añadido a la creciente preocupación ciudadana al respecto –un 83% de la población británica declara estar alarmada por el calentamiento global- supuso una presión aumentada por desarrollar una nueva estrategia integral. El resultado fue el compromiso de llegar a emisiones de dióxido de carbono netas iguales a cero en el año 2050, convirtiéndose en la primera gran economía en fijar legalmente un objetivo de tal ambición.
A esta declaración se sumó este verano el Ten point plan for a Green Industrial Revolution, que repasa las áreas en las que se enfocará para alcanzar el objetivo anterior. Sin embargo, la respuesta fue tibia. El Climate Change Committe, un ente público e independiente conformado a raíz del Climate Change Act para evaluar la acción del gobierno, celebró el documento por su ambición, pero señaló también que sin detalles sobre el tipo y nivel de financiación se trataba, esencialmente, de palabras vacías. Para poder ser tomado en serio, aseguró, debería estar acompañada de una hoja de ruta con mayor fundamento que habría de ser publicada antes del comienzo de la COP26.
Reconstruir en «verde»
Finalmente, la semana pasada, dicho plan fue publicado. Titulado Build Back Greener, el plan enmarca la respuesta medioambiental dentro de la reconstrucción económica tras la pandemia con medidas como el fin de las ventas de vehículos de gasolina y diesel para el 2030; 100% energía limpia para 2035; inversión en la producción de hidrógeno; un subsidio de 5.000 libras para el reemplazo de calderas de gas; o un extensivo programa de siembra de árboles, entre decenas de otras cuestiones. Sin embargo, el proyecto deja por fuera planes como la mejora de la insulación de las casas y no hay ningún compromiso para detener la explotación petrolera. Además, en ningún momento se habla de regulación en el altamente contaminante sector ganadero.
Aparte de las grandes ausencias, las principales críticas iniciales se han centrado en dos aspectos. Por un lado, en que se le asigna demasiada importancia a tecnologías que todavía no existen o no están probadas -como la energía producida a partir de hidrógeno o la captura de carbono-; y, por el otro, de nuevo, en la falta de financiación.


El documento estima que será necesaria una inyección anual de 30 mil millones, pero las arcas públicas se comprometen a aportar menos del 10%, a pesar de que eso supone apenas una fracción del gasto en defensa de cada año. Para compensar, se menciona el objetivo de asegurar 90 mil millones de aquí a 2050 del sector privado, sin embargo, esto sigue siendo una cifra insuficiente y, de todas maneras, no se explican los mecanismos con los cuales se lograría.
Pero a pesar de las críticas, lo único claro es que la del Reino Unido es la hoja de ruta para la lucha climática más ambiciosa y detallada de la historia. Eso la hace un modelo a seguir y posiciona al país donde quiere estar para las negociaciones en la COP26. Solo le quedará aclarar tantas inconsistencias, apuntar a las estrellas en la forma de su Green Industrial Revolution y esperar aterrizar, por lo menos, en un programa que proyecte un mundo con un calentamiento inferior a 1.5º.
