Por regla general los desastres naturales afectan a un área geográfica concreta. Un huracán puede llevar inundaciones y destrucción a varios países, un tsunami se adentra sobre cientos de kilómetros de costa o un terremoto puede hundir una región en segundos… pero el desastre que ha marcado 2020 ha sido global y ha cambiado la vida de todo el planeta al mismo tiempo. La pandemia de coronavirus nos ha recordado la pequeñez del ser humano ante la naturaleza y la importancia de la previsión ante eventos de esta índole.
Y es que la inacción frente a las advertencias de la ciencia de que tarde o temprano el planeta se enfrentaría a una pandemia de la escala del COVID-19 ha puesto de manifiesto la transcendencia de la gobernanza del riesgo de desastres. Y ese es precisamente el tema central de la celebración de este año del Día Mundial para la Reducción del Riesgo de Desastres, que tiene lugar cada 13 de octubre.
“La pandemia de COVID-19 y la emergencia climática nos advierten de la necesidad de una gobernanza fuerte, de implementar una visión a largo plazo, con instituciones que planifiquen, que sean competentes y empoderadas, y que actúen en función de evidencia científica a favor del bien común”, señala Mami Mizutori, Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres.
La contundencia de la pandemia en todos los sectores también ha dejado un mensaje alto y claro para la gobernanza: el riesgo es sistémico y cada vez más reverberan unos riesgos con otros, lo que crea un efecto cascada afectando el sistema en su totalidad.
La ONU advierte que en los últimos veinte años, la emergencia climática ha duplicado los eventos meteorológicos extremos. La degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad exacerban los impactos de los desastres en las poblaciones, especialmente en el caso de muchas comunidades pobres y vulnerables.
Desastres relacionados con el agua
Las actividades humanas han roto los regímenes hidrológicos y ecológicos naturales. El número de fatalidades y daños económicos causados por desastres relacionados con el agua, tales como inundaciones, sequías, derrumbes y hundimientos, se ha incrementado de forma dramática a nivel mundial, en gran parte como resultado del crecimiento de la población en zonas vulnerables a desastres relacionados con el agua.


Los fenómenos hidrometeorológicos son los que causan el mayor impacto sobre la población y la economía, según datos de Naciones Unidas. Los desastres vinculados con el clima, relacionados en buena parte con el calentamiento global, ocurridos en las últimas dos décadas dominaron el panorama y fueron el 91% de los 7.255 desastres contabilizados en total. De ellos, las inundaciones y las tormentas (categoría que incluye huracanes y ciclones) fueron los más usuales, representando el 43% y el 28% de los desastres climáticos, respectivamente.
Las pérdidas económicas directamente provocadas por desastres climáticos aumentaron un 151% en los últimos veinte años y se elevaron a 2,24 billones de dólares, según recoge un informe de la ONU.
Y no hay que olvidar que de los 15 mayores desastres naturales del pasado año, aquellos con pérdidas superiores a los 1.000 millones de dólares, 14 tienen que ver con fenómenos hidrometeorológicos. Y uno ocurrió en España: la DANA que en septiembre de 2019 barrió Levante.
Marco de Sendai
Con la celebración de este Día Mundial se recuerda a los gobiernos de todo el mundo que son necesarias estrategias nacionales y locales que tengan en cuenta no solo los hechos puntuales, como las inundaciones y las tormentas, sino también las que respondan al riesgo sistémico generado por las enfermedades zoonóticas, la crisis climática y la degradación ambiental.
Y apremia a que los países elaboren estas estrategias antes de que acabe 2020 según el compromiso que adquirieron en 2015 con la ratificación del Marco de Sendai para la Reducción de Riesgo de Desastre (2015-2030).
El Marco de Sendai, instrumento sucesor del Marco de Acción de Hyogo, se focaliza a través de siete metas en la gestión del riesgo de desastres, en vez de en la gestión de los desastres. Este cambio de paradigma prima la prevención, la gestión del riesgo y no la gestión de crisis, para evitar las muertes y los efectos económicos posteriores. El Marco urge a los países, antes de 2030, a mejorar la resiliencia de las comunidades, aumentar el conocimiento científico y la alerta temprana e incrementar la preparación de la población ante los desastres para, en definitiva, prevenir en vez de lamentar.
Siete metas mundiales de Sendai
A. Reducir la tasa de mortalidad por 100.000 habitantes a causa de desastres.
B. Reducir el número de personas afectadas por 100.000 habitantes a causa de desastres.
C. Reducir las pérdidas económicas en relación al PIB mundial
D. Reducir los daños en las infraestructuras vitales y la interrupción de los servicios básicos, aumentando la resiliencia de instalaciones sanitarias y educativas
E. Incrementar el número de países que cuentan con estrategias de reducción del riesgo de desastres a nivel nacional y local para 2020
F. Mejorar la cooperación internacional para los países en desarrollo
G. Incrementar la disponibilidad de los sistemas de alerta temprana sobre amenazas múltiples y aumentar la información sobre el riesgo de desastres trasmitida a la población.
La resiliencia es la clave
Con frecuencia se dice que «los desastres no son naturales» y es que la mayoría de las veces la naturaleza causa desastres debido a la malas prácticas que hacemos los humanos del medio que nos rodea. El urbanismo desmedido, usurpando cauces naturales del agua, y la mala planificación de los núcleos urbanos y el litoral provocan la mayoría de las inundaciones. Si podemos reducir la vulnerabilidad de las comunidades haciéndolas más resilientes y mitigando los efectos previsibles, conseguiremos que las amenazas naturales, incluidos los fenómenos meteorológicos extremos, no se conviertan en desastre.
Las soluciones de ingeniería hidráulica, desde la construcción de barreras de contención a tanques de tormenta o parques inundables, son básicas para avanzar en el camino de la prevención, sobre todo en combinación con sistemas de alerta temprana avalados por la ciencia y una adecuada información a la población.


Pero no debemos olvidar las soluciones basadas en la naturaleza. La ONU alerta de que la desaparición de manglares y de humedales o de la vegetación en las laderas se salda con la muerte de cientos de miles de personas en todo el mundo como consecuencia de inundaciones y deslizamientos de tierra.
Por ejemplo, se estima que los manglares permiten reducir la ocurrencia de inundaciones que afectarían a más de 18 millones de personas al año en todo el mundo, especialmente en Vietnam, India, Bangladesh, China y Filipinas.
Por ello, proteger los ecosistemas y restaurar los degradados son un seguro de vida para la humanidad frente a la naturaleza, que nos recuerda cada día que el planeta es suyo, y no nuestro. Porque si no la respetamos, sin duda el desastre está asegurado.
