El cambio climático triplica la caída de rayos en el Ártico

El cambio climático triplica la caída de rayos en el Ártico

El Ártico no es una región propicia para el nacimiento de tormentas eléctricas por sus temperaturas, sin embargo, un grupo de científicos ha descubierto que el número de rayos en la zona se triplicó en la última década a medida que aumentaron las temperaturas


El clima extremadamente gélido del Ártico actúa como una contundente barrera natural para disuadir a las tormentas eléctricas, que solo se atreven a entrar en este territorio en verano, cuando las condiciones climáticas permiten el nacimiento de estos fenómenos extremos.

Sin embargo, durante los últimos años, los investigadores se han percatado de que las tormentas no han parado de penetrar en el Ártico incluso en los meses más fríos, dejando constancia de su presencia a través de los rayos que nacen de sus nubes cargadas de electricidad.

Tal es así, que el Servicio Meteorológico Nacional (NWS, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos logró registrar entre el 9 y el 13 de agosto del 2019 una serie de tormentas eléctricas que descargaron un rayo a latitud 89,53 norte, es decir, a 52 kilómetros del Polo Norte geográfico.

“Se han detectado algunos eventos al norte de 85 ° N, o aproximadamente a 488 km del Polo Norte. La más prolífica de estas tormentas ocurrió en agosto de 2019, produciendo casi 50 destellos al norte de 85 ° N”, detalla el libro Guinness de los Récord, donde está recogido este relámpago inusual.

Debido a lo extraordinario del acontecimiento, un equipo de científicos decidió buscar respuestas al respecto. Para ello, los expertos utilizaron los datos de la World Wide Lightning Location Network (WWLLN) para mapear los rayos en todo el mundo desde 2010 hasta 2020.

Los rayos se han triplicado en el Ártico durante la última década

Gracias a los datos del sistema, pudieron comprobar que el número de rayos por encima de los 65 grados de latitud norte durante los meses de verano se triplicó de 2010 a 2020 en comparación con el número total de rayos en todo el mundo durante el mismo período.

En concreto, el estudio, publicado en Geophysical Research Letters, apunta que el porcentaje de los rayos aumentaron desde el 0,2% en el 2010 al 0,6% en 2020. Esto es que el número real de rayos por encima de los 65 grados norte pasó de unos 18.000 en 2010 a más de 150.000 en 2020.

Para los autores del estudio, que ese incremento tenga una correlación con el aumento de las temperaturas, que entre el 2010 y 2020 aumentaron en la zona de 0,65 a 0,95 grados Celsius por encima de la media, es un síntoma más de las consecuencias que está teniendo el cambio climático en esta zona.

Cabe destacar que el Ártico es una de las pocas zonas que se está calentando a un ritmo superior que el resto del mundo. En concreto, mientras que el planeta se calentó 1,1°C a finales de la década pasada, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el Ártico lo hizo casi en 2°C.

Este fenómeno está teniendo consecuencias desastrosas para la región, más allá de la una mayor proliferación de rayos, ya que, por ejemplo, el hielo oceánico del Ártico está desapareciendo. El año pasado, sin ir más lejos, la extensión de hielo marino en verano se situó en 3,74 millones de kilómetros cuadrados, la segunda superficie helada más reducida en los 41 años de observaciones satelitales.

El resto del mundo también está notando estas consecuencias. La desaparición del permafrost de la superficie amenaza con la liberación de enormes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero 23 veces más potente que el dióxido de carbono. A medida que se desprenda más metano, la Tierra se calentará más deprisa, fundiendo el permafrost a mayor velocidad que, a su vez, emitirá más gases de metano a la atmósfera.

La amplificación polar es otra de las grandes consecuencias del calentamiento del Ártico que hemos podido experimentar con contundencia este año. Este fenómeno ocurre cuando las diferencias de temperatura entre el norte del planeta y las altitudes más bajas desestabilizan la corriente en chorro, desplazando las gélidas temperaturas del norte hacia regiones no acostumbradas a ellas.



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