Para secuestrar carbono, nada mejor que lo que funciona naturalmente

Para secuestrar carbono, nada mejor que lo que funciona naturalmente

Para secuestrar carbono, nada mejor que lo que funciona naturalmente

Todo lo que no está sano se oxida y libera gases de efecto invernadero. Esta es una máxima que rige también para los más importantes sumideros naturales de carbono como son los océanos y las praderas de las áreas costeras. Dos proyectos pioneros de carbono azul en Andalucía inician el camino de las compensaciones voluntarias a través de la regeneración de marismas y fondos


Analía Iglesias
Puerto Real (Cádiz) | 10 diciembre, 2021


Algo tan triste como la tierra agrietada en una hondonada que un día fue río puede ser la promesa de un cambio, la ilusión de agua que fluye. La regeneración siempre es posible y este es el antídoto a la desolación que causa la desembocadura árida del río Guadalete, en la Bahía de Cádiz.  Hoy toca imaginar que el paisaje estéril vuelve a ser corriente líquida hacia el mar: el programa Life Blue Natura, que ponen en marcha la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), conjuntamente con la Junta de Andalucía, el CSIC y la Universidad de Cádiz, entre otros colaboradores, pretende que estos ecosistemas costeros puedan ofrecer sus servicios naturales y se conviertan en los mejores sumideros de carbono azul.

En un aporte sin parangón a la lucha contra el cambio climático, las praderas de posidonia y las marismas de marea –como las que bañan el Parque Natural de la Bahía de Cádiz, en el entorno del último tramo del río Guadalete– pueden secuestrar entre tres y cinco veces más de dióxido de carbono (CO2) que los bosques tropicales y mantenerlo a buen resguardo, lejos de la atmósfera, durante diez veces más tiempo. Fue esta constatación la que llevó a los investigadores de UICN a “aprender de quienes ya trabajaban en bosques terrestres para trasladar ese saber a las áreas marinas, lo que implicaba identificar  regiones potenciales, indagar en las condiciones del sitio y la extensión en que eran viables los trabajos”, nos explicaba la experta María del Mar Otero, días atrás, en la presentación de los proyectos de carbono azul en Andalucía.

El mensaje de Otero, coordinadora del programa de biodiversidad marina y economía azul del Centro de Cooperación del Mediterráneo de UICN, es claro: “Buscamos alternativas de restauración cuando sabemos que el ecosistema no se regeneraría de forma natural. Entonces rastreamos proyectos que ayudan a los ecosistemas a secuestrar carbono y producir beneficios para la biodiversidad”.

Los investigadores de UICN  se propusieron aprender de quienes ya trabajaban en bosques terrestres para trasladar ese saber a las áreas marinas.

Este proyecto piloto de compensación en marismas mareales de la Bahía de Cádiz comporta actuaciones en unas 360 hectáreas y un presupuesto de casi 350 mil euros (se calcula que, a lo largo de los próximos 50 años, podrían capturarse unas 106 mil toneladas de CO2). El otro proyecto piloto está previsto para la restauración de praderas de Posidonia en el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.

El mercado y sus leyes

Life Blue Natura es una línea de trabajo con financiación europea que promueve estos programas de carbono azul, con los que se procura aprovechar la capacidad de absorción de CO2 atmosférico de los ecosistemas marinos y costeros y proteger las reservas de carbono acumuladas durante milenios, porque su degradación podría ocasionar la liberación de más gases de efecto invernadero.

Cuantificar el carbono capturado por los ecosistemas costeros era el primer paso para adherir a alguno de los mecanismos internacionales ya previstos de compensación voluntaria de la huella de carbono por parte de las empresas, a través de trabajos de regeneración en España. Así se ha llegado, según describe Otero, al “primer standard de carbono azul para territorio europeo, que busca financiación cumpliendo con un mecanismo regulatorio conjunto con un organismo público, en este caso, la junta de Andalucía”. El standard  es un documento técnico que guía las acciones, contiene los condicionantes de procedimientos, indica con qué frecuencia se hacen mediciones de seguimiento y cómo se certifican los trabajos a lo largo del proceso.

Imagen áerea de las marismas de la Bahía de Cádiz. | Alejandro Asencio Guimeral

Los mercados de carbono  previstos por la legislación internacional otorgan el marco a estos proyectos de conservación ofertados, que facilitarán que “lo que las empresas no  puedan mitigar, entonces sí lo puedan compensar, con soluciones basadas en la naturaleza”, precisa la experta de UICN. Además, Andalucía tiene, desde 2019, su Ley de Cambio Climático y cuenta con otro instrumento como es el Sistema Andaluz de Compensación de Emisiones (SACE), por lo que el encaje de estos proyectos pioneros de regeneración resulten posibles.

Los acuerdos, en este sentido, se plasmarán en convenios que las empresas firmarán con la administración, por los que se comprometerán  a compensar sus propias emisiones con los créditos obtenidos en función de sus consecuciones. Se trata, por ahora, de créditos no comercializables ni deducibles a terceras partes.

Secuestrar carbono con sumideros acuáticos

En el encuentro con periodistas, en Cádiz, Miguel Ángel Mateo –miembro del grupo de ecología de macrófitos acuáticos del CSIC– profundizó en el concepto de sumidero de carbono, relatando las técnicas que utilizan los científicos para medir cuándo CO2 incorpora una pradera marina en un año: “Con técnicas de minería subacuática se sondea y se cuantifica el dióxido de carbono que las plantan absorben.  Para ello, se extrae una cata del suelo de las marismas, que contiene un humus hecho de raíces, rizomas, restos varios de materias orgánicas, tanto terrestres como del plancton. Estas muestras luego van al laboratorio, las rebanamos centímetro a centímetro y analizamos su contenido de carbono orgánico y lo datamos con carbono 14, para saber a qué velocidad se ha ido acumulando, a fin de facilitar la certificación. Ahora sabemos que ese material contiene entre un 30 y un 50% de carbono, que traducimos a CO2 equivalente (que corresponde al que las plantas han retirado de la atmósfera)”.

Lo que las empresas no puedan reducir, entonces sí lo podrán compensar, con soluciones basadas en la naturaleza.

Mateo sostiene que lo que hay allí acumulado representa lo que esas plantas “han venido haciendo, de forma regular, hace miles de años, pero lo que varía es la superficie que tenemos de este tipo de ecosistemas en la actualidad”. Desde mediados del siglo pasado, cuando eran algo indeseable,  “empezaron a transformarse y a disecarse para darle al suelo otros usos hasta que, en un momento, los responsables se dieron cuenta de que son entornos ricos en biodiversidad, fuente de riqueza, de belleza, de sensibilización y, más recientemente todavía, que son grandes depósitos de CO2 que queremos que sigan ahí. Si se deterioran o se transforman, corremos el riesgo de que las millones de toneladas de CO2 que llevan acumuladas durante miles de años, se reemitan a la atmósfera”.

Con más detalle: “El gran valor de las praderas y las marismas no es lo que puedan incorporar cada año, que es poco. Si tenemos una marisma muerta y seca, y plantamos salicornias y espartinas (las plantas típicas de aquí), estas van a representar muy poco, apenas lo que van a incorporar, cada año, por fotosíntesis, y almacenar en el sedimento. El gran valor es proteger lo que ya hay. Luego, hay dos mecanismos para monetizar el CO2 retenido aquí: uno es que el ecosistema vaya añadiendo CO2 ; el otro lo constituye la evitación de la liberación de carbono”, asegura el científico.

La parte buena de la mano del hombre

El de la Bahía de Cádiz es un parque de “salinas domesticadas”, en palabras del director del espacio, Rafael Martín. “Durante más de tres mil años se asentaron aquí culturas de éxito, que desarrollaron la economía salinera y esto ha sido muy importante para la humanidad. Hay, pues, unas 7.000 hectáreas de marismas roturadas por el hombre que han dado lugar a las salinas… o sea, a circuitos de agua donde el mar entra y sale. Durante esos miles de años, los fangos de esas salinas han acumulado materia orgánica, una vegetación que antes no había”, narra Martín.

Este proceso dio lugar una vegetación que luego se fue deteriorando, ya que la disponibilidad de la electricidad acabó con la economía salinera. Una vez que los frigoríficos hicieron prescindible la sal para la conservación de alimentos, se produjo el abandono total de la producción salinera, de manera que de 140 salinas que había, hoy quedan activas solamente unas cinco o seis, según el análisis del director del parque.

Salinas en la Bahía de Cádiz. | Manuel Cubero Urbano

“Con este panorama, lo que se está comprobando, salvo algún caso entre las que están muy cerca de donde se bate el mar, es que esos sistemas salineros abandonados no sanan naturalmente para generar marismas”, sino que se convierten en escombreras u otros espacios yermos, apunta. La conclusión de Martín, que coincide con la del resto de los impulsores de este proyecto es que “es preciso restaurar ese flujo ordenado al que dio lugar la mano del hombre”.

Conservar en el ambiente marino, a esta altura de la lucha contra el cambio climático, se ha convertido en sinónimo de inventariar los reservorios de carbono azul, por la salud del planeta.



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