Navidad y nieve, en Estados Unidos, siempre han sido conceptos parejos. A no ser que uno viviese en sus regiones más caldeadas, lo natural era levantarse un 25 de diciembre, ponerse un espantoso jersey de lana roja y verde, lleno de renos, copos blancos y grecas festivas, y mirar la postal gélida desde el calor del hogar. Lo dicen tanto los registros meteorológicos como las películas y canciones que han surgido de esta mágica simbiosis. La blanca Navidad, sin embargo, está en retirada. Cada vez son menos los estados de Estados Unidos que disfrutan de la nieve en diciembre.
Comparando datos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, referentes a 2.000 lugares de EEUU entre 1991 y 2020, la CNN apunta que las posibilidades de ver nevar en diciembre han descendido en un 64% del territorio del país. Si bien las nevadas en esta época, como cualquier otro fenómeno atmosférico, nunca han sido perfectamente uniformes en el último siglo, 30 años de estadísticas son suficientes para identificar un cambio en la cadencia meteorológica. Y ese cambio apunta a que cada vez nieva menos en esta época del año.
En Nueva York, por ejemplo, hubo una buena ristra de navidades blancas entre 1911 y 1920; luego, otra serie consecutiva a finales de los 40, y después varios años en la década de los 60. Pero los hiatos entre estos periodos se han ido volviendo más largos. Desde 1970 solo ha nevado cuatro veces en Navidad. Y ninguna desde el año 2009. La científica Rebecca Lindsey, citada en el estudio, dice que “las huellas dactilares espaciales del cambio climático” son “visibles” en estos datos: “consistentes con al realidad del calentamiento a largo plazo”.
Además de la tendencia de fondo, este año se pueden batir récords de calor relativos a diciembre. Grandes regiones de Estados Unidos, sobre todo en el cuadrante sureste, se van a ver atrapadas entre dos frentes cálidos. Uno se está pergeñando en el Golfo de México y el otro en Hawai, donde un río atmosférico de categoría 3 se prepara para llevar sus lluvias al oeste americano, necesitado, por otra parte, de precipitaciones que alivien su sequía.
Ni siquiera Massachussets, uno de los estados más fríos y septentrionales, llegará a tiempo de ver nevar. “No quiero ser el Grinch, pero parece que hay pocas probabilidades de una blanca Navidad”, decía al Boston Herald Torry Gaucher, meteorólogo del Servicio Nacional Metereológico de Boston. “Cuando Santa sobrevuele la zona, puede que necesite la ayuda de Rudolph porque podría haber algo de humedad asociada al frente cálido que se eleva en las horas nocturnas”. Según Judson Jones, meteorólogo de la CNN, Papá Noel seguramente “sacará sus bermudas de franjas rojas”.
Sin embargo, que nieve o no un 25 de diciembre, más allá de sus implicaciones sentimentales, no figura entre las circunstancias meteorológicas que más deberían de preocupar a los estadounidenses. Si alguien echa de menos una buena ola de frío, viento y nieve para percibir el paso de las estaciones y poder sentirse aún más cómodo al otro lado de la ventana, que no desespere. Solo tiene que esperar algunas semanas más para recibir dos tazas.
A finales de 2020, los meteorólogos vaticinaron que un vórtice polar nos golpearía en la cara a principios del año siguiente. Acertaron. Ahora predicen otro igual para comienzos de 2022. Según la consultora Climate Impact Company, no es que la ola de frío sea probable, es que es “inevitable”. Una consecuencia de los factores atmosféricos que ya perciben, en turbulentas manchas coloridas, los satélites.


El mecanismo, más o menos, es el siguiente: cuando llega el otoño, el Polo Norte comienza a recibir mucha menos luz solar y por tanto se enfría. La diferencia de temperatura, y de presión, entre el Polo y las regiones de Norteamérica y Europa, se extrema, y se produce un enorme ciclón a mucha altitud. Este ciclón está formado por vientos helados que giran a alturas estratosféricas, sobre el Polo Norte, como si fuera una gran peonza de aire gélido. Una boina protectora de las temperaturas árticas.
El problema de los últimos años es que, a medida que se calienta la atmósfera, el vórtice se afloja y esos vientos helados que contiene se desparraman hacia el sur, bajando de altura y atacando como un obús distintas áreas de Canadá, Estados Unidos y Europa.
A finales de enero de 2019, la ciudad de Chicago marcó temperaturas más bajas, en aquel momento, que en la Antártida: 40 grados centígrados bajo cero. Hacía tanto frío que las autoridades pidieron a los residentes que no saliesen a la calle. Los albergues de personas sin hogar se llenaron y 142 dependencias públicas se transformaron en “centros de calentamiento”. No hubo escuela durante días y los rompehielos trabajaron a tiempo completo en el río petrificado, abriendo vías de comunicación y dejando claro que no se debía caminar sobre él.
Dos años después, la orgullosa Texas recibía un baño de realidad. La Meca energética de Estados Unidos no tuvo petróleo suficiente para evitar el “apocalipsis” de enero y febrero, cuando nueve millones de personas se quedaron sin luz, colas kilométricas se formaron frente a las gasolineras y las autoridades y oenegés repartieron botellas de agua entre la población, víctima de la repentina escasez de víveres. Además de las tuberías reventadas y las muertes por intoxicación de quienes durmieron, presa del frío, en el garaje, dentro de su coche encendido.


Así terminan el año los estadounidenses: con un pie metido, aún más profundamente, en el charco del calentamiento global. Con olas de frío, récords de calor en el noroeste, récords de lluvias y con una familia de tornados destrozando pueblos enteros fuera de lugar y de temporada, como vimos a mediados de diciembre en seis estados del interior. Y con un covid renovado: circulando más veloz que nunca en un país donde el índice de vacunación apenas llega al 62%.
En las calles, los vendedores de pinos navideños montan guardia con sus camisas de leñador. Las televisiones retransmiten un sin fin de películas acarameladas y predecibles, y Bing Crosby, “la voz de las Navidades”, resuena en los comercios y en los restaurantes familiares, 44 años después de su muerte (en Alcobendas). Los adornos se amontonan en las calles y en las fachadas y en los comercios, como si una mano invisible coordinase los elementos para un mayor impacto festivo en el alma. Una gran conspiración de la felicidad plástica.
El consumo también goza de buena salud. Las compras en las tiendas físicas están a un 75% de como estaban antes de la pandemia; las compras por internet, en cambio, han salido disparadas, multiplicando el flujo de repartidos en las calles y la presencia de furgones formando pequeños atascos urbanos a lo largo y ancho de Estados Unidos. Solo el beneficio neto de Amazon creció un 84% en 2021. La Navidad, con o sin nieve o pandemia, se abre camino.