Aunque existe una tendencia creciente hacia la desconfianza en las organizaciones, especialmente las gubernamentales, a nivel global, los actores privados como empresas y ONG, son mejor valorados por una ciudadanía que pide a los directores ejecutivos que sean «la cara del cambio»



«Nacimos para confiar, pero nacimos para confiar solo en unos pocos. A lo largo de los siglos, hemos desarrollado los instintos, las herramientas y las instituciones para expandir nuestro círculo de confianza a millones», escribe el economista Benjamin Ho en su nuevo libro, Por qué importa la confianza, en el que explica porqué esta larga expansión de la confianza ha sido crucial para nuestra creciente prosperidad y progreso. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 en la que todavía nos encontramos inmersos como sociedad ha supuesto una auténtica prueba de estrés global sin precedentes. De hecho, según el recientemente publicado Barómetro Edelman, los gobiernos son los que más han sufrido en general esta bajada de aprobación, con la ciudadanía fijándose en empresas y ONG como organizaciones más dignas de su confianza.
El también conocido como «informe Edelman», que ahora cumple 22 años, es el resultado de más de 36.000 encuestas en 28 países y deja muy claro que, dos años después de que comenzase la pandemia, los científicos son considerados como los miembros más dignos de confianza de la sociedad, con más de tres cuartas partes de la población global apoyando su labor, mientras que los líderes gubernamentales son los que despiertan más suspicacias: apenas el 42% se fían de sus palabras. Entre medias, aparecen las organizaciones privadas, ya que tanto las empresas como las ONG, con un 61% y un 59% de apoyo ciudadano respectivamente, son más creíbles que las autoridades gubernamentales y son de hecho las únicas vistas como «éticas y competentes». Hablamos, además de una opinión globalmente extendida: en 18 de los 27 países encuestados, se confíaba más en lo privado que en lo público.
«El gobierno era la institución más fiable en mayo de 2020, cuando el mundo buscaba un liderazgo capaz de enfrentar una pandemia global», asegura el director ejecutivo de la encuestadora, Richard Edelman, en una entrevista publicada en el Foro Económico Mundial. «Ahora, después de una respuesta confusa y chapucera, cuando se trata de competencia básica, se confía menos en el gobierno que en las empresas y las ONG. La gente todavía quiere que el gobierno asuma los grandes desafíos, pero solo cuatro de cada diez dicen que el gobierno puede ejecutar y obtener resultados», explica.De hecho, según el informe, se considera que el gobierno y los medios son fuerzas que dividen, mientras que las empresas y las ONG son vistas como instituciones con capacidades unificadoras. Eso sí, la confianza está depositada sobre todo en las instituciones y no tanto en las personas: dos tercios de los encuestados están convencidas de que los periodistas y jefes de gobierno, les están mintiendo, mientras que un 60% opina lo mismo de líderes empresariales. Una afirmación que sin embargo entra en contradicción directa con otro de los puntos del informe: la mayoría de la sociedad espera de hecho que los directores ejecutivos sean el «rostro del cambio» de la transición social y ecológica.
Es más, más de dos tercios de los encuestados consideran también que las empresas deben desempeñar un papel mucho más importante en la lucha contra los grandes problemas de nuestro tiempo, especialmente el cambio climático, la desigualdad económica, la recapacitación de la fuerza laboral y la injusticia racial. “Cada grupo de partes interesadas espera que las empresas se posicionen a nivel climático y social, con casi el 60% de los consumidores comprando marcas en función de los valores y casi dos tercios de los empleados exigiendo que las compañías en las que trabajan tomen una posición pública sobre estos problemas”, apunta Edelman.
La importancia de pertenecer
En cualquier caso, y más allá de los científicos, las únicas entidades o personas que reciben más de dos tercios de ciudadanos dispuestos a confiar en sus acciones son aquellas para las que trabajan. En concreto, los trabajadores actualmente confían más en “mi empleador” que en cualquier otra institución no científica, con casi un 67% de respuestas positivas. De hecho, su confianza en los compañeros de trabajo es aun mayor: el 74% se fía de las personas con las que comparte espacio laboral. Además, las «comunicaciones de mi empleador» son ahora la fuente de información más confiable, con casi un 65% de aprobación, mientras que las fuentes de las redes sociales son las menos fiables, con apenas un 38%.
Sin embargo, y de manera general, la desconfianza parece haberse convertido en muchos sentidos en la «emoción predeterminada» de la sociedad, con hasta un 60% de personas inclinadas a reponder que «desconfían de todo hasta que vean evidencia de que algo es fiable», lo que podría obstaculizar el progreso para enfrentar los desafíos globales, incluido el cambio climático. Y detrás de este clima de suspicacias no está solo la percibida como incompetencia gubernamental durante la pandemia o la creciente desconfianza en los medios: también está la desigualdad.,


En concreto, más de dos tercios de los encuestados consideran que aquellos con menos educación, menos dinero y menos recursos están siendo cargados injustamente con la mayor parte del sufrimiento, el riesgo de enfermedad y la necesidad de sacrificarse debido al COVID-19. “La pandemia mundial ha ampliado la fisura que surgió a raíz de la Gran Recesión”, afirma Edelman. “Las personas con ingresos altos confían más en las instituciones, mientras que las personas con ingresos más bajos se vuelven cada vez más cautelosas”, asegura.
Además, la pandemia ha acelerado el miedo a perder el empleo. Casi el 84% de la población mundial está preocupada en mayor o menor grado por la estabilidad de su trabajo, lo que convierte este asunto en la fuente principal de angustia global, por encima incluso de grandes temáticas como el cambio climático (72%), los hackers y los ataques informáticos (68%), la enfermedad de la COVID-19 (65%) y la pérdida de libertades ciudadanas (61%). De hecho, un 56% está especialmente preocupado por la posibilidad de que la pandemia acelere el ritmo de reemplazamiento de los trabajadores humanos por inteligencia artificial y robots.
Reconstruir la confianza
Incluso el optimista más famoso del mundo, Bill Gates, teme que, en 2022, “la disminución de la confianza en las instituciones podría ser el mayor obstáculo en nuestro camino”. De hecho, el fundador de Microsoft considera que la negativa de tantas personas en todo el mundo a vacunarse es quizás el indicador más claro que tenemos de la gravedad de la actual crisis de confianza. Por eso, es clave volver a tejer las conexiones que se han roto con la pandemia. Según apuntan los autores del informe, reconstruir la confianza requerirá que las instituciones brinden información fáctica que rompa el ciclo de desconfianza, mientras que los líderes deben enfocarse en unir a las personas en temas comunes, apostando por reformas sociales y ecológicas a largo plazo que permitan lograr un progreso claro en las áreas principales de preocupación ciudadana.


“Hacer frente a esta miríada de desafíos requerirá tanto una nueva forma de operar como un nivel mucho más alto de desempeño de nuestras instituciones centrales”, explica Edelman. “El gobierno finalmente debe obtener el control de la pandemia a nivel mundial. Los medios deben volver a un modelo de negocio que reemplace la indignación por la sobriedad, el clickbait por una autoridad tranquila. Y tanto empresas como ONG tienen un papel invaluable que desempeñar en luchar contra el cambio climático y recorrer la última fase de la pandemia”, apunta.
Nadie dijo que reconstruir la confianza sería fácil. Pero debería estar en la parte superior de la agenda de todos en 2022. Y el sector privado, con la confianza que ha retenido de la ciudadanía, deberá jugar un papel clave en esta recuperación que, a fin de cuentas, quizás acaba siendo más importante que la puramente económica.
