Un informe alerta de que los nuevos proyectos de construcción principalmente de gasoductos pero también de oleoductos en todo el mundo en plena transición energética suponen un riesgo de inversión de más de 1 billón de dólares



La próxima gran burbuja no será inmobiliaria ni bursátil, sino climática. Y es que, casi al mismo tiempo que actores públicos y privados de todo el planeta presionan para acelerar la transición energética y desterrar por completo los combustibles fósiles de nuestras economías, también existen inversores que parecen empeñados en remar en sentido contrario. Según un informe publicado este mes por el think tank Global Energy Monitor, la expansión planificada de 212.000 km en el sistema global de gasoductos y oleoductos, que asciende a 1 billón de dólares en gastos de capital, podría colisionar directamente con los compromisos de la mayoría de las grandes economías de hacer una transición hacia la neutralidad de carbono para mediados de siglo, creando una enorme cantidad de activos varados.
Aunque el informe señala los peligros de invertir en cualquier tipo de infraestructura relacionada con combustibles fósiles, lo cierto es que el mayor problema viene del gas. De los 20 sistemas de tranmisión más largos en desarrollo, 18 son gasoductos y el 82,7% de todas las infraestructuras en planificación de este tipo transportarán gas, lo que según los autores refleja el éxito de la industria de los combustibles fósiles en «perpetuar el mito de que el gas puede ser un combustible puente hacia un futuro de energía limpia».
“El gas fósil es reconocido ahora como un destructor del clima, no como una solución climática. Eso significa que Biden enfrenta la difícil decisión de controlar la expansión infraestructura de gas, que es la forma más efectiva de limitar las emisiones», ha asegurado en un comunicado el investigador James Browning, autor principal del informe. La mención al nuevo presidente estadounidense no es casual, ya que, según la investigación, este país sería el principal desarrollador de oleoductos del mundo: la construcción de todo lo planificado supondrían unos 19,6 millones de barriles de gas licuado más al día.
Esta expansión presenta un riesgo climático importante ya que las exportaciones estadounidenses de gas natural licuado tienen la mayor intensidad de gases de efecto invernadero de cualquier exportador importante, según Boston Consulting Group. A pesar de esto, las inversiones en la conocida como Cuenca Pérmica, que cubre toda la zona del Golfo de Tejas rica en combustibles fósiles, no se han detenido y, para 2050, el gas obtenido en este área “consumirá el 10% del presupuesto de carbono mundial», una cifra que dificulta la ansiada neutralidad climática.
Además, el informe apunta también que los oleoductos y gasoductos encuentran una cada vez más intensa oposición de los propietarios agrícolas, los grupos indígenas y los activistas climáticos, un cambio social que está provocando la cancelación o el retraso de oleoductos de alto perfil e incluso puede cambiar la percepción de estas infraestructuras como una inversión «segura».
Alejar la inversión del gas
“El mes pasado, el director del Banco Europeo de Inversiones, la institución financiera pública más grande del mundo, comentó que ‘el gas se acabó’”, ha explicado Greig Aitken, investigador de finanzas de Global Energy Monitor. «Ya es hora de que otras instituciones financieras importantes, tanto públicas como privadas, den un paso adelante y sigan el ejemplo del BEI para poner fin a su apoyo a proyectos y empresas de infraestructura de petróleo y gas«, ha añadido. Y es que, aunque la expansión global de los oleoductos se ha desacelerado en la última década y algunos proyectos se retrasaron en 2020 por la pandemia, estas tuberías de transporte siguen disfrutando del apoyo financiero de gobiernos y bancos.
Según el informe, hay muy pocas restricciones al financiamiento «sucio». Un análisis de la Cuenca Pérmica, que ha superado al yacimiento Ghawar de Arabia Saudí como campo petrolero de mayor producción del mundo, muestra el apoyo financiero de más de 100 instituciones. Además, aunque por el momento un total de 50 instituciones financieras importantes han implementado políticas que restringen el apoyo a prácticas especialmente contaminantes como el aprovechamiento de arenas bituminosas o la extracción del Ártico, hasta ahora solo cuatro han restringido las tuberías.
Aún así, el problema está lejos de ser únicamente estadounidense. A pesar de su promesa de alcanzar la neutralidad climática para 2060, China continúa con una expansión masiva de más de 32.800 kilómetros de la red de oleoductos y gasoductos del país. De hecho, esa red se está consolidando bajo una nueva empresa, PipeChina, que pronto será la mayor constructora de gasoductos del mundo, lo que plantea dudas sobre la transición energética del gigante asiático.
Según el informe, todos estos proyectos pueden suponer un gigantesco derroche en un momento en el que la transición energética que se avecina debería reducir la demanda general de los productos transportados por oleoductos y gasoductos. «Para el petróleo, la principal amenaza en la próxima década es la perspectiva de la electrificación de los vehículos, ya que más gobiernos anuncian cambios en las ventas de combustión interna y los fabricantes responden cambiando las inversiones hacia vehículos eléctricos», asegura Browning. “En el caso del gas, el cambio está llegando más rápidamente al sector de la energía, donde las combinaciones de energías renovables, baterías y gestión de la demanda ofrecen ahora una fiabilidad equivalente a un coste menor que las centrales eléctricas de gas», concluye.
