El consumo de insectos podría brindar oportunidades alimentarias en un mundo más poblado ya que son una fuente rica en nutrientes y proteínas que necesitan menos recursos, como agua, para ser producidos



En 1950, cinco años después de la fundación de las Organización de las Naciones Unidas (ONU), se estimaba que la población mundial era de 2.600 millones de personas. Ahora, esa cifra se ha elevado hasta los 7.000 millones para la década actual y se espera que dentro de 30 años aumente en 2.000 millones más.
Este crecimiento en el número de personas ha acarreado una serie de desafíos que se temen que se exacerben a medida que transcurran los años, siendo uno de los más importantes el relacionado con la seguridad alimentaria. El último informe de la ONU relacionado advertía que más de 2.300 millones de personas, es decir, el 30% de la población mundial, carecieron de acceso a una alimentación adecuada el año pasado, algo que puede empeorar por la expansión demográfica y el avance del cambio climático.
“Se necesitará producir un 56% más de alimentos a mediados de este siglo, procurando no expandir nuestras tierras de cultivo con el fin de evitar la degradación de los ecosistemas, para dar de comer a toda la población”, comenta la ONU.
Hay un millón de especies de insectos, que representan el 80 % del reino animal, y 2.000 de estas son consumidas por millones de personas
Marta Ros, dietista y doctoranda de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC), recuerda que las especies de insectos son consideradas de origen animal, como la carne, el pez y los huevos, que proporcionan proteínas, grasas y nutrientes muy valiosos, pero que, aun así, su consumo no se ha extendido.
“En China, por ejemplo, su consumo se remonta a 2.000 años atrás. También se comen insectos en otros lugares de África, Centro y Sudamérica, México o Australia. La cría de insectos para el consumo humano parece dar beneficios muy interesantes, apunta Marta Ros.
Los insectos están regulados en Europa desde el 2015 como alimentos nuevos. En 2020 un informe internacional concluyó favorablemente sobre su valoración nutricional. En lo que se refiere a la toxicidad, los insectos no representan ningún problema para la seguridad, si bien se pueden producir reacciones alérgicas, como pasa con los crustáceos y los ácaros del polvo.
Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) también se ha establecido que los insectos forman parte de la vida de más de un millón de personas en el mundo. «La cría de insectos es una industria creciente en Europa, puesto que nuestros hábitos dietéticos están cambiando rápidamente y la voluntad del consumidor es probar cosas nuevas; por lo tanto, aumenta su consumo, no tienen la poca aceptabilidad de generaciones anteriores», destaca Ros.
En este sentido, afirma que de los insectos se puede aprovechar más que de otros animales. Se puede comer un 80% del cuerpo de los grillos, en comparación con un 55% de las aves y un 40% de los cerdos y la ternera. Otro indicador que juega a su favor es la conocida como feed conversion ratio, que es la cantidad de kilos de alimento necesarios para obtener el peso del animal.
«Los insectos son de sangre fría y no tienen que metabolizar los alimentos para mantener su temperatura corporal, a diferencia de otras especies. Esto hace que sean muy eficaces en su producción como alimento», explica la experta.
Del mismo modo, el agua necesaria para producir el producto también es inferior. Igualmente, generan menos gases de efecto invernadero, y la ocupación de espacio en granjas es, al mismo tiempo, menor. De hecho, hay empresas que están desarrollando granjas de insectos que se pueden tener en casa.


Por su parte, Anna Bach, profesora del Área de Nutrición de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, defiende que los insectos pueden aportar su proteína para un sistema alimentario más sostenible, que actúa como «uno de los principales motores del cambio climático».
«Las soluciones deben ser múltiples y exigen reducir las pérdidas de los alimentos o las mejoras de las prácticas de producción, puesto que, si utilizáramos las técnicas más eficientes y de más rendimiento, que solo utilizan un 10 % de los productores, podríamos llegar a reducir el 30% de las emisiones«, señala Bach.
Asimismo, cree que las medidas tecnológicas son importantes, pero también los cambios en la dieta: “No hay duda de que lo que debería pesar más en nuestra alimentación son los alimentos vegetales y mínimamente procesados», concluye.
