El imperio acuático de la contaminación de plásticos

El imperio acuático de la contaminación de plásticos

El imperio acuático de la contaminación de plásticos

La contaminación por plásticos es uno de los graves problemas ambientales y de los que más afecta a la vida marina. En el caso de EEUU, las medidas de reciclaje de estos productos no funcionan bien, puesto que la mitad de los materiales que se recogen son enviados a países de Asia para un supuesto reciclaje que no se lleva a cabo, asegura un informe recién publicado


Argemino Barro | Corresponsal en EEUU
Nueva York | 20 noviembre, 2020


Se inventaron en el siglo XIX para hacernos la vida más fácil, y desde mediados del XX son un ejemplo de cómo la economía, realmente, describe círculos igual que un bumerán. Los plásticos se sintetizan en las fábricas, forman o refuerzan los más insospechados productos de nuestra rutina, y acaban de diferentes maneras. Algunos reciclados en otros productos que vuelven a nuestros hogares en forma de mochilas o pendientes, y otros a la deriva, surcando los océanos como pequeños navíos despreciados, vengándose de su destino matando a la fauna o cubriendo los mares de una red brillante y tóxica.

Los principales responsables de producir los plásticos y de que estos acaben en los océanos son los “tigres asiáticos”: los países que desde hace unos 30 años se han especializado en ser la factoría del mundo. Solo China, Indonesia, Filipinas, Tailandia y Vietnam arrojan al océano más desechos plásticos que todo el resto de países combinados. De hecho el plástico se ha vuelto tan importante que hasta tiene su propio continente. Una isla de entre siete y 17 millones de kilómetros cuadrados, dependiendo del criterio que se use para medir su concentración, que se enseñorea de las aguas como un expansivo imperio químico y deteriora la propia cadena alimenticia.

Mediterraneo
Residuos plásticos arrojados por el mar en una playa.

«La mitad de los plásticos que se recogen para ser reciclados en Estados Unidos son exportados a otros países»

Pero no toda la culpa recae exclusivamente en las economías encargadas de fabricar nuestros zapatos y nuestros teléfonos móviles; un estudio reciente, publicado en Science Advances, asegura que Estados Unidos ocupa también un lugar en el podio de los generadores de plástico marino. Concretamente, si tenemos en cuenta sus exportaciones de restos de plásticos a otros países, el tercer puesto.

“Durante años, buena parte del plástico que hemos puesto en el contenedor azul ha sido exportado para reciclaje a países que tienen dificultades en gestionar sus propios residuos, por no hablar de las cantidades mandadas por Estados Unidos”, declaró a Science Advances la doctora Kara Lavender Law, profesora de oceanografía de Sea Education Association y autora principal del estudio. “Y cuando consideras cuánto de nuestro desecho de plástico realmente no es reciclable porque es de bajo valor, está contaminado o es difícil de procesar, no es ninguna sorpresa que buena parte de él acaba contaminando el medio ambiente”.

Investigación conjunta

La investigación conjunta de Sea Education Association, DSM Environmental Services, Ocean Conservancy y la Universidad de Georgia estima que la mitad de los plásticos que se recogen para ser reciclados en Estados Unidos son exportados a otros países: la inmensa mayoría, el 88%, a lugares que no tienen los instrumentos necesarios para reciclar los materiales, pero que aceptan acumular la basura ajena en sus vertederos a cambio de un precio. Al final, cada año en torno a un millón de toneladas de plástico estadounidense acaba en el agua.

El imperio oceánico de los plásticos, por tanto, sigue creciendo, y para 2050, según los cálculos del Foro Económico Mundial y de la Fundación Ellen MacArthur, en el mar habrá más toneladas de plástico que de peces. La cantidad actual se estima en unas 100 millones de toneladas, desde envases a bolsas, envoltorios del bocadillo, cajas de juguetes, colillas, botellas, vasos de café y redes de pesca abandonadas.

Estos serían los ejércitos marinos del imperio del plástico, cuya letal infantería son las pajitas: tan pequeñas que se escurren del proceso de reciclaje, se mezclan con otros desechos y llegan masivamente a las aguas. Una vez allí, las pajitas se van descomponiendo en pequeñas fibras y filamentos que llamamos “microplásticos”. Suelen tener el tamaño de una lenteja y absorben como una esponja distintos productos químicos, pesticidas y metales pesados que envenenan a los océanos y a sus habitantes. Los microplásticos suelen encontrarse, también, en las playas y en el interior de todo tipo de animales marinos.

Pajitas de plástico, un producto que algunos países han empezado a prohibir por su impacto sobre el medio ambiente si no se dispone bien de él tras su uso.

Estas fibras están tan presentes que hasta cambian el curso de las investigaciones universitarias. Varios científicos de la Universidad de Alaska empezaron a estudiar en 2009 a las aves marinas de las Islas Aleutianas. El objetivo de la pesquisa era averiguar más sobre la forma de vida de los pájaros; en especial cuáles prosperaban y cuáles se deslizaban hacia la extinción. Pero los científicos dieron con un factor clave que impactaba en todo lo demás: el microplástico. La “epifanía”, como la llamaron, les llegó en 2013, cuando uno de los frailecillos coletudos que analizaban tenía un filamento de plástico, probablemente parte de una botella, clavado en el estómago. La pieza le abría las paredes interiores y le arañaba también el esófago.

Los biólogos empezaron a centrarse en la presencia de los plásticos, que resultó ser más amplia de lo que habían previsto. Una de cada cinco de las 200 aves estudiadas al principio del estudio tenía microplásticos en su estómago. Los años de observación aportaron conclusiones preocupantes. Las gaviotas o los frailecillos, por ejemplo, pueden quedarse con el microplástico atravesado en el sistema gastrointestinal, de manera que no son capaces de ingerir comida y se mueren de hambre. Otro de los problemas eran los ftalatos: unos químicos que se usan para reblandecer o flexibilizar los plásticos, y que terminan adheridos a los tejidos musculares de las aves, afectando, a veces, a sus capacidades reproductivas, ya que es conocido que tienen una afectación notoria sobre el sistema endocrino.

Estos desperdicios, ingeridos también por los peces, pueden incluso modificar el comportamiento. Los peces que comen microplásticos se vuelven más atrevidos, nadan más lejos y se ponen en el punto de mira de los depredadores. La razón, según un estudio publicado en la británica Proceedings of the Royal Society B, es que el plástico engaña a los peces. “Su estómago les dice ‘estás lleno’, pero su cerebro dice ‘necesitas nutrición’, explicó a The Guardian el profesor Mark McCormick, responsable del informe.

Pero si alguien encabeza este drama, son las tortugas marinas. Una especie que, en palabras del Programa Medioambiental de Naciones Unidas, siente una “atracción fatal” hacia los plásticos. Las tortugas verdes de las Galápagos, por ejemplo, se alimentan especialmente de medusas. Cuando las perciben flotando a contraluz, en la inmensidad del océano, se dirigen hacia ellas a velocidades que pueden rebasar los 50 kilómetros por hora. El problema es que, a veces, estas figuras sedosas y ondulantes, en realidad, no son medusas. Son bolsas de plástico. Y acaban atravesadas en el gaznate del anfibio hasta que les provoca la muerte.

Una tortuga marina mordiendo una bolsa de plástico.

Las tortugas sienten fascinación por estas texturas brillantes, y acaban atrapadas en los plásticos de los packs de seis latas y en todo tipo cables, tiras, envoltorios y cajas de plástico descartadas.

Una investigación de la Universidad de Queenland, publicada en 2015, concluyó que más de la mitad de las tortugas marinas en todo el mundo, el 52%, ha comido algún tipo de plástico. Otro informe, este de la Universidad de Exeter, realizado en 43 países, afirma que al menos un millar de tortugas marinas fallecen cada año por causa de los plásticos. Especialmente tortugas jóvenes. Un cálculo que para los autores es una “exagerada subestimación” del número real.

Estos datos y las imágenes de biólogos sacando de la nariz de las tortugas largas pajitas de plástico han hecho que algunas grandes corporaciones cambiaran sus políticas. La cadena de cafeterías más grande del mundo, Starbucks, anunció en 2018 que para este año, 2020, ya no serviría pajitas de plástico en sus establecimientos. La carrera es larga. Dice la organización sin ánimo de lucro Eco-Cycle que solo en Estados Unidos se usan 500 millones de pajitas al día.

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Otras grandes empresas, como la cadena de cafererías Pret-A-Manger o las hoteleras Hyatt, Hilton y Marriott International, además de Royal Caribbean, American Airlines y otras, han prometido prescindir o al menos limitar el uso de pajitas en sus negocios. Una docena de ciudades en California, siempre a la vanguardia americana de las políticas ambientales, las han prohibido.

El problema es que, según diferentes estudios, prohibir las pajitas no es suficiente, como tampoco es suficiente prohibir el uso de las bolsas. De todos los plásticos producidos desde 1950, menos de un 10% han sido reciclados. La inmensa mayoría ha terminado incinerado o en montañas de residuos. Más que una cuestión material, a veces es un problema psicológico, de rutinas formadas a lo largo de las décadas.

“Imagínate que has creado una bolsa impermeable, reutilizable y ligera, tan fuerte que puede llevar más de mil veces su propio peso, pero que puede ser plegada para caber en tu bolsillo de atrás”, escribe Maikel Kuijpers en The Correspondent. “¿Cuánto crees que valdría esta increíble invención? Nada. De hecho, las tiramos a millones cada día”.

El autor argumenta que los plásticos contaminan simplemente porque, a diferencia del acero, el cemento o los fertilizantes, no podemos dejar de deshacernos de ellos. Según Kuijpers, esta sería la intención de los fabricantes. “La mayoría de las compañías hacen lo posible para que sus productos parezcan valiosos, pero la industria del plástico hace lo contrario: los hace inútiles, incluso gratuitos, y solo sirve para tirarlos a la basura”.

Mientras, los microplásticos siguen viajando por el círculo de la economía y de la cadena alimenticia. En 2018 un estudio de la Universidad de Viena quiso averiguar si los plásticos habían acabado dentro de los humanos que los producen. Tres hombres y cinco mujeres llevaron un diario con los alimentos que comían durante una semana y luego mandaron una muestra de sus heces a los científicos. Los ocho excrementos, según los resultados, contenían microplásticos.



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