En 2021, la pajita de plástico estará prohibida en la Unión Europea. Cada vez más compañías -la última ha sido McDonald’s- renuncian a ella ante las evidencias del fuerte impacto ambiental de este invento de usar y tirar, que contamina océanos y ahoga especies marinas



El vídeo tiene ya cinco años, pero sus imágenes siguen impactando igual. Unos biólogos norteamericanos extraen una pajita de plástico de más de diez centímetros que estaba clavada en la nariz de una tortuga olivácea (Lepdochelys olivacea) en Costa Rica, dificultándole seriamente la respiración. Una situación más habitual de lo que podamos pensar para esta especie marina: de acuerdo con varios estudios científicos, las pajitas de plástico son uno de los desperdicios más comunes que se puede encontrar en océanos y playas, junto con las colillas y los envoltorios de plástico.
Este lunes 3 de febrero se celebra el Día Internacional sin Pajita de Plástico, una jornada para concienciar al ciudadano de la importancia de no utilizar este tipo de productos de usar y tirar, que estarán prohibidos en la UE a partir de 2021.


Las evidencias sobre el impacto ambiental de este invento son tan grandes que pronto podremos hablar de la desaparición de un producto que durante décadas consideramos cotidiano. A las prohibiciones de Bruselas y de otros muchos países, sobre todo en el Pacífico, se suma la decisión de muchas grandes empresas de dejar de facilitar una pajita de plástico con la bebida ante las peticiones de los propios consumidores. McDonald’s ya ha anunciado que este febrero las eliminará completamente para sustituirlas por otras de papel, un cambio de política que ya han tomado otros gigantes de la restauración como Starbucks o Vips en España.
La contribución de las pajitas a la contaminación marina no es desdeñable. Estos pequeños productos de plástico, como muchos otros del mismo tipo, no se reciclan. Terminan en vertederos, son incinerados, o peor aún, contaminan nuestras aguas. Allí se acumulan gracias a las corrientes y forman junto con otros desperdicios enormes islas de basura, que giran en cada uno de los cinco océanos del planeta haciéndose cada vez más grandes: el gran parche de basura del Pacífico tiene ya dos veces el tamaño de Francia.
Las pajitas se encuentran flotando en todas estas islas, donde a menudo las aves, los peces y otras especies marinas las confunden con alimento. Esto conlleva que, por ejemplo, haya madres que alimentan con lo que creen que son bocados nutritivos a su pollito solo para descubrir que la cría muere por un estómago hinchado por desechos plásticos.
Los plásticos no son biodegradables: se descomponen en piezas cada vez más pequeñas hasta que son microscópicas, dando lugar a microplásticos. Cuando la vida marina consume estas diminutas piezas, su dificíl degradación y las toxinas que contienen interfieren con sus sistemas respiratorios y reproductivos, causándoles serios problemas de salud e incluso la muerte.
Aunque en España el consumo de pajitas no es tan alto como el país que inventó este producto, ya que en Estados Unidos se utilizan 500 millones de estos productos de usar y tirar al día, sí que existe una importante parte de la población que las usa, lo que al final del año nos coloca en unas 5.000 millones de pajitas usadas, un récord dentro de la UE. Una costumbre dañina para el medio ambiente que tiene fácil solución. O dejar de usar un invento que hasta este siglo no sabíamos que necesitábamos -la pajita de plástico fue patentada en 1888- o pasar a utilizar pajitas reutilizables y reciclables.
Las opciones son múltiples: de acero inoxidable, de madera, de papel, de cristal, de pasta, de bambú… Hoy en día se comercializan hasta pajitas comestibles. Por lo tanto, las excusas se agotan para los defensores de las pajitas de plástico igual de rápido que el número de países, ciudades e instituciones que se suman a la prohibición de su uso. Ni siquiera en la ciudad donde el estadounidense Marvin Stone patentó este invento hace 125 años, Washington D.C., es ya bienvenida la pajita de plástico.
