El futuro del planeta se escribe en Groenlandia - EL ÁGORA DIARIO

El futuro del planeta se escribe en Groenlandia

El futuro del planeta se escribe en Groenlandia

Groenlandia es una masa de hielo, roca y puntitos verdes en los que viven poco más de 50.000 personas, pero es aquí donde se juega buena parte del destino del planeta


Argemino Barro
Nueva York | 2 julio, 2021


La leyenda dice que todo empezó con un engaño. Los aventureros nórdicos, liderados por Eric el Rojo, habían alcanzado, a finales del siglo X, las costas de un continente aparentemente frío e inhóspito. Pero querían volver a explorarlo como es debido. Así que, para convencer al rey noruego de que pagase más viajes, Eric el Rojo le describió una tierra de abundancia, prometedora, llena de boyantes y fructíferas posibilidades. Una tierra tan esplendorosa y fértil que fue bautizada, directamente, como “Tierra Verde”. En danés, Groenland. Groenlandia.

En descargo del temerario pelirrojo, hay que decir que la Groenlandia de aquella época resultaba ligeramente habitable. Los vikingos establecieron allí sus pequeñas granjas de cebada y sus limitados rebaños, y aguantaron casi medio milenio. Según el antropólogo Jared Diamond, en su libro Colapso, la civilización europea groenlandesa acabó siendo erradicada por una misteriosa mezcla de glaciación, daños ecológicos, aislamiento, resistencia al cambio y hostigamiento de las tribus autóctonas, los Inuit, más conocidos como esquimales. Los daneses modernos volvieron a reclamar el territorio en el año 1775.

Hoy Groenlandia es una masa de hielo, roca y puntitos verdes en los que viven poco más de 50.000 personas (90% Inuit): cuatro veces menos que en la localidad madrileña de Móstoles. El viento árido, lleno de cristalitos de sal que son como pequeñas navajas, castiga a diario la escasa vegetación; la nieve y los fiordos imposibilitan construir una red de carreteras estable y los groenlandeses dependen, para moverse, del trineo y del barco. Siempre que lo permita el caprichoso tiempo.

Pero es aquí, en esta sábana de hielo del tamaño de México, dependiente de las exportaciones de pescados y mariscos y de las remesas que vienen de la metrópoli, Dinamarca, donde se juega buena parte del destino del planeta.

La pérdida de hielo de lugares como Groenlandia está aumentando el nivel del mar.

“Groenlandia es una de las cosas que necesitamos estudiar estos días”, dice a El Ágora la Dra. Kristin Poinar, glacióloga de la Universidad de Buffalo especializada en la capa de hielo de Groenlandia. “No le está yendo muy bien. Está perdiendo masa a un ritmo constante, debido a dos procesos: primero, se está derritiendo; y, segundo, la capa de hielo está vertiéndose cada vez más rápido en el océano”. Esta evolución, cuya rapidez no tiene precedentes desde que se empezó a medir el deshielo, aporta uno de los tres milímetros que sube cada año el nivel del mar.

Poinar dice que el equilibrio natural de los glaciares se ha roto, sobre todo, debido al cambio climático generado por los humanos. “Una capa de hielo normal acumula nieve cada invierno. Es como si depositas dinero en el banco”, explica por teléfono. “Y una masa equivalente se vertirá desde los glaciares hasta el océano: como cuando sacas dinero del banco. Cuando estas dos cosas están en equilibrio, la capa de hielo mantiene el mismo tamaño. Pero ahora mismo los glaciares se están vertiendo más rápido de lo que resulta sostenible y el hielo se está derritiendo más rápido de lo que resulta sostenible, así que estas dos cosas, juntas, exceden la cantidad de nieve que cae en Groenlandia cada invierno. Tenemos un déficit neto de hielo”.

Las buenas noticias es que los glaciólogos cuentan hoy con más instrumentos con los que trabajar. La última década ha sido clave en el desarrollo de su ciencia. En 2011 averiguaron que, debajo de la capa de hielo groenlandesa, de unos tres kilómetros de grosor, hay una gran reserva de agua líquida: la que fluye hacia los océanos. Los científicos han logrado acceder a ella atravesando el equivalente, en hielo, a un edificio de siete plantas, y succionándola con una larga manguera.

La NASA, además, dedica uno de sus satélites más avanzados, el ICESat-2, a medir la evolución precisa de la capa de hielo, lo cual permite a los glaciólogos seguir en detalle el proceso de desintegración. Los datos indican que Groenlandia está perdiendo unos 200 gigatones de hielo al año: el equivalente a 200 Central Parks de Nueva York, si el hielo tuviese un grosor de 300 metros.

Una vista de Groenlandia desde el espacio.

“Cuatro veces al año recibimos una fotografía muy precisa del tamaño y forma de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida, y esto es algo que no teníamos antes”, dice Kristin Poniar. “Así que nos está permitiendo enfocarnos y estudiar realmente no solo los cambios que se están dando, sino los procesos detrás de estos cambios”.

En su afán por limitar el derretimiento, los glaciólogos barajan todo tipo de proyectos. Algunos de ellos verdaderamente faraónicos, dignos de una novela de J. G. Ballard o Ursula K. Le Guin. Los profesores Mike Wolovick y John Moore han propuesto levantar un muro en torno a la base de los glaciares, de manera que estos se vieran separados, y por tanto protegidos, de las aguas recalentadas del océano.

Sería, evidentemente, una obra de “geoingeniería glacial” abrumadora, difícil de imaginar: solo para rodear el famoso glaciar de Thwaites, en la Antártida, Wolovick y Moore estiman que dicho muro habría de medir 120 kilómetros de largo y 600 metros de profundidad. Una altura mayor a la del World Trade Center One, el edificio más alto de Estados Unidos. Dicen los autores de la idea, recreada en una simulación informática, que, en caso de que los Gobiernos emprendieran este camino, lo mejor sería hacer una prueba en algún glaciar más pequeño.

La otra ocurrencia que ha gozado de mayor atención en los últimos años es la de inyectar agua helada, por medio de largos túneles, en los glaciares. Una medida que fortalecería la masa de hielo y la haría más resistente a los rigores del cambio climático.

“Estos proyectos de geoingeniería podrían retrasar el derretimiento de los glaciares hacia el mar durante siglos”, declaró Michael Wolovick a NBC News en 2018, cuando era profesor de la Universidad de Princeton. “Se han propuesto otras ideas, pero los costes energéticos han sido vastos. Bombear agua encima de los glaciares polares corre el riesgo de que el agua se escurra hacia el lecho del glaciar, lubricándolo todavía más, y aumentando el ritmo al que se está escurriendo hacia el mar”.

Kristin Poniar valora estas ideas, pero reconoce su dificultad y, sobre todo, el hecho de que serían un parche para el problema de fondo. “Hay algunas ideas de geoingeniería que podrían contener, algún día, algo de la pérdida de hielo de Groenlandia”, explica. “Puede que sea posible hacer cosas así, pero también puede no ser posible. Y la mejor manera de reducir la pérdida de hielo es reducir las emisiones de dióxido de carbono. Esto es mejor porque aborda la causa de raíz de la pérdida de hielo de Groenlandia, que es el calentamiento de las temperaturas de la atmósfera y del océano. Reducir las emisiones de CO2 también mitigaría otros síntomas del cambio climático provocado por el hombre”.

polos, Groenlandia
Groenlandia ha sido la mayor responsable del incremento del nivel de los océanos.

Las apuestas, según distintas predicciones científicas, son altas. El Gobierno de EEUU calcula que el nivel del mar subirá, para el año 2100 en comparación a los números de 2000, entre 0,3 y 2,5 metros: dependiendo de cómo evolucione la emisión de gases del efecto invernadero. Si las aguas crecen un metro, un estudio publicado en la National Library of Medicine estima que 150 millones de habitantes de zonas costeras, sobre todo en China, India, Vietnam o Bangladesh, se verán directamente afectados, y los costes económicos rondarán los 50 billones de dólares anuales.

Pero no hace falta mirar tan lejos en el futuro. Los propios groenlandeses, que viven sobre el glaciar, ya lo están notando. Y tienen que adaptar su forma de vida.

“Los perros de trineo se han usado desde hace mucho tiempo como método de transporte a través de los ríos, lagos y océanos congelados”, dice la Dra. Poniar. “Pero a medida que el hielo se reduce con el tiempo, los perros de trineo se vuelven menos útiles, así que los groenlandeses tienen cada vez menos. Puedes ver cómo baja su población, porque, literalmente, los perros de trineo no pueden trabajar como solían sin las aguas congeladas”.

Según la revista Science Magazine, la población de perros de trineo cayó de 25.000, a principios de este siglo, a unos 15.000 en 2016. La especie que, de acuerdo a distintas evidencias arqueológicas, fue clave en la conquista del Ártico por parte de los nómadas asiáticos que cruzaron el Estrecho de Bering hace unos 7.000 años, está en peligro de extinción. Otra consecuencia directa del cambio climático.



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