Los Estados, los principales impulsores de la política internacional, siempre han alternado entre la cooperación y el conflicto para dar forma a las normas, reglas e instituciones del orden internacional. Estos actores están, además, casi siempre motivados exclusivamente por sus propios intereses nacionales, aunque otros elementos como las diferentes alianzas históricas o los valores e identidades compartidos también tengan algún peso. La diplomacia climática no escapa a esta máxima: tal y como demostró el poco convincente resultado de la pasada COP26 de Glasgow, que muchos tildaron de oportunidad perdida, el egoísmo de cada país es también el principal impulsor del comportamiento estatal en geopolítica. Al fin y al cabo, los acuerdos de mínimos se alcanzan solo cuando nadie quiere dar su brazo a torcer de manera significativa.
Sin embargo, el cambio climático plantea un enigma único en el sentido de que no es un área aislada de interés estratégico, sino que es un determinante global con implicaciones para la competencia y cooperación interestatal, en sectores que van desde el comercio global hasta los estándares regulatorios. Es más, los actores tienen distintos incentivos e imperativos relacionados con el clima para cooperar o competir según el eje que identifiquen como prioritario, desde la economía hasta la seguridad nacional. Por eso, evaluar cómo estas consideraciones interactúan entre sí para formar una estrategia climática coherente para cada estado es un ejercicio complicado, especialmente en un mundo cada vez más interdependiente y multipolar. Pero también es esencial para evaluar y mitigar el riesgo climático.
Esa es precisamente la tarea que se ha marcado el grupo bancario y asegurador Lloyds, que acaba de publicar un informe elaborado junto al Centro para el Estudio de Riesgos de la Universidad de Cambridge que se titula Poderes cambiantes: ¿cooperación climática, caos o competencia? En él, un equipo multidisciplinar analiza diferentes escenarios, todos potenciales y al mismo tiempo plausibles, ofreciendo un bosquejo de los diferentes caminos que puede seguir la transición ecológica global, enormemente dependiente de las decisiones que tomen las principales potencias para alcanzar la neutralidad climática en 2050.


De manera muy resumida, el informe sugiere que el mundo podría seguir tres caminos completamente diferentes dependiendo del nivel de cooperación que haya entre los países, especialmente las grandes economías como China, Estados Unidos, Rusia o la Unión Europea. La primera y más optimista sería la «globalización verde», donde las principales potencias coordinarían sus políticas estrechamente en organizaciones como Naciones Unidas para implementar soluciones ya, encaminando al mundo hacia el cumplimiento de los objetivos climáticos. La segunda, situada en el otro lado del espectro, sería, la «anarquía climática», donde el interés propio de cada país toma la forma de proteccionismo y mercantilismo, empujando al mundo en la dirección equivocada en cuanto a emisiones.
Sin embargo, es el tercer escenario, situado en un término medio, el que los autores del informe ven como más probable. Según su análisis, el planeta se encuentra cerca de situarse en una auténtica Guerra Fría Verde, donde el mundo se divide en dos o tres campos rivales que crean barreras comerciales regionales. Se crearía así una transición ecológica a varias velocidades en la que algunos territorios progresarían y alcanzarían la neutralidad de carbono en las próximas décadas, mientras otros recorren un camino más tortuoso en el que incluso podrían aumentar las emisiones nacionales. Eso sí, es probable que, al final, la realidad futura refleje rasgos de dos o más escenarios y fluctúe a medida que los estados y las sociedades cambien a lo largo del siglo XXI. Y es que, tal y como ha demostrado el conflicto de Ucrania, la geopolítica es imprevisible.
Guerra Fría Verde
El panorama que dejaría este conflicto sin armas en la geopolítica internacional sería complicado, pero en realidad es el que más se parece a la situación actual. Según apunta el informe, en este escenario las principales potencias compiten entre sí para avanzar en el desarrollo, producción y despliegue de tecnologías críticas para la transición de la economía mundial, un hipotético que en realidad ya está pasando actualmente, como demuestra la pugna entre China, Estados Unidos y la UE por desarrollar innovaciones sostenibles, especialmente en el terreno de la energía. Solo que, en este caso, la competencia iría mucho más allá de ver quién tiene liderazgo en la fabricación y el comercio de tecnología para extenderse rápidamente a la geopolítica.
La Guerra Fría Verde llegaría cuando las principales potencias, al no ser capaces de separar una colaboración mutualmente beneficiosa para frenar el calentamiento global de las relaciones de confrontación que rigen sus relaciones económicas y de seguridad, acaban por no lograr compartimentar la cooperación climática. A partir de aquí, la transición energética se convierte también en otro escenario para la competencia entre grandes potencias y el mundo se fractura en bloques regionales, con países que gravitan en torno a líderes tecnológicos y alianzas entre diferentes países vecinos que se forman en torno a sus respectivos sistemas energéticos integrados.
Dentro de estos bloques, el acceso a materias primas críticas, como metales de tierras raras, cobalto y litio, así como a tecnologías de energía limpia, se facilita a través de cadenas de suministro integradas y acuerdos de libre comercio. Sin embargo, el acceso a estos mismos bienes está restringido para países externos, creando de manera efectiva dos o más bloques enfrentados de una forma similar a la que siguieron EEUU y la URSS durante gran parte del siglo XX.


Esta Guerra Fría Verde tendría importantes inconvenientes por la falta de cooperación mutualmente beneficiosa, aunque también alguna ventaja, sobre todo frente al peor escenario de «anarquía climática». Por el lado pesimista, la partición económica y el desacoplamiento entre bloques, que competirían por el acceso a los materiales críticos necesarios para desarrollar tecnología baja en carbón, interrumpen el comercio internacional y las cadenas de suministro globales. Además, los países de bajos ingresos tendrían todas las papeletas para quedarse rezagados en el proceso de transición, sobre todo porque los bloques rivales tendrían incentivos para crear mecanismos como la fijación de precios del carbono, los ajustes fronterizos y las restricciones a la importación de productos de países que aún tengan una dependencia de los hidrocarburos.
Sin embargo, la competencia por el liderazgo tecnológico, político y empresarial a nivel climático también podría acabar siendo un poderoso estímulo para la inversión verde a nivel nacional y dentro de los bloques, lo que podría inspirar según el informe una «carrera hacia la cima» que, en última instancia, fomentaría “una acción climática audaz”. Por eso la Guerra Fría Verde no es ni el peor ni el mejor escenario, sino el término medio que más probable parece dada la correlación actual de fuerzas: la transición podrá ser rápida, pero será siempre desigual.
Riesgos geopolíticos
Tome el camino que tome, la transición ecológica tendrá en cualquier caso una serie de riesgos geopolíticos asociados que podrán inclinar la balanza en un sentido o en otro. Sobre todo, en el de los dos escenarios no «ideales», que parecen ser los más probables en cualquier caso según los analistas dada la actual situación de competencia ideológica y securitaria entre diferentes potencias, como demuestra la invasión rusa de Ucrania.
Uno de los riesgos más importantes sería la guerra comercial, en la que los productores de tecnología verde deberían enfrentar continuos aumentos en los costes de la cadena de suministro debido a la rivalidad entre bloques. La creación de barreras comerciales y de inversión se traduciría en aranceles extraordinarios y un mayor escrutinio regulatorio que dificultaría una rápida implantación de la transición ecológica. Además, para complicar aún más la situación, las sanciones a empresas específicas de tecnología y energía verde de cada mercado se podrían convertir en habituales, afectando directamente el acceso al capital y las valoraciones.
Aunque estos escenarios son altamente probables, hablamos solo de riesgos económicos. Pero hay otros más políticos y sociales cuyo potencial desestabilizador sería mayor: hablamos del hundimiento de los “petro-estados” y los conflictos por las materias primas. Por un lado, la caída de la demanda de petróleo, junto con la energía verde más barata, reduce drásticamente los precios del petróleo y el gas, lo que motiva la disolución de la OPEP y una competencia brutal entre petro-estados por colocar sus reservas restantes. Al haber conflicto entre diferentes bloques, la red de seguridad para estos que estos países puedan tener una transición “justa” es mínima, llevando incluso a disturbios sociales, cambios de régimen y violencia política en algunos caso extremos.


Por otro, la creciente importancia de los minerales de transición daría lugar a nuevas rivalidades estratégicas y vulnerabilidades geopolíticas a medida que se intensifica la competencia por nuevos recursos. Dado que las materias primas críticas para las tecnologías renovables, como el cobre, el grafito, el litio y el cobalto, a menudo se concentran en países que carecen de una gobernanza eficaz, los nuevos países pueden verse condenados a la sufrir de nuevo una “maldición de los recursos”, con una inestabilidad política generalizada a medida que las partes rivales buscan acceso a las rentas que producen estas materias imprescindibles.
«A pesar de las ambiciones más cooperativas mostradas en la COP 26, las principales potencias del mundo ya están en camino de una competencia geoestratégica sin restricciones» aseguran los analistas de Lloyds en las conclusiones del informe. Para ellos, no hay razón para creer que el cambio climático no terminará atrapado en la dinámica que rige las relaciones de poder entre potencias. «La geopolítica actual no está impulsada por la ideología de la Guerra Fría, pero la búsqueda de estabilidad estratégica por parte de las grandes potencias contemporáneas se caracteriza de hecho por la dinámica tradicional de la Guerra Fría, en la que todo se captura dentro de la confrontación más amplia entre potencias rivales», concluyen.
