Los cambios necesarios para reducir a cero las emisiones de efecto invernadero en 2050 afectarán especialmente a sectores como la energía, la industria, la agricultura o la movilidad, que representan actualmente cerca del 20% del PIB mundial, según un informe elaborado por la consultora McKinsey



La transición hacia una economía global que no emita gases de efecto de invernadero implica una transformación que afectará a todos los países y todos los sectores de la economía, ya sea directa o indirectamente. Sin embargo, hay ciertos ámbitos que estarán mucho más expuestos a estos cambios, especialmente aquellos que desarrollen su actividad a través productos u operaciones de altas emisiones, como la energía, la industria, la agricultura o la movilidad. Estos sectores, que representan actualmente cerca del 20% del PIB mundial, deberán ser tratados como prioritarios para evitar que la búsqueda de la neutralidad climática se convierta en un todos contra todos que deje atrás a los más vulnerables.
Esa es la principal conclusión del estudio Cero Emisiones Netas: lo que costaría, lo que podría aportar, publicado esta semana por la consultora McKinsey & Company. Según sus cálculos, la transformación de la economía global necesaria para lograr cero emisiones netas para 2050 sería «universal y significativa», por lo que requeriría hasta 9,2 billones de dólares en gasto promedio anual en activos físicos, lo que supone 3,5 billones más que en la actualidad. Es decir, un aumento drástico del gasto que sin embargo solo equivale a la mitad de las ganancias corporativas globales y una cuarta parte de los ingresos fiscales totales en 2020.
Eso sí, según apunta la consultora, la mayor parte del gasto se concentrará en los próximos años, ya que la próxima década será decisiva, aunque el impacto sería desigual entre países y sectores. Así, el gasto aumentaría hasta el 8,8% del PIB entre 2026 y 2030, desde el 6,8% actual, antes de caer, y los costes de producción de electricidad aumentarían a corto plazo, pero luego se reducirían desde su máximo. De hecho, además de las enormes transformaciones que deberán afrontar sectores clave ya mencionados como la industria o la agricultura, también tendrán que ser prioritarios los ámbitos económicos cuyas cadenas de suministro tienen altas misiones, como la construcción.
En cualquier caso, la transición está expuesta a riesgos, especialmente el de la volatilidad del suministro de energía, pero, al mismo tiempo, «es rica en oportunidades», según McKinsey. Y es que la búsqueda de la neutralidad climática no solo evitaría la acumulación de riesgos climáticos físicos y reduciría las probabilidades de iniciar los impactos más catastróficos del cambio climático, sino que también traería oportunidades de crecimiento, ya que la descarbonización crea «importantes eficiencias y abre mercados para nuevos productos y servicios de bajas emisiones».
Además, a nivel de empleo, la neutralidad climática arrojaría un saldo positivo. El informe prevé que el mercado laboral sufra cambios debido a una reasignación de la mano de obra, con unos 200 millones de puestos de trabajo directos e indirectos ganados y 185 millones perdidos hasta 2050.
Los hogares con menos ingresos, más afectados
Eso sí, los analistas de McKinsey tienen claro que esta neutralidad climática tendrá importantes externalidades, especialmente entre los más vulnerables. De hecho, el documento constata que, en este periodo de transición, los hogares de bajos ingresos de todo el mundo podrían ser los más afectados «por el mayor coste de la electricidad a corto plazo y por los costes en los que pueden tener que incurrir para adquirir productos de bajas emisiones, como nuevas calefacciones o coches eléctricos».
En este sentido, países con menos ingresos y grandes recursos de combustibles fósiles, como Bangladesh, India, Kenia o Nigeria, se verían muy afectados por la transformación hacia las cero emisiones netas. Por otro lado, países como España, Francia o Gran Bretaña estarían menos expuestos a los cambios necesarios, ya que cuentan con un PIB per cápita alto y una economía basada en el sector servicios.
A pesar de los «costes y los riesgos» que supone la transición, la consultora concluye que los resultados «serían mucho peores si no se tomara ninguna medida», según los expertos de McKinsey. «Una transición bien coordinada reportaría dividendos, entre ellos el potencial de una disminución a largo plazo de los costes energéticos, la mejora de los resultados sanitarios y la conservación del capital natural», destaca el informe.
En este sentido, los ajustes significativos que requiere la transición a cero emisiones netas pueden ser apoyados mejor, según la consultora «a través de la acción coordinada de los gobiernos, las empresas y las instituciones habilitadoras». Es decir, que las alianzas son «absolutamente decisivas» para lograr no solo que la búsqueda de la neutralidad climática se hace de forma urgente, sino también para asegurar que esta transición sea ordenada y exitosa.
