Sin agua limpia y segura no hay igualdad de género. Aunque el acceso al agua y el saneamiento es reconocido desde hace más de una década como un derecho humano básico, a menudo se pasa por alto la forma en que las mujeres y las niñas soportan las peores consecuencias de la escasez de agua, que van desde una peor educación hasta un mayor número de enfermedades. Y es que la importancia del agua para el desarrollo sostenible va mucho más allá de una mera cuestión física para entrar de lleno en asuntos de género y salud pública, principalmente en los países menos desarrollados.
El principal problema que dificulta la relación entre agua e igualdad de género es una cuestión de tiempo. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) apunta que las mujeres realizan hasta el 80% del trabajo informal no remunerado relacionado con el suministro de agua, especialmente en el continente africano. Esto significa que, en los países menos desarrollados donde no existen infraestructuras adecuadas que garanticen el acceso a un agua y un saneamiento seguros en cada casa, las mujeres son las responsables de encontrar este recurso, vital para que sus familias puedan beber, cocinar, limpiarse y sobrevivir.


Este rol de género tan marcado puede traducirse en millones de horas perdidas en actividades como hacer cola para conseguir agua o recorrer largas distancias para poder abastecerse. Según las estimaciones de la ONG WaterAid, en un día cualquiera, las mujeres de todo el mundo dedican un total de 200 millones de horas a recolectar agua, una cifra que asciende hasta las 466 millones de horas cada día si se tiene en cuenta el tiempo perdido en buscar un sitio donde poder defecar con seguridad.
Un problema educativo
La cantidad de horas malgastadas en recoger y transportar agua no solo supone un problema para la integración laboral de las mujeres, que en muchas ocasiones no pueden realizar actividades remuneradas debido a la enorme fatiga que supone esta tarea, sino que también afecta a la integración educativa de las más pequeñas. Numerosos estudios han documentado que las niñas de los países en desarrollo, especialmente en las zonas rurales, pasan la mayor parte del día realizando tareas domésticas extenuantes, lo que limita el tiempo disponible para estudiar.


Por supuesto, este problema se agrava aún más cuando el acceso al agua y los inodoros es deficiente. De hecho, es precisamente en la escuela donde la falta de un saneamiento adecuado acaba por afectar más a las niñas, ya que la ausencia de un lugar seguro y privado para cambiarse y lavarse dificulta el manejo de la menstruación para las niñas. En países como Mozambique y Madagascar, donde el 44% y el 36% de la población, respectivamente, no tienen más alternativa que defecar al aire libre, se estima que las niñas pierden hasta cuatro días de escuela al mes y muchas otras simplemente abandonan el colegio.
Según una investigación realizada hace dos años por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Sierra Leona, hay “cada vez más niños, y especialmente niñas, que están en la calle muy tarde por la noche o desde las cuatro de la mañana en busca de agua«, una situación que “aumenta su vulnerabilidad y contribuye a aumentar el embarazo en la adolescencia, el trabajo infantil, las altas tasas de deserción escolar y el bajo rendimiento educativo”.
Gran impacto sobre la salud
Pero más allá de esta grave cuestión, uno de los principales problemas de la falta de agua en países en vías de desarrollo es que también supone mayores problemas de salud para las mujeres. De acuerdo a las conclusiones de un estudio elaborado por investigadores de la George Washington University (EE UU) en 2018, sólo la práctica diaria de caminar varios kilómetros cargando con bidones de agua causa a muchas mujeres daño musculoesquelético, daño de tejidos blandos y puede conducir a artritis precoz.
La falta de un saneamiento adecuado en muchas zonas rurales subdesarrolladas lleva además a que sean las mujeres las que tienen que lidiar en primera línea con enfermedades transmitidas por el agua como el cólera o la esquistosomiasis, una infección causada por gusanos parásitos que viven en el agua dulce. Según la ONU, más de 3.000 millones de personas sufren riesgos sanitarios por el vertido de aguas residuales sin tratar a ríos, lagos y océanos y cada año mueren más de 2,2 millones de personas en los países en desarrollo por culpa de enfermedades prevenibles que están fuertemente asociadas con la falta de acceso a agua potable y, aunque no existen estadísticas de fallecimientos divididas por género, desde WaterAid calculan que este tipo de enfermedades tienen el doble de posibilidades de afectar a las mujeres y niñas.


Eso sí, las enfermedades no son la única amenaza a la integridad física de las mujeres relacionada con la falta de agua limpia. Según una encuesta publicada a principios del pasado octubre por el International Rescue Committee (IRC), el aumento de la demanda de agua en los hogares provocado por la pandemia de coronavirus significa que las mujeres y las niñas pasan más tiempo en los puntos de agua, donde están sufriendo cada vez más diferentes formas de violencia de género.
Los motivos de esta violencia, que afecta especialmente a las mujeres desplazadas o refugiadas en África, son varios. Por un lado, las colas y el aumento de las necesidades de saneamiento debido a la pandemia de coronavirus están obligando a las mujeres a caminar distancias más largas. Por otro, la violación del toque de queda impuesto en muchos países subdesarrollados acaba por ser inevitable, lo que aumenta el riesgo de sufrir acoso y violencia a manos de oficiales militares y policiales. Además, los requisitos de distanciamiento social significan que caminar en grupos, una medida de seguridad tradicional, es imposible ahora mismo.
Impulsar un cambio real
Empoderar a las mujeres y a las niñas en países en vías de desarrollo no solo serviría para atajar estos problemas relacionados con la falta de agua potable, sino que además incita a tener economías prósperas y sociedades inclusivas, además de impulsar la productividad y el crecimiento. Ya en el año 2012, la entonces Directora Ejecutiva Adjunta de ONU Mujeres, Lakshmi Pur, reclamó la necesidad de “reconocer a las mujeres como administradoras del recurso hídrico, agricultoras e irrigadoras, que contribuyen a garantizar una producción y consumo sostenibles de alimentos y a salvaguardar el entorno y los recursos hídricos dentro de los hogares y las comunidades”.
Un ejemplo los beneficios que puede tener el cerrar la brecha de género en el acceso al agua podría ser el Proyecto de Suministro Rural de Agua y Saneamiento del Banco Mundial en Marruecos, pensado para reducir la carga de las niñas que tradicionalmente son las encargadas de conseguir agua, con el fin de mejorar su asistencia a la escuela. En las seis provincias donde se implementó el proyecto, la asistencia de las niñas a la escuela aumentó un 20% en cuatro años, ya que un acceso fácil al agua potable reduce en un 50% a 90% el tiempo que dedican las mujeres y las niñas a conseguir agua y permite por tanto mejorar su integración educativa y laboral.


Estrategias similares han funcionado en Pakistán, donde la colocación de fuentes de agua más cerca de las casas se asoció a un mayor tiempo dedicado a trabajar en el mercado por parte de mujeres o en Tanzania, donde una encuesta reveló que la asistencia de las niñas a la escuela era un 15% mayor para las niñas cuyas casas estaban a 15 minutos o menos de una fuente de agua que para las de casas que estaban a una hora o más de distancia.
