Los Objetivos de Desarrollo Sostenible cumplen este viernes seis años sin demasiado que celebrar. Después de décadas de progreso global a la hora de abordar problemas sociales como la pobreza, la corta esperanza de vida y la desigualdad de ingresos, la pandemia de coronavirus ha hecho retroceder una parte de lo conquistado, trayendo el primer aumento de la pobreza extrema en una generación, multiplicando el número de personas que están en una situación de desempleo e inseguridad alimentaria e incluso degradando la esperanza de vida muchos países. Al mismo tiempo, el frente ambiental está paralizado: con la acción climática internacional pospuesta por la crisis pandémica y a pesar de un breve momento en el que parecía que las restricciones a la actividad podían traer consigo una reducción histórica de las emisiones de gases de efecto invernadero, finalmente en 2020 se registraron niveles récord de CO2 que en diciembre de ese año fueron de hecho un 2% más altas que en el mismo mes de 2019, según el Informe de los ODS 2021 de Naciones Unidas (ONU).
Una situación que, según el secretario general de la ONU, António Guterres, está dejando la Tierra y sus habitantes al borde del colapso. “Estoy aquí para hacer sonar la alarma (…) Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. O más dividido. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida. La pandemia del COVID-19 ha sobredimensionado las flagrantes desigualdades. La crisis climática está golpeando el planeta. La agitación desde Afganistán hasta Etiopía, pasando por Yemen y más allá ha frustrado la paz. Un aumento de la desconfianza y la desinformación está polarizando a la gente y paralizando las sociedades. Los derechos humanos están bajo fuego. La ciencia está siendo atacada. Y los salvavidas económicos para los más vulnerables llegan demasiado poco y demasiado tarde… si es que llegan. La solidaridad está ausente, justo cuando más la necesitamos”, aseguró el mandatario durante su discurso esta semana ante la Asamblea General de la ONU.
El catastrofismo de Guterres está más que justificado. Según el último informe de la ONU sobre progreso en la Agenda 2030, en el último año se han detenido e incluso revertido años de progreso. Aunque algunas estas tendencias comenzaron incluso antes de la pandemia, el coronavirus ha exacerbado los problemas. Y si bien el impacto más evidente ha sido en la salud, con una mayoría de los países reportando una caída de la esperanza de vida y problemas serios para mantener la funcionalidad de sus sistemas sanitarios, la pandemia afecta a todas áreas del desarrollo sostenible


Los datos hablan por sí sólos: 119-124 millones de personas volvieron a la pobreza extrema en 2020, el número de habitantes que está pasando hambre ha subido de los 70 a los 161 millones, una cantidad adicional de 101 millones de niños de primaria vieron caer sus niveles de alfabetización y se ha perdido el equivalente a 255 millones de puestos de trabajo a tiempo completo. Además, la producción manufacturera mundial se ha desplomado, el progreso logrado en la reducción de la desigualdad de ingresos desde la crisis financiera se está revirtiendo sobre todo en los países menos desarrollados, ha aumentado el riesgo de explotación de los niños y la inversión extranjera directa ha caído un 40%.
Por otro lado, la parte hídrica que impulsa el ODS 6, a pesar de ser central para la consecución del resto de la Agenda 2030 y ser una de las pocas metas cuyo cumplimiento tiene enormes impactos tanto sociales como ambientales, sigue sin recibir suficiente impulso a pesar de la importancia que han cobrado aspectos como la higiene de manos con la pandemia. Más de 2.000 millones de personas todavía carecen de agua potable gestionada de forma segura, incluidos 771 millones que no tienen ningún tipo de acceso al líquido vital, y 3.600 millones de personas todavía carecían de saneamiento gestionado de forma segura, de los cuales 1.700 millones que ni siquiera tienen un saneamiento básico. Unas cifras especialmente graves si se tiene en cuenta que el notable progreso que se había realizado a lo largo de la última década se ha prácticamente paralizado este último año.
ODS climáticos a la espera
En el lado ambiental, la situación es también de parálisis a la espera de lo que pueda dar de sí la próxima Cumbre del Clima de Glasgow (COP26). La crisis climática, la crisis de la biodiversidad y la crisis de contaminación persisten a pesar de la pandemia y las concentraciones de los principales gases de efecto invernadero continúan aumentando, por lo que el mundo sigue lamentablemente fuera de ruta en el cumplimiento del Acuerdo de París. Según el informe de la ONU, las emisiones globales todavía «deben reducirse en un 45% para 2030 con respecto a los niveles de 2010 y alcanzar emisiones netas cero para 2050», algo que, sin acciones y políticas concretas que destierren definitivamente los combustibles fósiles parece una quimera.
Por el momento, las últimas actualizaciones de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), que son las reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero previstas por los países, han sido presentadas por 113 partes que abarcan aproximadamente el 59% de los firmantes del Acuerdo de París y representan el 49% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI), por lo que se prevé un aumento considerable de las emisiones globales de GEI en 2030 en comparación con 2010, de alrededor del 16%. Este crecimiento, motivado en parte por la negativa de grandes contaminantes como Rusia, Turquía o Australia a presentar planes de neutralidad climática, puede situarnos en un mundo con una temperatura media que aumente en 2,7°C para finales de siglo.


Además, la biodiversidad está disminuyendo y los ecosistemas terrestres se están degradando a un ritmo alarmante. En el océano, aunque las áreas marinas protegidas han «aumentado significativamente» en el último lustro, el progreso se ha estancado el pasado año y las «zonas muertas del océano -áreas de agua que carecen de suficiente oxígeno para sustentar la vida marina- aumentaron de alrededor de 400 en 2008 a aproximadamente 700» . En los ecosistemas terrestres, la deforestación, la degradación de la tierra y el tráfico de vida silvestre (entre otros problemas) amenazan al 28% de las especies con la extinción y, al igual que en el océano, los esfuerzos para proteger las áreas de biodiversidad se han estancado. Es más, entre 2000 y 2020, hemos perdido casi 100 millones de hectáreas de tierras forestales.
Es cierto que también hay algunas señales positivas. La inversión en esfuerzos de mitigación y adaptación, como el desarrollo de energía renovable, la provisión de financiamiento climático y la protección de ecosistemas terrestres y marinos, están aumentando, pero todavía se necesitan esfuerzos mucho mayores, especialmente en la inversión destinada a los países más pobres. En concreto, se estima que los países ricos no han alcanzado el objetivo colectivo de entregar 100.000 millones de dólares anuales para 2020 para ayudar a los países vulnerables a reducir sus emisiones y hacer frente a los impactos climáticos, como reclamaba la ONU. Según el análisis de la OCDE del conjunto de datos completo más reciente, la financiación climática se estancó en 2019, dejando una brecha de 20.000 millones de dólares que es poco probable que se haya cerrado desde que llegó la pandemia de coronavirus.
Retos en España
Aunque sin duda el gran desafío para lograr los ODS está sobre todo en el mundo en desarrollo, como demuestran los datos, eso no quiere decir que en países como España no quede camino por recorrer. Según el Informe de Desarrollo Sostenible 2021, publicado por Cambridge University Press y la Fundación Bertelsmann España se sitúa en el puesto número 20 entre los 165 países que recoge el índice global de desarrollo sostenible, con una puntuación de 79.5 sobre 100 que le sirve para ascender dos puestos en el ránking respecto al pasado año. Una progresión motivada por los avances en algunas áreas de la Agenda 2030 como el ODS 1 (Fin de la pobreza), ODS 3 (Salud y bienestar), ODS 5 (Igualdad de género) y ODS 16 (Paz, justicia e instituciones sólidas), que sin embargo se ve empañada por el estancamiento e incluso el retroceso en otras metas.
En concreto, según el análisis realizado por Forética, la información reportada para el ODS 2 (Hambre cero) presenta un desempeño negativo, con significativos retrocesos en tres de los nueve indicadores incluidos. Además, España se encuentra por debajo de la media europea en el desempeño del ODS 8 (Trabajo decente y crecimiento) o el ODS 10 (Reducción de desigualdades), incluso antes de la pandemia, según datos de Eurostat. Por otro lado, el desempeño vinculado al impacto medioambiental presenta retrocesos significativos, especialmente en lo relativo al ODS 13 (Acción por el clima) y ODS 15 (Vida en la tierra) resultado de la falta de reducción en el uso de combustibles fósiles y la creciente pérdida de biodiversidad.


“Aunque el impacto social de la pandemia ha sido el más evidente, los retos ambientales más urgentes persisten, como la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y la contaminación. La
pandemia ha mostrado la interacción e interdependencia de todos ellos: salud, bienestar, prosperidad social y económica, crisis climática, protección de la naturaleza -entre otros- y, por tanto, la visión holística del desarrollo sostenible que define la Agenda 2030 y sus 17 ODS. Así, las soluciones a los retos actuales han de ser sistémicas y estructurales siguiendo los ODS como hoja de ruta”, subraya Elena Ruiz, coautora del Informe de Forética.
