Solamente alrededor del 1% de los viajeros escoge la opción que ofrecen las aerolíneas para compensar las emisiones de carbono de su vuelo. Las razones para ello varían desde una aversión a aumentar un gasto que ya es elevado, una falta de confianza en el impacto de la medida, a una sencilla falta de interés. En cualquier caso, el dato revela un problema en la estrategia de sostenibilidad actual en la industria turística: la responsabilidad recae principalmente sobre los consumidores y no sobre las empresas y organizaciones que proveen los servicios. Un gran obstáculo para tener un verdadero turismo sostenible.
Para cambiar esta dinámica, recientemente se han firmado declaraciones, esbozado modelos y puesto en marcha programas sostenibles desde diferentes ámbitos. A pesar de la enorme diversidad de estas iniciativas, todas ellas coinciden en un punto fundamental: se debe ampliar el foco con el que se analizan los impactos del sector y, basándose en esta nueva lectura, formular renovados objetivos para la industria en su totalidad.
Este proceso debe partir de la conciencia de que el turismo tal y como lo concebimos es una comodidad contemporánea que nunca va a ser completamente sostenible en el sentido más estricto del término, señala Claudio Milano, investigador sobre el turismo y sus efectos en nuestras sociedades.“El desplazamiento que implica viajar supone una serie de emisiones inevitables, que pueden ser limitadas en mayor o menor medida en función del destino o el método de transporte elegido, pero que siempre estarán presentes”.
En la actualidad el sector genera alrededor del 5% de las emisiones globales, tras un aumento del 60% desde 2005, y se proyecta que este porcentaje siga creciendo en los próximos años. Sin embargo, a pesar de que los vuelos son una pieza esencial para todo el engranaje turístico, los defensores del turismo sostenible aseguran que hay distintas maneras de reducir, o más bien mejorar, la huella que deja esta industria, además de sustituir el avión por el tren para trayectos cortos.


En primera instancia, se propone trabajar con una definición de sostenibilidad más amplia. Esta renovada concepción, señalan, debe tener en cuenta toda la cadena de actores, sus condiciones socioeconómicas, y los impactos positivos y negativos que se generan o sufren a raíz de los servicios que prestan. Si se aplicase, la sostenibilidad en el sector del turismo iría más allá de las emisiones causadas por el transporte e incluiría, entre varias otras cosas, un rechazo a condiciones laborales precarias, la construcción de cadenas de suministros locales, una más equitativa repartición de los beneficios del turismo o un mayor control de la presión ejercida sobre el mercado inmobiliario. En otras palabras, el turismo sostenible sería aquel que produce efectos positivos en las sociedades y ecosistemas de los destinos.
Cambiar la oferta turística
Bajo esta concepción se entiende mejor por qué es ineficaz cargar al viajero con la responsabilidad de realizar un viaje sostenible, explica Ben Lynam, de The Travel Foundation, una ONG internacional enfocada en promover el turismo sostenible. “El sector es una red muy complicada de negocios, ya que cuenta con un 80% de empresas pequeñas, así que son mil cosas que se le pide analizar al turista, que además no son inmediatamente evidentes en todos los casos. En cambio si todas las ofertas disponibles son de lo que llamamos ‘turismo bueno’, la gente las tomará sin pensarlo dos veces”. La mayoría de los promotores de una transformación en la industria comparten esta visión y, por lo tanto, buscan trabajar más con las empresas y organizaciones para cambiar la oferta que con el público para modificar la demanda.
El reto fundamental de esto, sin embargo, es que ese cambio implica también alejarse de la idea de un crecimiento perpetuo, lo cual va en contra del modelo empresarial imperante. Este ha llevado al sector a ser dominado por el turismo de masas, en donde el mundo entero es accesible al turista, se mueven enormes cantidades de dinero y se fomenta el desarrollo de nuevas infraestructuras, pero también con el cual algunos destinos están al límite medioambiental o social.
Este estado crítico se evidenció de manera inédita con el parón absoluto causado por el coronavirus. De repente algunas zonas del mundo volvieron a tener presencia de vida salvaje y algunas ciudades saturadas por el turismo vieron cómo sus economías locales se revitalizaron de una forma natural. Sin embargo, las lecciones aprendidas no se pusieron en práctica. “Al igual que tras la crisis del 2008, el turismo, en este caso, se ha visto como una herramienta para la rápida recuperación económica. Más que aprovechar el momento para replantear el futuro de la industria, se está buscando volver cuanto antes a los niveles de turistas previos a la pandemia”, se lamenta Claudio Milano.


No obstante, hay ejemplos que evidencian progreso en la materia y un mayor compromiso. En la COP de Glasgow el sector turístico y las naciones presentaron una declaración firmada donde prometen tomar acción a favor de la lucha contra el cambio climático. El objetivo más importante, aseguran, es reducir las emisiones del sector a la mitad para 2030, aunque no se especifica cómo se logrará.
España también se ha puesto como objetivo adoptar medidas hacia un turismo más sostenible, con su propia Estrategia de Turismo Sostenible. Al ser un país muy dependiente de esta industria, es un paso especialmente valioso si bien no propone un decrecimiento, como recomiendan algunos expertos como Milano. En cambio, aboga por un modelo de crecimiento que esté basado eso sí en los principios de calidad y digitalización, preservación natural y cultural, beneficio social, participación y adaptabilidad constante.
Coaliciones y certificados
Asimismo, fuera del ámbito gubernamental también hay movimientos en esta dirección. La coalición the Future of Tourism, por ejemplo, une a seis grandes ONG en una sola voz apelando por el cambio en el sector. Esta se conformó, precisamente, tras el parón inicial causado por el coronavirus, con el objetivo de instar a una reconstrucción del sector que transformase el turismo hacia los preceptos de la sostenibilidad. A día de hoy se han unido bajo sus 13 principios decenas de organizaciones y empresas de todo el mundo, comprometiéndose así a ofrecer servicios más sostenibles.


Este tipo de propuestas se suman a certificados de sostenibilidad que existen desde hace años, como las del Consejo Global de Turismo Sostenible (GSTC por sus siglas en inglés), las cuales garantizan que los proveedores de servicios siguen prácticas sostenibles y facilitan el proceso de selección para los viajeros. Como esta hay bastantes más, que varían en pequeños elementos, pero precisamente la variedad de certificados y el alto precio que suponen para pequeñas empresas implican que sigan sin estar generalizadas.
El último gran paso que hace falta son medidas políticas más importantes y drásticas, advierte Milano, pues a punta de promesas y compromisos el progreso es prácticamente imperceptible. Un ejemplo de esto puede ser la reciente decisión de Venecia de vetar a los cruceros atracar en sus aguas, lo cual transformará el paisaje de una ciudad que llegó a ser definida por el turismo, llevándola a una situación crítica. Todavía falta para poder ver claramente cómo será el sector en el futuro, pero con decisiones como esta, y tantos proyectos encarrilados hacia el mismo objetivo, parece que la búsqueda de turistas sostenibles está cambiando al fin la de turismo sostenible.
