La inversión es probablemente el corazón del capitalismo financiero actual. Ya sea para ahorrar o con fines especulativos, el movimiento de capitales con el objetivo de lograr el mayor rendimiento económico posible es una de las claves del sistema económico globalizado en el que vivimos. Por supuesto, las inversiones son absolutamente necesarias para generar crecimiento y empleo, pero en muchas ocasiones tienen consecuencias negativas al centrarse sólo en la cuestión pecuniaria. El cambio climático ofrece un ejemplo claro: muchas empresas petroquímicas, madereras o de transporte continúan con actividades muy perjudiciales para el medio ambiente porque siguen siendo lucrativas.
Cambiar este modelo parece indispensable si se quiere luchar contra el calentamiento global y alcanzar los objetivos de descarbonización que muchos países europeos esperan lograr para 2050. Es aquí donde entra en juego el concepto de economía de impacto. Este modelo propone que las inversiones no se rijan solo por el beneficio sino que tengan además un impacto social y medioambiental, con especial atención a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
La economía de impacto ha crecido exponencialmente durante la última década, reuniendo a miles de personas, empresas e inversores de todo el mundo que enfocan la economía como una fuerza para el desarrollo social y ecológico. En España es un sector que está aún en fase embrionaria, pero que avanza con fuerza de la mano de una serie de empresas pioneras. Una de ellas es Angela Impact Economy, una consultora especializada en economía de impacto que busca expandir las posibilidad de esta forma de ver la inversión en el mundo financiero español.
Su fundador y actual director, Raúl Mir, es tajante. “En unos años, el 100% de la inversión o casi el 100% de la inversión va a ser de impacto. Hay un claro apetito en el criterio inversor: sin impacto positivo hay cada vez menos intención de invertir”, explica este valenciano con gran experiencia en el sector de las finanzas. Su proyecto con Angela espera precisamente impulsar y, sobre todo, identificar correctamente este tipo de inversiones de impacto para facilitar que las empresas y los actores financieros puedan ir más allá del simple rendimiento económico en la configuración de sus carteras.
Las opciones son casi infinitas. “Trabajamos con los 17 ODS, lo que abarca prácticamente todos los sectores y cualquier ámbito de la vida tanto ambiental como social” apunta Mir, que recuerda no obstante que en cualquier caso se debe invertir en compañías en las que haya un potencial retorno económico, “porque si no la inversión pierde su propia esencia”. Es decir, la economía de impacto no es filantropía, siempre buscará la rentabilidad. Lo importante, es que ese no es el único criterio.
Evitar el greenwashing
Para lograr consecuencias sociales y ambientales reales mediante la inversión, lo más importante es medir y objetivizar en la medida de lo posible ese impacto. “Es imprescindible que la economía evolucione hacia una economía de impacto, hacia un capitalismo consciente. Tenemos que darnos cuenta que se pueden hacer negocios y ganar dinero pero que tiene rentable para todos: inversor, empresario, consumidores, sociedad y medio ambiente. Para eso se tiene que poder medir correctamente”, explica Mir.
A nivel mundial, existen diferentes plataformas de medición de impacto internacional que cuentan con un cierto consenso respecto a las métricas y las variables. Eso sí, la base del análisis de impacto es homogénea: los ODS sirven de baremo universal. Es decir, los inversores pueden controlar el impacto de sus decisiones financieras comparando el grado de avance de un ODS concreto gracias a la actividad de una empresa.


Sin embargo, estas mediciones requieren también de complejos algoritmos informáticos que ayuden a cuantificar con precisión el grado de cumplimiento de un ODS en relación a una inversión de impacto puntual. “Nosotros estamos utilizando una herramienta de la consultora australiana Rooy que, a través de algoritmos, calcula el impacto que está generando la compañía”, señala Mir. A través del software, se puede medir por ejemplo cuánto contamina una empresa y por qué. Luego, se utiliza ese dato para tomar decisiones a futuro sobre la forma de producir o de operar que permita reducir esa contaminación de la forma más eficiente.
“Es imprescindible ser objetivo y tener trazabilidad, para poder extrapolar los datos y trazar una senda consciente y calculable”, remata Mir, que considera que ésta es la única manera de evitar el greenwashing por parte de las empresas. “Estos sistemas te permiten objetivizar el impacto, por lo que elimina esa práctica”, apunta el fundador de Angela Impact Economy.
Reorientar el impacto
En cualquier caso, como hemos visto, la economía de impacto no se centra solo en asesorar a los inversores para que pongan su dinero en opciones social y ambientalmente sostenibles, sino también en aconsejar a las propias empresas para que reorienten su actividad para cumplir con los ODS. Esta transformación no solo es beneficiosa desde un punto de vista de gobernanza, sino que tiene dos ventajas puramente económicas. Por un lado, al haber cada vez mayor concienciación del consumidor en estos temas, el impacto social ayuda a la empresa a posicionarse positivamente frente a la competencia.
Pero, sobre todo, está la importancia que va a tener el cumplimiento de las normativas ambientales y sociales en en el futuro de muchas empresas. Grandes estrategias regionales como el Pacto Verde Europeo buscan orientar la legislación hacia la obligatoriedad de este tipo de inversiones, lo que podría forzar a muchas compañías, sobre todo pequeñas y medianas empresas, a buscar fuera los servicios necesarios para adaptar sus modelos de gestión.
“La verdadera clave para que la economía evolucione hacia el impacto es que las empresas sean conscientes de que, cambiando sus maneras de producir, vender y fabricar, y si se guían por criterios sostenibles, van a ser más competitivas. No solo porque los consumidores demandan esto, sino porque así van a poder cumplir mejor y más rápido las normativas y las obligaciones de la administración pública” explica Mir.


De todas formas, en España aún queda mucho trabajo por hacer. “En nuestro país hay agentes de inversión de impacto desde hace casi una década que llevan a cabo iniciativas interesantes, pero estamos a años luz de otras zonas geográficas, sobre todo de los países anglosajones”, apunta el fundador de Angela Impact Economy, que, sin embargo, es optimista. “Las tasas de crecimiento de la inversión de impacto están siendo increíbles. Cada vez hay más iniciativas, más fondos, más fondos de fondos, más gestoras que buscan esta inversión con impacto ambiental o social. Se está demostrando que esta tipología de inversión es muy solicitada por el sector privado y cada vez lo va a ser más”, explica.
Puede que sea necesario un cambio de actitud, pero este cada vez parece más cercano. El objetivo es tan simple como ambicioso: que los negocios no solo sirvan para obtener rendimiento económico, sino que contribuyan a dar soluciones y beneficien a las personas y al planeta. Para esto será necesario tanto intentar resolver los problemas sociales y ambientales importantes como reconocer y reducir los impactos negativos y externalidades. La economía de impacto puede ser un buen vehículo para lograrlo.
