«Las ciudades son el lugar donde se ganará o perderá la batalla climática». Son palabras del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, en la Cumbre Mundial de Alcaldes celebrada hace un año en Copenhague.
Más de la mitad de la población mundial vive ya en ciudades y se espera que la cifra llegue al 60% para el año 2030. En el caso de España, la población urbana está ya en el 80%. Es una muestra clara del proceso de centrifugación que los centros urbanos ejercen en nuestro territorio.
No son datos nuevos. Suelen recordarse en fechas como el Día Mundial de las Ciudades, que se celebra mañana, 31 de octubre. Pero este año los números toman una actualidad imperiosa.
Hace un año, cuando Guterres se dirigía a los principales mandatarios de las urbes, no podíamos ni imaginar que una pandemia de alcance planetario como la de la COVID-19 nos obligaría a vivir confinados en nuestros hogares, y sin poder salir del área perimetral de nuestros municipios, tal y como estamos viviendo un gran porcentaje de ciudadanos en esta segunda ola de expansión del virus. Es público y notorio que gran parte de la humanidad es urbana… y lleva meses confinada en ciudades, barrios y casas.
Hoy, si acaso, queda más patente que nunca que las ciudades requieren amabilidad y resiliencia. Y un gran pacto social que haga que los entornos urbanos puedan seguir avanzando en sus políticas de mitigación y adaptación a otras grandes crisis, como las del cambio climático, que subyace a nuestra realidad y que, ante la sobreexposición a urgencias como la de la COVID-19, corre el riesgo de caer relegada a un segundo plano.
«Se precisa un gran pacto social que haga que los entornos urbanos puedan seguir avanzando en sus políticas de mitigación y adaptación»
La capacidad de las ciudades para responder a los grandes desafíos depende de la habilidad de los agentes sociales para entenderse. Y de la voluntad para asentar los pilares de un marco de entendimiento, cooperación, trabajo conjunto y alianzas, conforme al ODS 17 de Naciones Unidas. El mundo no puede ofrecer respuesta a los grandes desafíos de la humanidad si no es con una visión integradora e inclusiva. Si no es con amplitud de miras.
¿Cómo no plantearse qué son las urbes, para qué sirven, cómo pueden ser más resistentes a la epidemia, más sanas, más habitables?
Esta reflexión es la que están llevando a cabo de forma rápida y forzosa cientos de capitales del mundo. Mientras se trata de contener el avance de la enfermedad se ha abierto un fértil horizonte de transformaciones, desde Madrid hasta Santiago de Chile y de Nueva York a Tokio.
Adaptación al cambio climático
Frenar la pandemia derivada de la disrupción de la COVID-19 en nuestras vidas, que ha golpeado al sistema sanitario, a nuestras economías, a nuestro modelo de producción y la forma en que nos relacionamos es, sin duda, un desafío urgente que requiere de respuestas inmediatas; pero no debemos perder de vista que otras grandes cuestiones asolan el futuro para las ciudades. Mitigación, resiliencia y adaptación a los efectos del cambio climático, que plantea un horizonte de incertidumbre y con más fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor, inundaciones o sequías.
Las ciudades necesitan adaptarse a esta nueva realidad y potenciar su resiliencia o capacidad de reponerse a los cambios. Como señala la Agencia Europea de Medio Ambiente en un informe recién publicado, la construcción continua en las llanuras aluviales, la mayor cobertura del suelo con cemento o asfalto, la falta de espacios verdes y la expansión hacia la periferia están haciendo que las urbes sean más vulnerables.
Ante esto, la capacidad de previsión, de generar sistemas de alerta y de movilizar a todos los actores implicados es clave. “Nos esforzaremos por hacer que la resiliencia y la reducción del riesgo de desastres sean parte de la planificación de desarrollo urbano y asignaremos fondos para planes de contingencia”, afirmaban en su declaración final los alcaldes de las principales capitales reunidos hace escasos días en el Forum of Mayors de la comisión de Naciones Unidas para Europa (UNECE).
Precisamente, el lema de 2020 del Día Mundial de las Ciudades es Valorando nuestras comunidades. La idea, según Naciones Unidas, es hacer ver que los administradores urbanos “deben involucrar a todas las partes interesadas para co-crear las ciudades del futuro”.
Agua y ciudades
Sin duda, el agua es un elemento clave en la adaptación de las ciudades al cambio climático. Y un ejemplo claro del tipo de trabajo colaborativo que hay que llevar a cabo en ese ámbito es el que se ponía en común la semana pasada en la conferencia Urban Resilience in a context of Climate Change (URCC), donde se mostraron los últimos avances en la creación de herramientas de planificación de riesgos aplicables a diversas ciudades.
“Es clave la colaboración entre todos los actores implicados en la resiliencia y, en particular, la colaboración público-privada entre administraciones públicas y operadores de servicios urbanos”, concluyeron su exposición los ponentes internacionales en las jornadas.
“La pandemia es un desafío inmediato, pero el gran reto futuro para las ciudades es el cambio climático”
Pero, además de planificación, hace falta también tomar medidas. Porque como recuerda la Agencia Europea de Medio Ambiente “hasta ahora hemos avanzado en desarrollo de conocimientos y políticas, pero las soluciones de adaptación física, como el desarrollo de más espacios verdes o el ajuste de los sistemas de alcantarillado para hacer frente a las inundaciones repentinas, aún no se han implementado por igual en toda Europa”. Y en ese sentido basta ver el déficit de inversión en renovación de infraestructuras del ciclo urbano del agua que arrastra nuestro país para ser conscientes de lo que falta por recorrer.
En ese sentido, las inversiones del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española deben destinarse en buena parte a medidas efectivas de adaptación al cambio climático en ciudades. Un campo que evitará pérdidas futuras por desastres y generará empleo y valor añadido en el proceso. En el mismo sentido debería empujar la Ley Nacional de Arquitectura y Calidad del Entorno Construido que el Gobierno está ahora mismo tramitando.
La Agenda Urbana Española ya aboga por ello. Tal y como la presentó el Gobierno cuando la impulsó a comienzos de 2019, es una hoja de ruta “para que todos los actores, públicos y privados, que intervienen en las ciudades y que buscan un desarrollo equitativo, justo y sostenible puedan elaborar sus planes de acción”.
La ciudad es hoy el ecosistema humano dominante. Y en nuestra mano está configurarlo a nuestra escala. Desde la antigua Grecia, el término polis, ciudad, se ha asociado a encuentro, civilización, posibilidad de crecimiento social. La ciudad es un activador de la creatividad humana por su capacidad de acumulación de valor y suma de individualidades en beneficio de un bien mayor. En el contexto del cambio climático debemos insistir en la construcción de alianzas y en la colaboración público-privada para hacer de las ciudades espacios más habitables y resilientes.
