Alimento y agua siguen siendo, desde el comienzo de la historia, las preocupaciones esenciales de la humanidad. Así lo demuestra una reciente encuesta lanzada por el Foro Económico Mundial en una treintena de países en la que indagaba sobre cuál es el Objetivo de Desarrollo Sostenible de la ONU que los ciudadanos consideran más esencial.
El resultado es concluyente: para la mayoría de los ciudadanos el ODS 2, Hambre Cero, y el ODS 6, Agua limpia y saneamiento para todos, son los fundamentales entre los 17 ODS de Naciones Unidas.
Precisamente hoy, cuando se celebra el Día Mundial de la Alimentación, es un buen momento para reflexionar sobre la íntima conexión que el agua y el abastecimiento de alimentos tienen en el mundo del siglo XXI.
Desde 1979, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) promueve esta efeméride para reclamar la necesidad de disminuir el hambre en el mundo, propósito que también busca la ONU a través de la Agenda 2030 (ODS2).
El objetivo está lejos de cumplirse. La población mundial actual se estima en 7.700 millones de personas. De ellas, según la FAO, hay 2.000 millones que no tienen acceso regular a “suficientes alimentos inocuos y nutritivos”, estadística que incluye elementos básicos de salubridad y de valor nutricional, y no solo de aporte calórico.
El drama es aún mayor para los 690 millones de personas que sufren directamente hambre; y para los 135 millones de personas en 55 países que padecen hambre aguda y precisan asistencia alimentaria, nutricional y de medios de vida urgente.
Dado el nivel de emergencia, no es extraño que acabe de concederse el Nobel de la Paz al Programa Mundial de Alimentos de la ONU por sus esfuerzos en combatir el hambre a nivel global y, especialmente, en zonas de conflicto.
«La primera de las claves para paliar el hambre en el mundo pasa por el buen uso del agua, centrado en el ahorro, la eficiencia y la reutilización»
Como afirma el secretario general de la ONU, António Guterres, “en un mundo de abundancia, es inconcebible que cientos de millones de personas se acuesten cada noche con hambre”.
Todos los avances tecnológicos y de gobernanza global realizados durante el siglo XX no han sido suficientes para erradicar la necesidad que ha atenazado al ser humano desde el Neolítico.
La llamada revolución verde de la segunda mitad del siglo XX, marcada por el uso de fertilizantes industriales, la motorización y otros avances técnicos, permitió multiplicar la producción agrícola por hectárea.
Pero ese incremento productivo se vio empañado por el aumento de la población, que se ha duplicado desde 1970 hasta ahora, y por la incapacidad para hacer un mejor reparto de los recursos.
Respecto a la distribución, no podemos decir que hayamos avanzado. Mientras cientos de millones de personas pasan hambre cada día en el mundo, hay otros tantos que sufren el problema opuesto.
FAO estima que en el mundo hay 672 millones de adultos y 124 millones de menores que son obesos. Una paradoja que debería sonrojarnos como civilización global, y que no hace sino demostrar que no hemos sido capaces de gestionar adecuadamente el reparto de los bienes. A ello ha de sumarse la crisis climática y la pérdida de biodiversidad, que sin duda marcan un horizonte de más incertidumbre.
La pérdida de riqueza biológica y un panorama climático cambiante no ofrecen un marco de certeza a la producción de alimentos
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo afrontar la producción de alimentos en el siglo XXI? Lo cierto es que las respuestas ya existen, y están en marcha en diversos lugares, entre ellos España, un país que es pionero en buenas prácticas agrícolas. Debemos entender la agricultura como un elemento básico, centrado en la sostenibilidad y que maneja recursos finitos y sensibles, como son el suelo y el agua.
En ese sentido, la primera de las claves pasa por el buen uso del agua, centrado en el ahorro, la eficiencia y la reutilización. No hay que olvidar que el 70% del suministro de recursos hídricos del mundo se dedica a la agricultura y la ganadería.
Nuestro país es pionero en la eficiencia en el uso del agua, tecnificando su gestión para el ahorro y promoviendo una circularidad el manejo. Junto a Israel, somos el país que más cantidad de agua depurada reutiliza para la agricultura.
«Debemos entender la agricultura como un elemento básico, centrado en la sostenibilidad y que maneja recursos finitos y sensibles, como son el suelo y el agua»
Alimentar al mundo en el siglo XXI implica implementar cuestiones de gobernanza global, pero pasa también por activar una segunda revolución verde, una agricultura 4.0, esta vez basada en criterios de sostenibilidad y que permita optimizar el consumo de agua, los costes de la energía y mejorar el rendimiento de las cosechas. Y esa transición ya está en marcha.
Son muchas las empresas de nuestro país que son líderes mundiales en una agricultura tecnificada y de precisión, que hacen un uso eficiente de recursos escasos. Los sensores remotos, la observación por satélite, la selección de cultivos y el consulting especializado permiten al agricultor actual suministrar la cantidad justa de agua y nutrientes a cada sector del terreno, optimizando costes y evitando impactos ambientales negativos. Esta es una realidad actual, y no ciencia ficción.
«Las prácticas sostenibles son la clave para resolver en el siglo XXI un desafío tan antiguo como Altamira, el Nilo o Mesopotamia: el binomio agua y alimentos»
Es preciso contemplar la producción alimentaria en un contexto más general, relacionando la agricultura con la energía, la reducción de costes de los factores productivos y el agua como vector fundamental de esta apuesta por la excelencia sostenible.
Hoy 16 de octubre, día mundial de la alimentación, es un buen momento para reconocer la función esencial del sector primario, del campo, de su know how en el manejo del agua; la importancia en definitiva de un sector, la agricultura, que genera un gran valor añadido.
España es un país líder/ejemplo mundial en la gestión del agua; y las buenas prácticas en la agricultura son la clave para resolver en el siglo XXI un desafío tan antiguo como Altamira, el Nilo o Mesopotamia: el binomio agua y alimentos, ese mismo que es visto por la sociedad mundial, en un contexto de cambio climático, como el reto del momento y de siempre.
