España-Texas, lecciones que aprender y motivos de tranquilidad

España-Texas, lecciones del clima y aviso para no dormirse

España-Texas, lecciones del clima y aviso para no dormirse

En Texas acaban de ver lo frágil que puede volverse la más sólida de las sociedades cuando se unen clima y falta de adaptación de infraestructuras. En España gozamos de servicios de calidad que han resistido embates meteorológicos de todo tipo. Pero si no se invierte en renovación y adaptación todo lo que es necesario crecerá nuestra exposición al riesgo



En los últimos días, el estado norteamericano de Texas ha sido foco de las noticias en todo el mundo. Enfrentado a un temporal de frío y nieve totalmente inusual para su situación sureña, las infraestructuras de suministro eléctrico y de abastecimiento de agua han colapsado.

Hablamos de un estado cuya superficie es mayor que la de España, que alberga una población de 29 millones de habitantes y que es una de las regiones industriales más potentes de la mayor economía del mundo: EEUU. Y sin embargo ha ofrecido una estampa propia de una región en desarrollo desnuda ante las inclemencias del tiempo. Un atisbo y una señal de alarma sobre las incertidumbres que el cambio climático cierne sobre nuestras cabezas.

Podríamos pensar que estamos desamparados ante las fuerzas de la naturaleza, que cuando  éstas se desatan no hay nada que hacer. Pero no es así. Podemos y debemos protegernos. La adaptación al cambio climático es la clave de nuestros días, y tenemos la capacidad, los recursos y la necesidad imperiosa de hacer previsión y dotación de infraestructuras para abordar una situación en la que las tablas en las que se marcaban los periodos de retorno de fenómenos extremos han saltado por los aires.

En Texas acaban de ver lo frágil que puede volverse la más sólida de las sociedades cuando se unen clima y falta de adaptación de infraestructuras

Como vemos, ante eventos meteorológicos fuera de la dimensión habitual, del tipo que los que el calentamiento global va a hacer cada vez más frecuentes e imprevisibles, es posible que los sistemas fallen. Sobre todo, si no están preparados; si no han sido adaptados; si no se ha invertido en ellos a la luz del cambio climático, algo que científicos, gestores y profesionales del agua reclaman un día sí y otro también, nunca con el éxito que sería necesario ante el volumen de los desafíos que tenemos por delante.

España supera la situación

La primera reflexión que cabe hacer ante eventos como el que hemos visto ocurrir en Estados Unidos es apreciar hasta qué punto gozamos en España de unos servicios de calidad, aunque no los apreciemos lo suficiente.

Hemos vivido en nuestro país sucesos similares que, afortunadamente, no han causado tan graves consecuencias, como es un desabastecimiento de agua para cientos de miles de personas como el ocurrido en Texas. La tormenta Filomena, por ejemplo, colapsó este mes de enero bastantes ciudades del centro de España. Madrid acaparó los titulares, pero fueron muchas otras localidades las que pasaron por la misma situación y salieron bien paradas.

Como vimos, las calles se llenaron de nieve y hubo problemas graves de movilidad, algo casi entendible en un país que nunca había visto nevar así… Pero no faltó agua. En ningún sitio. Ni saneamiento de aguas residuales.

Si esto fue así se debió sin duda a la excelencia del servicio que prestan las empresas, ya sean privadas, públicas o mixtas, que aseguran el ciclo urbano del agua en los más de 8.000 municipios de nuestro país.

En Texas han faltado los abastecimientos básicos de electricidad y calefacción y de agua a cientos de miles de personas durante días.

Hablamos de resistir en casa sin luz ni agua con temperaturas de hasta menos 20 grados. Y en plena pandemia de coronavirus. Muchos texanos han buscado refugio en centros comerciales, locales públicos y todo tipo de tablas de salvación improvisadas como contaba nuestro corresponsal en EEUU en una reciente crónica.

Nuestro país, de climatología de extremos y situado en una franja geográfica propicia para eventos desmedidos, está acostumbrado a sufrir perturbaciones graves. No es solo Filomena. Hemos tenido también temporales de lluvia capaces de arrojar en un solo día la misma cantidad de agua que se recoge en todo un año, como padecimos con el temporal Gloria a finales de 2019. Y pese a los tremendos estragos de estos eventos, tampoco faltaron nunca los servicios esenciales, especialmente los de agua.

También hemos tenido sequías extremas, de más de un lustro de duración. Y desde los años 90, fecha de las últimas crisis de abastecimiento, se ha salido de ellas sin que ello se dejara notar en la calidad y regularidad que cada ciudadano encontraba en el grifo.

¿Cómo podemos olvidar en pleno siglo XXI y de cambio climático que España depende del agua?

En nuestra serie Agua y Ciudades, recorremos el mundo buscando casos de éxito y lecciones que aprender sobre la gestión de los servicios del agua urbana y la adaptación al cambio climático.

Uno muy reciente, por ejemplo, lo tenemos en Santiago de Chile, que ha padecido hace semanas un evento meteorológico singular e inusitado. Un río atmosférico que multiplicó por 10 el cauce fluvial de los torrentes andinos en apenas unas horas. Y ante ese golpe de la meteorología, los sistemas de agua de la capital chilena resistieron.

Lo hicieron gracias a las instalaciones de los Megaestanques de Pirque, infraestructura recién inaugurada y financiada por la empresa privada gestora del sistema, y que pasó de repente, apenas recién abierta, la prueba de fuego –o de agua, mejor dicho- para la que había sido diseñada.

Invertir es rentable

España arrastra un déficit de inversión en infraestructuras de agua que empieza a ser una losa sobre nuestro futuro.

Los grandes avances obtenidos en décadas, tanto en dotación de sistemas como en el desarrollo de un potente tejido profesional, empresarial y de conocimiento pueden diluirse si no se hace una apuesta decidida desde las instituciones para seguir apostando por aquello que es, en primer lugar, necesario, y que, además, ofrece retornos de todo tipo: sociales, económicos, de seguridad y de dinamización de un sector innovador y competitivo con proyección internacional.

No tiene sentido que el país de Europa que más estrés hídrico padece actualmente y que más expuesto al cambio climático está sea precisamente el estado europeo que más déficit inversor arrastra, como hemos contado repetidas veces en nuestro diario.

Vivimos en España como si el agua estuviera asegurada, cuando precisamente es lo contrario. Y si contamos ahora con capacidad de abastecimiento es por el esfuerzo continuado de actores muy diversos para dotarnos de un recurso que es escaso y valioso en nuestra geografía.

Que nuestro país no invierta en agua es algo similar a no dedicar energías a respirar

El agua ha sido -desde los tiempos del regeneracionismo del siglo XIX, el racionalismo de Carlos III o los grandes planes de los Austrias en el siglo XVI- el gran reto-país, el punto flaco de la nación con respecto a otras potencias europeas y el asunto que mejorar como sociedad para ganar en todo.

¿Cómo podemos ignorar en pleno siglo XXI y de cambio climático que España depende del agua? ¿En qué momento olvidamos que dependemos de ella? ¿Cuándo empezamos a pensar que sale sola del grifo y no gracias a un complejísimo entramado de gestión y previsión?

Existen muchas formas de negacionismo, la más conocida, por ejemplo, la del negacionismo del clima. Pero en nuestro país estamos empezando a solidificar otro negacionismo, que podríamos llamar acuático y del que escribimos recientemente.

El negacionismo acuático es ese que no quiere ver la realidad que tenemos ante nuestros ojos, la realidad de un país que depende del agua, que sabe muy bien cómo manejarla pero que no moviliza recursos, ni siquiera en las tremendas circunstancias de la reconstrucción del coronavirus. Pues como estamos viendo, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia España Puede que el Gobierno está a punto de presentar ante Bruselas ultima una reconstrucción que deja el agua en un segundo o tercer lugar de las prioridades.

Lecciones de Texas

En Texas acaban de ver estos días cuan frágil puede volverse la más sólida de las sociedades cuando clima y falta de adaptación de infraestructuras se unen en un momento brutal.

Saber que, de momento, nuestro país ha sabido resolver crisis de ese tipo no es motivo para dormirse en los laureles. Por el contrario, debería ser el acicate para apostar de forma decidida por garantizar que, en el futuro, y pase lo que pase con el clima, las precipitaciones, las temperaturas o las sequías, estaremos en disposición de abordar el reto.

Hace falta talento, conocimiento y tecnología. Y un tejido industrial y empresarial capaces de dinamizarlos. Y todo eso lo tenemos. Lo que falta, entonces, son esencialmente dos motores fundamentales: visión de Estado… e inversiones. Y en esto último la colaboración público-privada es esencial. En los últimos meses no han dejado de repetirse los mensajes desde diversas entidades y  sectores, como hacía la CEOE hace escaso tiempo, para movilizar los recursos privados en aras de una transición o reconstrucción verde.

Una transición que, en este caso, además de verde ha de ser azul. ¿O seguiremos practicando el negacionismo acuático hasta que las lluvias nos aneguen o las sequías nos agosten como país?



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