Si bien es cierto que cada vez llueve menos, ese descenso pluviométrico apenas es del 4% en este año hidrológico que acaba de terminar. Una caída que no justifica que empecemos el otoño con los embalses al 40% de su capacidad y que en algunas cuencas están cerca del temido o ansiado decreto de sequía.
La realidad del nuevo escenario es que cada vez llueve peor, con menos frecuencia, pero con más torrencialidad, de manera que el agua no hidrata, sino que erosiona los suelos en su escorrentía y amenaza a las ciudades y a la ciudadanía con una mayor exposición al riesgo de inundación y de sequía, como las dos caras de una misma moneda: el clima.
El año hidrológico, que comenzó el pasado 1 de octubre de 2020 y que terminó este jueves 30 de septiembre, pasará a la historia sin pena ni gloria, considerado, a falta de datos definitivos, como un “año normal” lejos del “año húmedo” que fue el de 2019-20, con apenas un 4% menos de lluvias de lo habitual. Ahora bien, con las precipitaciones distribuidas de manera irregular y con varias cuencas en situación de sequía hidrológica, según datos de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET).
Acabamos el año hidrológico con un 23% menos de agua que la media de los últimos diez años
Hasta el 26 de septiembre había llovido una media en el conjunto de España de 606 litros por metro cuadrado. Sin embargo, la cantidad de agua embalsada a estas alturas, 22.537 hectómetros cúbicos de agua, supone un 12,87% menos que en las mismas fechas de hace un año, y un 23,42% menos que la media de los últimos diez años.
Hay que remontarse a 2017 para encontrar una situación más baja en los embalses en esta misma semana, cuando estaban al 39,40%.
De hecho, a finales de agosto cinco cuencas presentaban situación de sequía. En concreto, la cuenca del Ebro, que entró en sequía precisamente el pasado mes de agosto, mientras que las del Júcar y Segura –que se encuentran en esta situación desde septiembre de 2020– han ido mejorando en los últimos días y «podrían salir» de ese estado de manera inminente. Justo a estas, la del Pirineo oriental entró en situación de sequía en febrero de 2021; y la cuenca Sur, en octubre de 2020.
Las lluvias torrenciales no solucionan las sequías
Otra característica de este año hidrológico es la distribución «irregular» de las precipitaciones, ya que en el Este llovió más de lo normal, mientras que en el Oeste se quedaron por debajo de los valores habituales.
Y ello a pesar de que donde más llovió fue en el oeste de la provincia de La Coruña y en el interior de Pontevedra, que han acumulado hasta 2.500 litros por metro cuadrado, frente a la isla de Fuerteventura, donde no se han recogido en los 12 meses «ni 50 litros por metro cuadrado», y en el sureste peninsular, como en la provincia de Almería y oeste de la región de Murcia, que han registrado una precipitación que no ha llegado ni siquiera a los 150-200 litros por metro cuadrado en todo el año.
La innovación tecnológica y la digitalización de los sistemas de medición y control climáticos que ha incorporado la Agencia Estatal de Meteorología permiten entender cómo esta falsa sensación de lluvia abundante no siempre se traduce en beneficios para paliar la sequía.
El agua, la fuerza del agua, tanto por exceso como por defecto, es hoy por hoy una de las principales amenazas del cambio climático en un país como España. Un país en el que hay que priorizar los esfuerzos financieros para revertir el déficit infraestructural que atesora la política hidráulica española. Con unas infraestructuras de almacenamiento casi al final de su vida útil, con más de 50 años, y una red de abastecimiento que, aunque garantiza el acceso universal al agua potable, necesita mejoras para adaptarse a la nueva realidad climática.
Una realidad climática acompañada del nuevo escenario normativo en el que están pendientes la incorporación de la nueva Directiva de calidad del agua potable. Una directiva cuya transposición será costosa. Ya advierten los legisladores que implicará grandes cambios en los materiales de distribución que están en contacto con el agua; la implementación de soluciones digitales para el control y la transparencia del uso del agua, y de sistemas de control de la calidad con unos estándares sanitarios de altísimo nivel.
Quizá la lluvia de fondos europeos esté a tiempo de resolver la sequía inversora en materia hidráulica de las últimas décadas
Además, los riesgos a mayores de inundación y sequía exigen planes de actuación que sin el arrope presupuestario corren el riesgo de quedar en papel mojado, nunca mejor dicho si lo que queremos es proteger a los ciudadanos y las ciudades dotándoles de mayor resiliencia frente a los fenómenos meteorológicos extremos que se avecinan.
Adaptación, mitigación, resiliencia y transformación no son nada sin medios financieros. La ciencia ha hecho el diagnóstico, las empresas y la investigación han puesto sobre la mesa las soluciones, y ahora la administración, más allá de plasmar lo anterior en una planificación, tiene que buscar la manera de financiarla para llevarla a término.
Quizá esta lluvia de fondos europeos que llegan para la transformación de España en su transición ecológica esté a tiempo de resolver la sequía inversora en materia hidráulica de las últimas décadas.
No puede haber una transición justa sin agua para todos
Sólo falta pues la determinación para que a este recién declarado bien de interés natural y social de primer orden, el agua, se le atribuya la importancia y el caudal económico que ayude a afrontar los efectos del cambio climático a la vez que facilita el desarrollo de actividades económicas y ambientales sostenibles.
La digitalización es un primer paso en esta transición azul, que debe ir seguida de infraestructuras adaptadas al cambio climático, de ciudades más resilientes, de sistemas de abastecimiento más eficaces, sostenibles y de calidad, porque no puede haber una transición justa sin agua para todos, y porque el pilar azul de la reconstrucción post pandémica es una oportunidad para que todo sea más verde.