Los populismos son incompatibles con la acción de Naciones Unidas. Así lo puso de manifiesto hace algo más de un año el secretario general de la organización, António Guterres, que señaló que el multilateralismo, la idea sobre la que se sostiene la bóveda de Naciones Unidas, “se ve cada vez más presionado por el populismo y el nacionalismo”.
“Necesitamos un multilateralismo inclusivo, en el que no solo los poderes ejecutivos sean parte del sistema, sino en el que, cada vez más, la comunidad empresarial, la sociedad civil, la academia y los parlamentos sean parte de la forma en que analizamos juntos los problemas y ayuden a definir estrategias, diseñar políticas y luego implementar esos planes”, explicó el veterano diplomático portugués en una cumbre parlamentaria de la ONU.
Este pensamiento, lejos de ser flor de un día, forma parte de la identidad de la organización. Al fin y al cabo, el multilateralismo es un principio rector para Naciones Unidas desde su fundación en 1945 y su misión ha sido siempre la de fomentar que el mundo tome decisiones consensuadas y lleve a cabo acciones conjuntas. Y, lejos de diluirse con el tiempo, el auge en los últimos años de populismos y extremismos diversos no ha hecho más que reafirmar a los principales organismos de la ONU en esta defensa cerrada de la colaboración y las alianzas como motor principal de las relaciones internacionales.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), uno de los mayores proyectos multilaterales en la larga historia de la ONU, son el mejor ejemplo de esto. En concreto, el último de los ODS, el 17, que es transversal a todos los demás, incide en la necesidad de impulsar una Alianza Mundial en la que participe todo el mundo (gobiernos, sector privado y sociedad civil) para encontrar soluciones a los problemas del siglo XXI.
«El auge de populismos y extremismos no ha hecho más que reafirmar a la la ONU en su defensa de las alianzas como motor principal de las relaciones internacionales»
Es más, la pandemia global y la crisis provocadas por la COVID-19, han supuesto un espaldarazo a esta apuesta de la ONU por tejer alianzas con todos los actores. Hace apenas dos meses, durante la celebración de la 75 Asamblea General, Guterres volvió a insistir en que los líderes mundiales “deben abandonar el populismo y el nacionalismo” en su respuesta coordinada al coronavirus.
Por eso resulta tan sorprendente que dos relatores del Comité de Derechos Humanos se unieran a Heller y otros tres ex-relatores, para ingeniar un discurso que dinamita por completo la que es y será la posición de consenso en Naciones Unidas: que la forma de gestión de un servicio o ayuda es totalmente irrelevante para la consecución de los Derechos Humanos.
La posición mantenida por Heller y sus “cinco camaradas” es precisamente esa de la que alerta Naciones Unidas y pide protegerse Guterres: puro populismo. Ante problemas complejos, soluciones sencillas e irreales.
Pero, sobre todo, este enroque en posiciones ideológicas difícilmente justificables, que está muy lejos de suscitar consenso siquiera entre los más de 50 relatores especiales que integran el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, puede poner en peligro el cumplimiento del gran objetivo internacional de las últimas décadas: los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y es que estas voces aisladas que pretenden excluir al sector privado parecen olvidar que el futuro del planeta concierne a todos, y que, además, es imposible cumplir con la Agenda 2030 sin el músculo económico y organizativo de las empresas.
«La posición minoritaria de Heller puede poner en peligro el cumplimiento del gran objetivo internacional de las últimas décadas: los Objetivos de Desarrollo Sostenible»
Sin ir más lejos, en el sector del agua, hace algo más de una semana, un total de 62 entidades europeas, de las cuales 40 españolas, firmaron una declaración conjunta para que la UE consagre el derecho humano al saneamiento en su legislación. En concreto, el texto defiende el acceso universal a unos servicios de saneamiento «dignos y seguros» ya que es una necesidad «fundamental y un derecho humano».
Ante esta situación, en la que cada vez hay más voces del sector privado que abogan por la transición ecológica y justa, o presionan para acelerar la lucha contra el cambio climático, posturas como la de Heller, más allá de sus problemas de enfoque, no pueden ser sino contraproducentes. Y no sería demasiado preocupante, dada su condición de ex-relator, si no fuera porque parece que su línea va a encontrar continuidad en su sucesor, el español Pedro Arrojo, un profesor de la Universidad de Zaragoza que fue diputado de Podemos en la pasada legislatura.
De hecho, en uno de sus primeros mensajes como nuevo relator, Arrojo aseguraba estar en ese cargo “porque los movimientos sociales han empujado” y prometía “desarrollar un espacio permanente de escucha y diálogo” en el que sin embargo solo daba cabida al tercer sector y a instituciones públicas. Aunque sí ha hecho posteriormente promesas de que se escuchará al sector privado, éstas parecen poco creíbles dado el discurso general de Arrojo contra lo que él denomina despectivamente el «agua-economía». Y eso que en otras ocasiones también ha reconocido que desde el privado “también se puede avanzar en democracia hídrica y transparencia”.
«Profundizar en un debate superado y estéril como el de la titularidad de la gestión del agua está abocado al fracaso en la ONU, que considera la colaboración público-privada como imprescindible para conseguir los ODS»
Teniendo en cuenta que el puesto de relator exige experiencia, pero sobre todo independencia, será necesario que Arrojo deje de lado las posturas populistas del partido del que fue representante electo para poder asumir al 100% su rol, y centrarse en su principal propósito, que no es otro que el de ser tratar de velar y sumar esfuerzos para garantizar que el derecho humano al agua y saneamiento avanza en el mundo por la senda de la Agenda 2030.
No solo porque profundizar en un debate superado y estéril como el de la titularidad de la gestión del agua está abocado al fracaso en una organización que pone la colaboración público-privada como fórmula imprescindible para conseguir los ODS. Sino, sobre todo, porque el mundo necesita más que nunca obviar los populismos y tejer alianzas para lograr un desarrollo sostenible que no puede esperar ni un minuto más.
