Cuando el actual Relator sobre agua y saneamiento, Pedro Arrojo, tomó posesión de este cargo el pasado mes de noviembre, sus primeras palabras deberían haber supuesto una clara señal de alerta sobre su poca idoneidad para el cargo. De hecho, ese acto inaugural de su recién estrenado mandato, que llevaba el tendencioso título de “Los riesgos de la privatización en el disfrute de los derechos humanos al agua potable y al saneamiento” y en el que casualmente estaba arropado por redes municipalistas anti-empresa, ya debería haber hecho saltar todas las alarmas.
“Estoy en este cargo porque los movimientos sociales me han empujado. El sentimiento que más me describe es el de vértigo. Me siento un poco abrumado ante un reto que resulta tan desbordante como ilusionante y motivador. Ante ese vértigo, estoy absolutamente convencido de que no estaré solo. Soy uno más entre un montón de gente que me colocáis en un puesto determinado”, aseguró Arrojo nada más intervenir en el acto, quizás refiriéndose a las presiones que Podemos había realizado para que su ex-diputado ocupase un puesto en Naciones Unidas.
Las primeras palabras del Relator deberían haber supuesto una clara señal de alerta sobre su poca idoneidad para el cargo
En unas pocas frases y de un solo plumazo, el Relator ya había dejado claro que no sólo no estaba en el cargo por decisión o motivación propia, sino que además evidenciaba su falta de independencia y ecuanimidad, elementos imprescindibles para una posición que, aunque depende de Naciones Unidas, es externa a esta organización –precisamente para tratar de evitar conflictos de interés como los que Arrojo está generando–.
No hay objetividad, ni tan siquiera una mínima apariencia de ella: Arrojo se debe a ciertos movimientos ideologizados y no pretende ocultarlo, aunque es algo que tampoco debería sorprender si tenemos en cuenta su pasado como activista y diputado de la formación morada.
Sus acciones en los últimos meses no han hecho más que confirmar este “pecado original”. Ese primer acto con redes anti-empresa no sería más que el inicio de los muchos en los que se prodigaría al amparo de su puesto como Relator y, de la noche a la mañana, Arrojo pasó de querer dedicar sus primeros informes a poblaciones vulnerables y a los pueblos indígenas, a directamente volcar todos sus esfuerzos en lo que él denominaba sin sonrojarse “poderosos intereses corporativos que todos sabemos que existen en el mundo del agua”.
Pedro no quiere hacer honor a su apellido. Parece faltarle la valentía, o el arrojo, necesarios para escapar de los planteamientos ideologizados que formulan esos movimientos que le han “empujado”, y que le impiden ver más allá de falsos debates populistas ampliamente superados por la ONU. Parece no tener el arrojo que hace falta para ocuparse de los problemas reales de agua y saneamiento que sufren millones de personas en todo el mundo. Prefiere seguir en su cómoda poltrona ideológica, en la que todos los males del planeta se achacan a las empresas, que aceptar realmente los retos más complicados de su mandato.
Retos como el de Bangladesh, donde más de un tercio de la población no tiene acceso a agua potable y utiliza agua procedente de ríos, pozos o estanques contaminados; y donde además la falta de saneamiento provoca elevados niveles de cromo o arsénico en muchas fuentes, dos agentes cancerígenos que condenan a las partes más vulnerables de su población a sufrir importantes problemas de salud y cientos de muertes prematuras cada año.
Retos como el de Somalia, que vive una “doble catástrofe climática” provocada por una combinación de sequía y lluvias torrenciales que está amenazando con empeorar el escenario de inseguridad alimentaria que padecen 2,7 millones de personas en la actualidad. Una situación que agrava los problemas de agua insalubre y saneamiento deficiente que padece el país y lleva a miles de niños a la malnutrición.
Retos como el de Yemen, un país asolado por una guerra civil que ha diezmado a la población, y que ha visto renacer con fuerza una enfermedad casi olvidada, el cólera, debido a la falta de suministro de agua potable, siendo especialmente grave la situación sanitaria de los refugiados, que no tienen ningún tipo de agua corriente y ni siquiera pueden lavarse las manos de forma regular.
Al Relator parece faltarle el arrojo suficiente para afrontar los verdaderos problemas en torno al derecho humano al agua y al saneamiento
Retos locales pero, sobre todo, retos globales, porque más de diez años después de que las Naciones Unidas reconocieran el agua y el saneamiento como derechos humanos básicos, todavía hay 2.000 millones de personas que no tienen acceso seguro a agua potable y 4.200 millones sin servicios de saneamiento. Ciudadanos vulnerables que generalmente viven en países en vías de desarrollo y no en Europa, donde el Relator extrañamente ha decidido focalizar sus esfuerzos a pesar de ser el continente donde estos derechos están más garantizados.
Es evidente que es mucho más cómodo y sencillo teorizar sobre diferentes modelos de gestión y culpar de todo a las empresas que reunir el coraje para enfrentarse a crisis humanitarias tan complejas, donde la falta de agua se entremezcla con conflictos armados y consecuencias del cambio climático. Pero esa tarea es precisamente la principal responsabilidad de un relator, ante la que no caben “vértigos” ni cansancios, ya sean fruto de la edad o de la pereza ideológica. La vida y el bienestar de demasiadas personas están en juego para perderse en debates populistas que no solo no suman, sino que restan.
Sin duda, a este relator le falta arrojo. Así que Pedro, simplemente Pedro…