Hace escasos días, China presentaba un informe sobre sus avances en instalación de energías renovables para la producción eléctrica. Solo en 2020, el gigante asiático añadió 72GW de nueva capacidad eólica, es decir, el equivalente a la potencia de 72 centrales atómicas, que equivale a su vez a tres cuartas partes de toda la capacidad energética que tiene España, sumando todas sus fuentes de generación eléctrica. Solo que China lo ha hecho en un año, y solo con eólica.
Basta este dato para darse cuenta del vertiginoso auge que están teniendo las energías renovables. Desde luego, y mientras los avances con la vacuna no sean generalizados y globales, 2021 seguirá siendo el año de la pandemia, con la consiguiente incertidumbre generada sobre la economía. Pero bajo las noticias sobre el coronavirus que ocupan los titulares hay una corriente de fondo que está transformando el mundo en el que vivimos.
La transición verde está en marcha, pues hay un consenso claro de que la reconstrucción tras el coronavirus debe centrarse en la sostenibilidad y en una economía circular y baja en carbono.
Y este convencimiento, impulsado desde la UE y muchos Estados avanzados, se suma a la realidad de unos mercados que hace tiempo están convirtiendo en realidad esos deseos.
Como a menudo ha explicado la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, “ya nadie duda de que la transición verde está en marcha”. Lo que puede debatirse es la velocidad a la que va a ocurrir y la forma de llevarla a cabo, pero el cambio se ha iniciado.
El mercado ya ha iniciado el cambio
No son solo los gobiernos, sino también los agentes económicos los que han tomado el marchamo de la necesidad de impulsar una transición ecológica y sostenible, y están dando pasos decisivos hacia el uso de energías renovables, no solo como las energías del futuro, sino como la energía que habrá de impulsar el cambio en el presente.
Tras una curva de aprendizaje y crecimiento, las energías limpias son, ahora mismo, competitivas en términos de mercado. De modo que es la realidad de los números, además de la preocupación por los efectos del clima, lo que hace que la potencia instalada de renovables dibuje una curva en ascenso en todo el mundo.
“La energía renovable no es el futuro, como se ha dicho siempre, sino un presente actual e imparable”
El World Energy Outlook 2020, el gran informe anual de la Agencia Internacional de la Energía, presentado a finales del año pasado, auguraba tiempos turbulentos para los hidrocarburos y un auge de las energías renovables.
Según la AIE, en la situación actual de parón de actividad por la pandemia, la demanda global no recuperará hasta 2023 los niveles previos a la crisis, y “la madurez tecnológica y rentabilidad de las fuentes limpias permitirá que ganen cuotas de mercado cada vez mayores”. Según la agencia, las energías renovables podrán cubrir el 80% del crecimiento de la demanda mundial de electricidad durante la próxima década.
En 2020, por ejemplo, la producción de las energías renovables superó por primera vez en Europa a los combustibles fósiles como fuente de electricidad. En España, 2020 fue un año de récords. Las tecnologías renovables produjeron el 43,6 % de toda la electricidad, su mayor participación en el mix de generación desde que se cuenta con registros.
“Ya nadie duda de que la transición verde está en marcha; lo que puede debatirse es la velocidad y la forma de llevarla a cabo”
El 2020 fue funesto para el petróleo, debido al descenso de demanda por la pandemia, que ha alcanzado el 30% y ha tirado los precios por los suelos. Tanto es así, que gigantes como BP, la quinta petrolera del mundo, presentaba el otoño pasado un plan a sus inversores anunciando que su objetivo es seguir liderando el negocio de la energía mundial pero siendo una compaña con cero emisiones en 2050.
La electrificación del transporte será clave en la sustitución de hidrocarburos por fuentes limpias, y por ello las políticas de apoyo al vehículo eléctrico están cada vez más en boga. Esto tiene además una doble dimensión, pues las emisiones de los vehículos de motor no solo contribuyen al calentamiento global, sino que también son perjudiciales para la salud humana. De modo que las renovables aplicadas al transporte ayudarán a generar ciudades más limpias y habitables.
Como hemos señalado en nuestro diario en otras ocasiones, la sintonía entre sociedad, administración y tejido empresarial es la que puede alumbrar un horizonte de cambios en positivo, y esto es algo que estamos empezando a ver.
Por primera vez, dos grandes potencias como EEUU y China coinciden en anunciar una política de reducción de emisiones y abierta a acuerdos internacionales sobre cambio climático.
«Hay otro vector esencial para la sostenibilidad y el bienestar humano que necesita del mismo impulso, y no es otro que el agua»
La COP26 de Glasgow, que se celebrará en noviembre de 2021, será una oportunidad para relanzar la lucha internacional para frenar el calentamiento global. Y los gobiernos llegarán a ese encuentro espoleados por el ejemplo del sector privado, que ya incluye los riesgos climáticos en sus estrategias y sus estimaciones de crecimiento y que ha incorporado los criterios ambientales, sociales y de gobernanza en el seno de su actividad corporativa. La transición verde es cosa de todos.
Como vemos, la transición energética está en marcha. Hay sin embargo otro vector esencial para la sostenibilidad y el bienestar humano que necesita del mismo impulso: el agua.
La escasez de recursos hídricos en el planeta se verá acrecentada en los próximos años debido al cambio climático y el crecimiento de la población, y ante ello, es esencial implementar medidas de previsión, gestión, gobernanza y adaptación de infraestructuras, que requieren un esfuerzo conjunto de toda la sociedad y el mismo tipo de preocupación que el clima ha logrado suscitar a nivel global.
«En relación con el agua, no saber vincular necesidad, capacidades y visión sería lo peor que nuestro país puede hacer de cara a un futuro de seguridad y bienestar»
La transición debe ser verde y azul, y por ello es imprescindible que los actuales planes de inversión manejados por las administraciones para la reconstrucción tras la pandemia tengan en cuenta el papel clave que tienen los recursos hídricos para la seguridad, estabilidad y prosperidad de un país como el nuestro, especialmente sensible a los efectos del cambio climático.
España suma una serie de circunstancias que hacen la apuesta por el agua extremadamente urgente: por una parte, la necesidad; por otra, el atraso en renovación de infraestructuras, acumulado en la última década tras la crisis financiera, y que nos hacer estar por debajo de los países de nuestro entorno en esfuerzo pese a ser los más necesitados de ello; y, por último, el conocimiento y preparación de un sector puntero a nivel mundial.
En relación con el agua, no saber vincular necesidad, capacidades y visión sería lo peor que nuestro país puede hacer de cara a un futuro de seguridad y bienestar.
