Cuando un equipo de Hollywood quiere rodar una película apocalíptica, donde la humanidad ha sido diezmada y un desierto pedregoso se extiende hasta donde alcanza la vista, es muy probable que plante su campamento en Arizona: el único estado de Estados Unidos en el que confluyen los cuatro grandes desiertos norteamericanos. Ha sido así con Sed de muerte, una fábula de 1987 en la que el agua escasea tras un holocausto nuclear, o Cartero del futuro, donde Kevin Costner recorre un país destruido por una guerra racial.
A medida que pasa el tiempo, la imaginación de los guionistas de este tipo de cintas tiene que esforzarse menos en un estado en el que avanzan los desiertos y donde el calor se ha convertido en el fenómeno natural más peligroso para sus ciudadanos. Especialmente, para la gente mayor y para las clases más humildes.
Solo en el condado de Maricopa, el año pasado, 197 personas murieron de afecciones relacionadas con el calor. Un récord que cada año suele quedarse antiguo. Como apunta Debra Utacia Kroll en The Arizona Republic, los fallecimientos ligados al calor suceden a cuentagotas, de manera que pasan desapercibidos en los medios de comunicación. No se dan por un fenómeno natural concreto y rimbombante, como un huracán o unas inundaciones; el calor actúa en silencio, con paciencia, quitando la vida, sobre todo, de las personas mayores, los indigentes y la minoría latina que pone la mano de obra en la agricultura y la construcción.


En Phoenix, rodeada por el desierto de Sonora, las temperaturas a medianoche no bajaron de los 32 grados centígrados durante siete madrugadas consecutivas en julio. Algo que nunca había sucedido. Desde 1970, según un informe de Climate Central, la temperatura habitual de la ciudad ha aumentado en dos grados y medio.
Casi la mitad de los días del año, 169, hace más de 32 grados en Phoenix: la gran ciudad más caliente de Estados Unidos. Diferentes estimaciones calculan que las temperaturas seguirán subiendo al menos hasta 2050.
Efectos sociales del calor
“No ha llovido un solo día desde enero”, dice a El Ágora, en conversación telefónica, Adonias Arevalo, director de Poder Latinx en este estado. “El calor en Arizona no es algo nuevo. Todo el mundo conoce el estado por su desierto y por sus altas temperaturas. Pero pasan los años y existe una necesidad de políticas y leyes que protejan a la gente”.
La organización sin ánimo de lucro para la que trabaja Arevalo se encarga, entre otros menesteres, de informar sobre sus derechos a la minoría latina de Arizona (que representa un 30% de la población del estado). Por ejemplo el derecho a costearse el aire acondicionado y mantener la casa a una temperatura soportable durante los meses de calor, sin tener que hipotecarse.
«En Arizona solo hay dos compañías eléctricas. Aquí el recibo de la luz, en verano, puede llegar a 400, 500 o 600 dólares al mes»
“En Arizona solo hay dos compañías eléctricas y una es una gran corporación. Aquí el recibo de la luz, en verano, puede llegar a 400, 500 o 600 dólares al mes. Y si uno cobra el salario mínimo [11 dólares la hora], no le alcanza”, explica Arevalo. “Para muchas familias el otoño es una angustia: deben miles de dólares a las compañías. Entonces, durante el calor, muchas tienen que decidir si pagar o aguantar. Lo más importante es que la gente conozca los derechos que tiene frente a las empresas: cómo funcionan estas y cómo negociar con ellas”.


La Comisión Corporativa de Arizona estudia romper el dominio de la eléctrica más grande, APS, que tiene un estrecho control de los precios y de las condiciones de los contratos. Según un informe de la U.S. Energy Information Administration, los 14 estados de EEUU que fomentaron la competencia eléctrica entre 2008 y 2017 vieron descender el precio de la luz un 7%; mientras, en los 36 que evitaron legislar a favor de la competencia, entre ellos Arizona, el precio subió un 18,7%.
“Cualquier persona que consuma electricidad podrá comprar el plan que quiera”, dijo el presidente de la Comisión Corporativa de Arizona, Robert Burns, anticipando medidas que garanticen más competidores. “El incentivo, con un monopolio, es mucho más débil, digamos, porque tienen al consumidor atrapado”.
La divulgación que hacen los miembros de Poder Latinx en Arizona va mucho más allá del precio de la luz. “Lo que hacemos es educación sobre cuestiones ambientales: energía solar, cambio climático, entender cómo afecta y qué congresistas tienen planes ambientales”, dice Adonias Arevalo. “Hay que entender que el medio ambiente se manifiesta de muchas maneras, el calor solo es una de ellas”.
Según datos de Climate Power, el 13% de los hogares estadounidenses no tiene aire acondicionado, una proporción que sube al 30% entre los 14,7 millones de hogares hispanos. Una disparidad que se nota en los estados más calurosos y en los barrios más humildes, donde la ausencia de árboles y zonas verdes intensifica la exposición al calor. Un informe de NRDC, publicado en 2016, asegura que los latinos tienen el triple de posibilidades de morir en el trabajo por causas ligadas al calor.
“Hay que entender que el medio ambiente se manifiesta de muchas maneras, el calor solo es una de ellas”, dice Adonia Arevalo
Uno de los factores que explican esta mayor mortandad es el tipo de empleo que se desempeña. Los hispanos representan casi la mitad de los trabajadores agrícolas y ganaderos de Estados Unidos, y el 28% de los trabajadores de la construcción: ocupaciones más expuestas a la crudeza de los elementos.
El exceso de calor también es un lastre para las infraestructuras. La gigante APS y la otra compañía, SRP, pidieron en agosto a sus clientes que tratasen de ahorrar energía entre las tres de la tarde y las nueve de la noche para evitar cortes de luz, causados por los incendios y el esfuerzo excesivo del sistema. La progresiva sequía de los ríos, que alimentan a las plantas eléctricas, también incide en el servicio.
Cuando el calor arremete, afecta a todas las dimensiones de la vida en Arizona. En junio de 2017, la ola de calor fue tan intensa que los buzones y las señales de tráfico se fundían en el sol, como si estuvieran hechos de plastilina. Los habitantes se quemaban las manos y los brazos al entrar en el coche y algunos conducían con los guantes de horno. Hasta se podían hornear unas galletas en el salpicadero. Se encontraron escorpiones refugiados en una piscina y los propios cactus, que en Arizona pueden alcanzar 10 metros de altura, se doblaban ante el ataque inmisericorde del sol. El aeropuerto de Arizona canceló 40 vuelos debido a las altas temperaturas.
“Imagina una sensación similar a la de meter tu cara en un horno, solo que el horno está en todas partes y tu estás caminando en él”, escribe Ryan Devereaux en The Intercept. “El aire no solo está caliente. De hecho te quema los globos oculares. Cada paso que das se encuentra con una conspiración oculta de rocas sueltas, plantas espinosas y animales venenosos. No puedes tocar nada. Tu sistema de alarma corporal enciende la luz roja”.


Si las temperaturas en Phoenix son capaces de fundir el metal, en el desierto la presión se vuelve insoportable. Tales son las condiciones que sufren los inmigrantes sin papeles que cruzan a Estados Unidos por estos lares, y tales son las crecientes condiciones a las que se enfrentan las tribus de nativos americanos.
«Un informe de NRDC, publicado en 2016, asegura que los latinos tienen el triple de posibilidades de morir en el trabajo por causas ligadas al calor»
Arizona es el estado con mayor proporción de tierras destinadas a los nativos. Allí residen 22 tribus, incluida la más grande, la Nación Navajo, cuya forma de vida tradicional está siendo estrangulada por el avance de los desiertos y la desecación de los ríos. La Nación Navajo ocupa un territorio del tamaño de Irlanda, repartido entre los estados de Utah, Nuevo México y Arizona. Una de sus principales fuentes de ingresos es la ganadería. Las mujeres navajas crían una variante de las castellanas ovejas churras, de cuya lana fabrican sábanas y alfombras que no necesitan teñir. Desde hace unos años, sin embargo, los ríos que nutren los pastos se han ido extinguiendo, poniendo en peligro la cría de la oveja churra y la sostenibilidad económica de las familias.
“La cantidad de agua superficial que fluye en los arroyos de la Nación Navajo ha descendido en torno a un 98% a lo largo del siglo XX”, declaró la doctora Margaret Redsteer, del U.S. Geological Survey en Arizona. “He mirado los datos meteorológicos a través del tiempo y lo que se ve es un aumento de las temperaturas y un descenso de las precipitaciones. Solo esos dos factores llevan a una mayor aridez y a una menguante disponibilidad de agua”.


Los navajos más mayores aún se acuerdan de cuando los manantiales fluían por doquier. Ahora muchos de ellos tienen que viajar en coche todas las semanas a un pueblo a llenar un tanque. La falta de agua también afecta a los cultivos tradicionales de la región, que suelen ser agricultura de subsistencia, y pueden forzar a las tribus a dejar las tierras donde llevan viviendo varias generaciones.
“La cantidad de agua superficial que fluye en los arroyos de la Nación Navajo ha descendido en torno a un 98% a lo largo del siglo XX”
Los científicos y las autoridades locales buscan medios para limitar el calor y otros de los efectos del cambio climático. Phoenix estudia colocar suelos de materiales claros y reflectantes que no absorban el calor, modernizar la infraestructura de transporte y ampliar las zonas verdes. Los reguladores estatales proponen elevar poco a poco el uso de energías renovables hasta un 50% en 2030 y un 100% en 2050.
El precio a pagar por no emprender estas y otras medidas se hace evidente en las olas de calor, las sequías y las abultadas facturas del aire acondicionado. Y el futuro no es promisorio. Si el clima sigue evolucionando con la misma intensidad, un estudio aparecido en la publicación científica Plos One alerta de que, para 2050, la vida en Phoenix será equivalente a la vida en las ciudades desérticas de Irak.
