Los estadounidenses son muy dados al adanismo: el fetiche de las primeras ocasiones. A cada paso que dan, siempre buscan el récord o la efeméride. La señal de que están avanzando con más fuerza que los demás, llegando más lejos. Como si cada uno llevase dentro una frontera nueva que superar, como si la vida fuese una interminable conquista del Oeste.
La administración Biden, en este sentido, está haciendo historia de varias maneras. Una de ellas ampliando la voz de las mujeres en el Gobierno federal de Estados Unidos: hasta 12 puestos del gabinete o a nivel de gabinete estarán ocupados por mujeres. Tres más que el récord marcado durante el segundo mandato de Bill Clinton. De estas 12, ocho son mujeres de color. Otro porcentaje sin precedentes.
La última en aceptar su cartera, recién confirmada por el Senado, ha sido Gina Raimondo, hasta entonces gobernadora del estado de Rhode Island. Raimondo será secretaria de Comercio, uniéndose así a las otras cuatro ministras: Janet Yellen, en el departamento del Tesoro; Marcia Fudge, en Vivienda; Jennifer Granholm, secretaria de Energía, y Deb Haaland: secretaria de Interior y primera nativa americana en entrar en un gobierno.










En otros puestos de alto rango adyacentes al gabinete, desde las agencias de inteligencia y seguridad nacional a la embajada ante las Naciones Unidas y el nuevo equipo climático, están Susan Rice, Avril Haines, Catherine Tai, Cecilia Rouse, Linda Thomas-Greenfield, Brenda Mallory y Gina McCarthy. El equipo de comunicación de la Casa Blanca, por primera vez, lo forman íntegramente mujeres.
En la cima de esta pirámide femenina de poder está la vicepresidenta, Kamala Harris: una política de transparente ambición que quizás acabe rompiendo ese famoso “techo de cristal” que Hillary Clinton llegó a palpar con las yemas de los dedos en 2016, cuando perdió las elecciones presidenciales contra todo pronóstico.
Joe Biden también ha querido ser inclusivo en los apartados de la raza y la orientación sexual: dentro del gabinete en sí, solo cinco de los 20 departamentos están encabezados por hombres blancos heterosexuales. La edad también varía. El ministro más joven, Pete Buttigieg, tiene 39 años; la más mayor, Janet Yellen, 74. Una variedad que el presidente anunció que buscaría y que ha sido aplaudida por la izquierda.
«Hasta 12 puestos del gabinete o a nivel de gabinete estarán ocupados por mujeres»


“La composición del gabinete de Biden importa porque las investigaciones demuestran que los equipos diversos aportan a los ejecutivos jefes con información valiosa que, al final, produce políticas públicas más efectivas”, escribe Beth Daley, editora del portal The Conversation. “Biden también envía señales a los americanos de muchos orígenes: la gente como vosotros determina la dirección de este país. La gente como vosotros puede llegar a lo más alto”.
Distintas sensibilidades sociales
Una mayor presencia de mujeres en el Gobierno más poderoso del mundo podría inspirar a otros países a seguir el ejemplo, y a disfrutar de los potenciales beneficios de tener un ejecutivo que englobe las distintas sensibilidades sociales. Algo que podría reforzar la protección de derechos fundamentales y disminuir, como indica este estudio de la Universidad de Oxford, las posibilidades de conflicto civil.
La diversidad y la fuerte presencia femenina es uno de los pilares del edificio que ha querido montar el presidente, un testimonio de su marca centrista. El veterano Joe Biden, de 78 años, es un demócrata de la vieja escuela: socialmente inquieto pero sin ir muy lejos, como demostró su oposición a crear una fuerte sanidad pública universal, el “Medicare para todos”; un partidario del multilateralismo, pero defensor, en 2003, de la invasión de Irak; alguien cercano a la clase media-baja de la que proviene, pero muy cuidadoso a la hora de engrasar, para llenar sus cofres electorales, las amistades con el mundo de las corporaciones y las grandes fortunas.
Como parte de este cuidadoso equilibrio, Biden ha abrazado la inclusividad que desde hace unos años reside en la médula espinal de la propaganda demócrata. Especialmente en un momento en el que las relaciones raciales y de género pasan por una fuerte revisión política y cultural en Estados Unidos.
Cuando Biden juró su cargo de senador en 1972, solo 15 de los 535 puestos del Congreso estaban ocupados por mujeres
Esta inclusividad no es un gesto menor viniendo de Biden. El Washington en el que desarrolló la mayor parte de su carrera política era muy diferente al actual: un Washington en el que las mujeres tenían papeles anecdóticos en los tres poderes de la democracia. Cuando Biden juró su cargo de senador en 1972, solo 15 de los 535 puestos del Congreso estaban ocupados por mujeres. El gabinete Nixon no tenía, en ese momento, a ninguna mujer, ni tampoco había presencia femenina en el Tribunal Supremo. Biden se educó en el llamado “club de chicos blancos”. Un paisaje donde los acuerdos todavía se cerraban entre chascarrillos, bajo el humo azul de los puros, si acaso con un vaso de bourbon para facilitar las negociaciones.
Pero los tiempos cambian, y Biden, que cementó su imagen nacional como número dos de Barack Obama durante ocho años, simplemente se ha sumado a la inercia de la época.
La verdadera catarsis política de la mujer en EEUU fue 2018. Las elecciones legislativas de ese noviembre, los congresos federal y estatales tuvieron como ganadoras un récord de 1.834 mujeres por toda la geografía estadounidense. Según el Center for American Women in Politics de Rutgers University, fue el mayor incremento de representación política femenina jamás registrado.


El efecto del #MeToo
Entre los motivos de semejante participación, además del lento pero firme paso hacia la igualdad de los últimos 60 años, está el movimiento del #MeToo: la cascada de denuncias, a partir de un hilo de Twitter y de una investigación periodística, de multitud de casos en que hombres con poder se habrían aprovechado de su posición para acosar o portarse inapropiadamente con las mujeres. A medida que caían empresarios, políticos y mandamases de Hollywood, ascendía la estrella de las activistas y el apetito político de personas que, quizás en otras circunstancias, no se hubieran lanzado a ocupar una gobernaduría o un puesto en el Congreso.
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La agencia política de la mujer es una de las más virulentas “guerras culturales”. En ocasiones se ha señalado al género como único culpable de que una líder política, por ejemplo Hillary Clinton, perdiese las elecciones. Un reflejo del profundo, atávico machismo que seguiría anidando en los recovecos de la sociedad norteamericana: el techo de cristal no se llegó a romper.
Algunos estudios identifican el peso de los estereotipos a la hora de valorar a una mujer que se dedique a la política. Estas se verían obligadas a alcanzar un resbaladizo punto medio entre la dulzura y la competencia, como si escorarse demasiado hacia cualquiera de estos polos echara al traste las percepciones del público. Una política no puede ser demasiado dulce; al mismo tiempo, los prejuicios hacen que se sospeche de ella cuando demuestra ser extremadamente competente.
“Si una mujer aparece sin planes concretos, sabemos por las investigaciones que su competencia va a ser cuestionada de una manera diferente a la de los hombres”, dijo a la BBC la profesora Kelly Dittmar, de la Universidad de Rugers. “Hay una asunción de competencia y cualificaciones para los hombres, especialmente los hombres blancos, que no se da para las mujeres. Así que eso afecta a la manera en que abordan la campaña”. Es lo que se ha llamado el “estándar Hillary”: una manera de juzgarla más estricta que, por ejemplo, a Donald Trump.
Al mismo tiempo, según la propia Dittmar, el género del candidato o candidata no es el elemento de juicio dominante a la hora de meter la papeleta en la urna. La afiliación política y la experiencia tienden a inclinar más la balanza en las decisiones. Ya en 2010 una encuesta indicaba que el 95% de los estadounidenses estaban dispuestos a elegir a una mujer presidenta de Estados Unidos.
El gabinete Biden ha comenzado su andadura con este mensaje de igualdad: una presencia femenina que, según algunos estudios, puede inspirar a otros gobiernos que miran a Estados Unidos como referente. Mientras, a un lado del comandante en jefe, esperando su momento, quizás en 2024 o en 2028, Kamala Harris estará dispuesta a aspirar al timón cuando llegue la hora.
