El hambre: la otra pandemia de EEUU

El hambre: la otra pandemia de un EEUU que suspende en ODS básicos

El hambre: la otra pandemia de un EEUU que suspende en ODS básicos

La pandemia de coronavirus ha acrecentado las desigualdades sociales en el país más rico del mundo. El ratio de inseguridad alimentaria se ha duplicado desde principios de año y ha llegado a máximos desde 1998. Unos ocho millones de estadounidenses han caído en la pobreza desde el verano


Argemino Barro | Corresponsal en EEUU
Nueva York | 18 diciembre, 2020


El gran poder de Estados Unidos, más allá de la Coca Cola, Hollywood, Apple y un ejército que recibe más dinero que los de las siguientes 10 potencias mundiales juntas, es su talante y su capacidad de reinvención. El convencimiento, apuntalado por la Declaración de Independencia y la propaganda que desde la infancia se enseña en los colegios, de que cualquiera puede llegar a lo más alto con solo esforzarse y asumir riesgos. La “búsqueda de la felicidad” que recoge su carta magna es justo eso: la dicha no crece en los árboles. Hay que salir a pelear por ella.

La cara buena de esta meta oficial es la voluntad de innovación, el trabajo duro, las ganas de competir y de hacerse con el premio. Estados Unidos es un país con pocos baches de velocidad; si uno sale despegado hacia arriba, puede alcanzar la gloria, creando por el camino riqueza y oportunidades. De esta jungla de egos, azuzados por la libre competencia, han salido la aspiradora, los pantalones vaqueros, la bombilla, los rascacielos, el aire acondicionado, internet, el iPhone o la llegada del hombre a la Luna, además de seis de las 10 empresas más valoradas del mundo.

Pero si uno, en lugar de salir propulsado a la celebridad, o al menos a una clase media-alta acomodada, se va hacia abajo, hacia la penuria, ahí tampoco hay frenos. Las redes que existen en la mayoría de los países europeos aquí son muy delgaditas. Los hospitales, las escuelas, las infraestructuras, las ayudas sociales. Todo está salvajemente estratificado, de manera que la calidad de las cosas, desde un cartón de leche a un seguro médico, es directamente proporcional al dinero que se pague por ello. Y quienes están abajo de la escala no tienen mucho a lo que acceder.

Miembros de la t John's Christian Methodist Episcopal Church en Sherman, Texas, durante un reparto de alimentos al aire libre en abril de 2020. | FOTO: Sara Carpenter
Miembros de la t John’s Christian Methodist Episcopal Church en Sherman, Texas, durante un reparto de alimentos al aire libre en abril de 2020. | FOTO: Sara Carpenter

«La pandemia de coronavirus solo ha exarcebado las diferencias sociales del país, y probablemente no haya un indicador más claro y más crudo que el hambre»

La pandemia de coronavirus solo ha exarcebado estas diferencias, y probablemente no haya un indicador más claro y más crudo que el hambre. O, como dicen los técnicos y las oficinas del Gobierno, la “inseguridad alimentaria”: un fenómeno “definido como la alteración de la ingestión de comida o de patrones de alimentación debido a la falta de dinero y otros recursos”. Un mal que ahora mismo afecta a más del 20% de los hogares del país, sobre todo los que tienen niños pequeños. El ratio de inseguridad alimentaria se ha duplicado desde principios de año y ha llegado a máximos desde 1998.

Bancos de alimentos como el de Loudoun, en Virginia, han aumentado sus operaciones en un 225%. Ahora este banco sirve comida a unas 1.000 familias a la semana. “Hemos visto a gente que simplemente nunca había necesitado acceso a este tipo de recurso”, dijo a la BBC Jennifer Montgomery, directora ejecutiva de Loudoun Hunger Relief. “Era obvio que estaban a uno o dos salarios de estar en problemas muy serios”.

Antes de la pandemia, los beneficiarios principales de estas iniciativas solían ser los ancianos, los trabajadores precarios y los desempleados. Desde la pasada primavera ha habido, sobre todo, un influjo de trabajadores del sector servicios: aquellos descartados por los cerca de 100.000 negocios que han cerrado de manera permanente desde el inicio de la crisis sanitaria. El hecho de que los colegios cerrasen las puertas y millones de niños se vieran atendiendo las clases desde casa también ha influido. Los colegios son una herramienta fundamental para mantener el hambre a raya, dado que sirven una o dos comidas por día a niños de todas las condiciones sociales. Muchos de ellos necesitados realmente de esa comida.

«El ratio de inseguridad alimentaria se ha duplicado desde principios de año y ha llegado a máximos desde 1998»

“La pandemia de Covid-19 ha desatado una segunda plaga a lo largo de América: el hambre”, escribe Steven Roberts, profesor de política en la Universidad George Washington. “¿Cómo puede la nación más rica del mundo permitir que tantos de sus ciudadanos sufran estas adversidades? Pero el hambre extendida también tiene impactos prácticos que nos disminuyen a todos. Los niños a los que les falta comida tienen menos probabilidades de aprender bien, permanecer en la escuela, adquirir credenciales, encontrar buenos empleos, sostenerse y pagar impuestos”.

La infancia, muy afectada

La inseguridad alimentaria aumenta la probabilidad de otro tipo de apuros y trastornos de salud. Por ejemplo, los niños de un hogar donde falta comida tienen más posibilidades de tener defectos de nacimiento, mayores proporciones de anemia y asma, y otras condiciones que afectan a su calidad de vida y a sus capacidades cognitivas. Todos ellos factores que no ayudan a romper, eventualmente, el ciclo de la pobreza.

El aumento del hambre en los hogares estadounidenses no ha sido estable. Desde la Gran Recesión la proporción de personas afectadas no ha dejado de bajar a medida que se recuperaba la economía. El primer zarpazo del virus, el pasado marzo, hizo que el número de necesitados creciera abruptamente. Poco después el paquete de alivio económico del Congreso, cifrado en 2,2 billones de dólares y con ayudas directas a las familias (cheques de 1.200 dólares y un seguro de desempleo reforzado con 600 dólares a la semana) hizo que el ratio volviese a bajar. En verano, sin embargo, se acabaron muchas de estas prestaciones y los bancos de alimentos tuvieron que volver a expandir sus planes.

«El hecho de que los colegios cerrasen las puertas y millones de niños se vieran atendiendo las clases desde casa también ha influido»

El hambre, incluso si nos ceñimos solo a las naciones industrializadas, no es un problema exclusivo de Estados Unidos. Las colas de la caridad también se ven estos días en Madrid o en Londres, donde muchas familias que habían disfrutado desde siempre de la estabilidad mínima para poder comer, se vieron un día en la puerta de un banco de alimentos. La inanición viene además con estigma. Muchas de estas personas en apuros han reconocido a los medios de comunicación que trataban de disimular su presencia en los lugares de caridad, como si les diera vergüenza haberse caído del carro de la abundancia.

Interior de un centro de distribución caritativa de alimentos en Estados Unidos durante la pandemia de coronavirus. | FOTO: Sara Carpenter

Es un reflejo que siempre ha estado presente en la historia estadounidense. Durante los días más duros de la Gran Depresión, era común ver a gente hambrienta, esperando un plato de sopa frente a un comedor público o durmiendo envuelta en periódicos de formato sábana. Había tanta gente con hambre que los políticos y los medios hablaban de ello, y su derrota fue uno de los objetivos del New Deal de Franklin D. Roosevelt. Su gobierno aceptó un reto normalmente reservado a las obras de caridad privadas, y así fue como creó las famosas food stamps o cupones para alimentos, que aún funcionan a día de hoy.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en cambio, se inició lo que el historiador Eric Hobsbawm ha llamado “la edad de oro del capitalismo”, también conocida como “los treinta gloriosos”: una época de prosperidad general, oportunidades y pleno empleo. Cuando los tejidos industriales de Europa y Estados Unidos, protegidos todavía de la globalización, disfrutaban de buena salud, y con ellos millones de ciudadanos. El optimismo de estos años no acabó con el hambre, pero sí con la imagen del hambre. Fue como si esta hubiera desaparecido, sepultada por las casas de vallas blancas y los relucientes carteles de publicidad.

«Unos ocho millones de estadounidenses han caído en la pobreza desde el verano»

En 1969, el presidente Richard Nixon, que había sido pobre en la infancia, dirigió la atención del pueblo hacia el hambre. Esta seguía existiendo. “La mayoría de nosotros estamos tan acostumbrados a una dieta completa y equilibrada que, hasta hace poco, hemos pensado en el hambre y la malnutrición como en problemas de países mucho menos afortunados”, declaró el mandatario republicano. “Pero en los últimos años nos topado con el preocupante hecho de que, a pesar de nuestra abundancia material y riqueza agrícola, muchos americanos sufren de malnutrición”.

El californiano Nixon formó una comisión para modernizar y reforzar los cupones de comida. Cinco años después, sin embargo, la inseguridad alimentaria creció como consecuencia, en parte, de la crisis del petróleo. El encarecido combustible aumentó los costes de las industrias, incluida la alimentaria. Los precios de legumbres como el arroz o las alubias salieron disparados, y con ellos la proporción de familias necesitadas.

Cola del hambre en estados unidos durante la época de la Gran Recesión. | FOTO: Everett Collection
Cola del hambre en estados unidos durante la época de la Gran Recesión. | FOTO: Everett Collection

Como explica Lauren Baer en el Brookings Institute, el aumento de la inseguridad alimentaria suele ser el preámbulo de un incremento de la pobreza. El primer paso hacia desenlaces dramáticos, como la pérdida de una casa, en un país donde, antes de la pandemia, una de cada cuatro personas no tenía ni 1.000 dólares para costear una emergencia.

Los indicadores ya recogen esta consecuencia. Según las universidades de Notre Dame y de Chicago, citadas por The Washington Post, unos ocho millones de estadounidenses han caído en la pobreza desde el verano. El índice ha subido en 2,4 puntos hasta el 11,7% de la población: el mayor salto desde que la pobreza se empezó a medir hace seis décadas. Otra de las muchas sombras que nos deja este año aciago, y que se puede colar en la agenda del presidente electo, Joe Biden. Los grupos que luchan contra este lacra le hacen propuestas, esperando que el futuro presidente no se olvide de esta otra pandemia, silenciosa y algo más vieja.



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