La llegada de la industrialización abrió las puertas de un futuro floreciente para la humanidad en el que ingenio e innovación pasaron a abanderar la senda hacia las más altas cimas del progreso. Sin duda, una transformación sin precedentes a la que, sin embargo, no supimos interpretar la letra pequeña: la destrucción del planeta.
Impulsada por este fenómeno, desde mediados del siglo XIX la economía mundial comenzó a ignorar la salud del propio planeta con el fin único de extraer los combustibles que alimentaron la maquinaria del progreso, olvidando en el proceso que tanto el bienestar humano como la propia economía creada estaban supeditadas al mantenimiento de la integridad y resiliencia de los ecosistemas que se estaban destruyendo.
En palabras del experto español Erik Nicolás Gómez Baggethun, ese proceso supuso una de las causas de la actual crisis ecológica que ha arrastrado al borde de la extinción, según la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), a casi un millón de especies animales. Por no hablar de la importante degradación de los ecosistemas y alteraciones climáticas que advierte el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).
«El hecho que la teoría económica estándar haya ignorado que la salud de la propia economía y el bienestar humano están a largo plazo supeditados al mantenimiento de la integridad y resiliencia de los ecosistemas que engloban es una de las causas de la actual crisis ecológica» (Erik Nicolás Gómez Baggethun)
El porqué de lo sucedido es sencillo de entender si nos remitimos a que todo lo conseguido por la revolución ha sido gracias a los servicios ecosistémicos y al capital natural que, debido a la actividad humana y a la idea de economía lineal, han sido destruidos y alterados sin ningún miramiento.
No obstante, y a pesar de haber llegado a este punto, aún hay tiempo para evitar este trágico destino decidido a acabar con nosotros y nuestro legado. Para David Álvarez García, CEO de ECOACSA, la clave de nuestra salvación no es otra que la de hacer un ejercicio de autocrítica y comenzar a incluir en las actividades económicas una nueva visión que nos haga reflexionar sobre la importancia del capital natural en nuestro negocio.
“La naturaleza aporta numerosos recursos y servicios sobre los que se sustentan el bienestar de las personas y las actividades ligadas al desarrollo. Sin embargo, estos recursos y servicios rara vez son valorados en términos que puedan incorporarse a la planificación de las empresas y organizaciones. Por tanto, las empresas y la sociedad necesitan un cambio de paradigma que las ayude a identificar la necesidad del capital natural y, sobre todo, su valor en sus actividades”, explica David Álvarez a El Ágora.
Capital natural y servicios ecosistémicos
El capital natural, según la definición aportada por Natural Capital Coalition, es el inventario de recursos naturales renovables y no renovables (por ejemplo, plantas, animales, aire, agua, suelo, minerales) que, combinados, proveen beneficios a las personas. Dichas reservas suministran servicios como la filtración del aire y el agua, la producción de alimentos, la polinización, la regulación del clima, el control de la erosión y espacios para la recreación que son esenciales para el bienestar humano.
«El capital natural es una de las formas comúnmente reconocidas de capital, además del financiero, humano, social, manufacturado y relacional. Todas están interrelacionadas y no es posible separarlas», explican desde ECOACSA.
David Álvarez, por su parte, va un paso más allá y añade que el concepto de capital natural también abarca un cambio de paradigma en la percepción de cómo las empresas y la sociedad ven la naturaleza.
Por otro lado, según el Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (CREAF), los servicios ecosistémicos son aquellos beneficios que un ecosistema aporta a la sociedad y que mejoran la salud, la economía y la calidad de vida de las personas.
En general, a mayor biodiversidad (taxonómica, funcional y filogenética) mayor diversidad de servicios ecosistémicos y mayor estabilidad del propio ecosistema
Una COP para la biodiversidad
Si bien la afirmación de David Álvarez apunta hacia una revolución de nuestra actual perspectiva de negocio, en realidad se trata de un pensamiento que la esfera internacional ha intentado implantar desde hace más de 20 años en las mentes de quienes toman las decisiones a nivel nacional.
Conscientes del valor intrínseco de la diversidad biológica y de los valores ecológicos, genéticos, sociales, económicos, científicos, educativos, culturales, recreativos y estéticos que aporta la naturaleza al ser humano, la comunidad internacional adoptó en 1992 el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD, siglas en inglés) durante la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio ambiente y el Desarrollo en Río de Janeiro.
En aquel documento, se acordó “perseguir la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de sus componentes y la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos”. Todo ello mediante “un acceso adecuado a esos recursos y una transferencia apropiada de las tecnologías pertinentes, teniendo en cuenta todos los derechos sobre esos recursos y a esas tecnologías, así como a través de una financiación apropiada”.
Con el fin de que la huella de este primer paso no se borrase, se fueron celebrando, con un intervalo de dos años, distintas conferencias sobre la diversidad de biológica, entre las cuales, al igual que aquellas destinadas a paliar el cambio climático, destacó una en especial: la COP 10 de Nagoya, en Japón
En un alarde de ambición, la comunidad internacional aprobó en la ciudad japonesa las conocidas como Metas de Aichi, 20 objetivos específicos sobre biodiversidad que “debían ser alcanzados, como muy tarde, en 2020”. Paralelamente, la Comisión Europea, tomando como base los principios formulados en Aichi, impuso en su territorio la Estrategia 2020 para salvar la biodiversidad.


Con este camino ya construido, todo parecía apuntar que, al final, el cambio de paradigma y la salvación de la biodiversidad podrían ser un hecho palpable, pero de nuevo cayó sobre la humanidad un imponente jarro de agua fría y realidad que demostró que, aunque este tema había calado en nosotros, la economía aún permanecía por encima de la salud del planeta.
“Por supuesto que las metas de Aichi eran ambiciosas, al igual que la Agenda 2020. Lo que falló aquí es que, por lo menos a nivel europeo, no había una conciencia lo suficientemente relevante sobre la importancia de la biodiversidad para las empresas, su economía y para la sociedad en general”, apostilla David Álvarez.
No obstante, y a pesar del presunto fracaso de esta estrategia -la Comisión Europea se encuentra valorando en estos momentos el porcentaje real de cumplimiento de la Estrategia 2020- la comunidad internacional no se ha dado por vencida, y piensa arrojar toda la carne al asador en Kunming, China, lugar donde se celebrará este año la COP 15 sobre Biodiversidad y en la que se reformularán los nuevos objetivos a alcanzar para salvar la biodiversidad.
Europa, por su parte, se ha querido adelantar a los acontecimientos a través de la redacción de la nueva Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, donde, además de abordar el problema de la pérdida de la biodiversidad, trata de solucionar todo lo relacionado con lo expuesto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
La innovación como motor de cambio
Que las metas de Aichi no se hayan podido consumar no significa que todo el camino que la humanidad ha realizado hasta ahora haya sido en vano, sino todo lo contrario, tal y como comenta David Álvarez.
“El grueso de las empresas no tienen en cuenta el capital natural ni cuál es el daño que están generando. Sin embargo, durante los últimos años, el impulso de las políticas climáticas ha propiciado un cambio de tendencia que está provocando que cada día más corporaciones estén interesadas en incorporar los elementos asociados a la biodiversidad y el capital natural dentro de su modelo de negocio”.
Para él, la comunicación ha sido esencial dentro de este proceso, sobre todo, porque era de vital importancia hacer ver a los tomadores de decisión los riesgos de la pérdida de biodiversidad y la facilidad de incorporar todos los nuevos elementos de protección de la naturaleza en sus actividades.
Gracias a la comunicación, la sociedad también ha comenzado a participar en el cambio de paradigma a través de la concienciación de nuestros actos y de la responsabilidad sobre ellos.
No obstante, la pieza clave dentro de este motor de cambio y de los grandes avances realizados ha sido, sin duda, la innovación, la misma que años atrás puso en jaque toda la vida del planeta.
“El concepto de capital natural, al final, no deja de ser un elemento de transformación que requiere de innovación e investigación que nos muestren las herramientas y técnicas necesarias para impulsar el cambio que necesitamos para salvar la biodiversidad”, comenta David Álvarez.
Cabe destacar que esta visión no solo emana del CEO de ECOACSA, sino que otros muchos agentes de la sociedad también la comparten. El ejemplo más reciente se pudo observar durante el VIII Congreso Nacional de Ingeniería Civil, donde expertos ingenieros pusieron de manifiesto la urgente necesidad por la apuesta por la innovación como elemento de transformación, independientemente de la exigencia económica que pueda presentar el desafío.La política y los gobernantes, en este punto, es donde debe sacar a relucir su compromiso por el futuro del medio ambiente. Efectivamente, las exigencias económicas para lograr la sostenibilidad a través de la innovación pueden ser muy elevadas en ocasiones, conduciendo así al abismo de la inacción a innumerables empresas, en especial las pymes, que no pueden hacer frente al coste de su actualización técnica.
Las inversiones en proyectos innovadores y sostenibles puede servir como vía para impulsar esa transformación. Sin embargo, la Fundación Biodiversidad, entidad pública española que pretende proteger el patrimonio natural y que forma parte del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, propone como una de las mejores soluciones la colaboración conjunta de todos los participantes:
“La administración pública y el sector privado no pueden ir por separado, sino todo lo contrario y motivar la colaboración público-privada para alcanzar la sostenibilidad”, expone la Fundación Biodiversidad en el balance de resultados de la Iniciativa Española Empresa y Biodiversidad (IEEB).
Ejemplos de progreso
La IEEB es una plataforma de colaboración público-privada que busca impulsar, junto al sector empresarial, un desarrollo económico compatible son la conservación de la biodiversidad. Así pues, entre sus objetivos se encuentra integrar el concepto de capital natural en la gestión empresarial, así como poner en valor la contribución de las grandes empresas a la conservación.
De ella emana el Pacto por la Biodiversidad, un documento que reconoce que “la conservación de la diversidad biológica es de interés común para la humanidad dada su importancia” y compromete a las empresas a “conservar la biodiversidad, hacer un uso responsable del capital natural y distribuir de manera justa y equitativa de los beneficios derivados de la utilización de los recursos genéticos”.
En la actualidad, son 23 las empresas que han ratificado el Pacto por la Biodiversidad. Cabe destacar que todas ellas se tratan de grandes corporaciones que realizan actividades relevantes en el medio ambiente, como Cepsa, Naturgy o SUEZ, que buscan, ante todo, mitigar su impacto y extender su compromiso en su cadena de suministro.Dentro del marco que ofrece el pacto, por ejemplo, Naturgy construyó escalas de peces en la presa de friera con el fin de capturar peces y trasladarlos a otros ríos o centros de estudio. Una acción que además acompañó con otras relacionadas con la innovación tecnológica y la conservación de diversas especies de aves.
SUEZ, por su parte, redujo su impacto en la naturaleza a través de la “naturalización” de sus instalaciones y apostó por las soluciones basadas en la naturaleza, como las que llevó a cabo en el parque inundable La Marjal, en Alicante, y la conservación del medio en colaboración con la Fundación Aquae.
Sin embargo, y a pesar de la importancia de estas acciones regionales, se trata de meros capítulos dentro de una historia mayor. Si bien el sector público y privado tienen la responsabilidad de trasladar estas experiencias a un ámbito más ambicioso, es compromiso de toda la sociedad conseguir que se alcancen todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible y hacer que, al final, nuestro relato culmine con un bonito final en el que desarrollo industrial y naturaleza puedan coexistir y comer sus perdices.
