“¿Qué dimensión puede alcanzar la economía?”, se preguntaba Andrew Fanning, investigador invitado en el Instituto de Investigación en Sostenibilidad de la Universidad de Leeds, mientras terminaba su formación en Económicas hace unos años. Sus dudas surgían al ver que el modelo financiero era incapaz de afrontar la crisis ecológica.
“La humanidad se comporta como un hombre que va solo, con una calculadora en la cabeza y con toda la tierra a sus pies. El único valor que se mide es la expansión sin fin, a través del PIB. Esta narrativa reduccionista de lo que es la economía ya no nos sirve en esta época, sino a base de acrecentar algunas de las crisis que tenemos ahora”, decía el investigador en una reciente convocatoria online de la Casa Encendida de Madrid.
En este encuentro, y bajo el título Una vida digna compatible con los límites planetarios, se habló y mucho de la economía del donut o la economía rosquilla, tan en boga a causa de la pandemia.
El modelo del donut comenzó a circular en 2012 gracias al trabajo en Oxfam de su autora, la economista inglesa Kate Raworth, quien en 2018 publicaba en España el libro titulado Economía rosquilla: 7 maneras de pensar la economía del siglo XXI (Paidós, 2018).
“El anillo verde intermedio representa exactamente la dimensión en la que la humanidad y el planeta conviven de forma saludable”
Sus ideas han tenido influencia desde entonces entre los expertos en sostenibilidad e incluso saltó a la calle siendo usado como base teórica para movimientos como el Occupy London, aunque está siendo a raíz de la Covid-19 cuando está despertando más interés todavía.
Su modelo se explica a través de un diagrama en forma de rosquilla. El anillo interior representa las 12 necesidades humanas básicas que hay que cubrir para la asegurar la función social; el anillo exterior es el techo ecológico que tenemos, los límites marcados por la finitud de los recursos naturales. El anillo verde intermedio representa exactamente la dimensión en la que la humanidad y el planeta conviven de forma saludable.
Cristina Gallach, ex Alta Comisionada para la Agenda 2030 del Gobierno de España y miembro del equipo de la ONU que en 2015 puso en marcha los Objetivos de Desarrollo Sostenible recordaba durante una intervención en el Congreso Nacional del Medio Ambiente en 2018 que el logotipo de los ODS, en forma de tres círculos concéntricos, debe su forma precisamente a la teoría de la rosquilla de Raworth.
En ese sentido, es en el círculo interior del logotipo donde debemos movernos, pues permite satisfacer las demandas materiales de la humanidad sin salirse de los límites.
Por un lado, las necesidades centrales son las que ya están bajo el paraguas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, acordados por los países miembros de la ONU. Por otro, la parte exterior del donut se basa en parte en el concepto de los límites del planeta acuñado en 2009 por el Centro de Resiliencia de Estocolmo.
Estos van desde el cambio climático, a la pérdida de la biodiversidad, el cambio en el uso del suelo, la desaparición del ozono, la «acidificación» de los océanos, el uso del agua, etc. En ese momento, 2009, cuatro de los nueve límites planetarios clave para la estabilidad del planeta ya se habían sobrepasado. “Miles de personas no puede satisfacer sus necesidades básicas tanto en países pobres como en ricos, cuando al mismo tiempo sobrepasamos los límites de la tierra. Necesitamos nuevas políticas. Es nuestro desafío generacional. La economía es una construcción social que forma parte a su vez del planeta vivo”, opina Fanning.


Una medida obsoleta
Si hay un enemigo a batir dentro del modelo económico del siglo XX para estos economistas de la rosquillas este es, sin duda, el PIB, que habría que cambiar para definir la nueva economía del siglo XXI.
El concepto de Producto Interior Bruto se acuñó en 1930 y se extendió como la pólvora después de la II Guerra Mundial. Servía para controlar lo que un país podía producir en un cierto periodo y a la administración le venía bien para saber lo que iba a recaudar en impuestos y, por tanto, lo que se podía gasta en Educación, Sanidad o en Defensa.
“En general, lo que se descubre es que los países que tienen buenos resultados sociales tienden a usar los recursos a un nivel insostenible”
Sin embargo, desde hace décadas es una medida del progreso que despierta críticas, incluso las del propio creador. El PIB fue inventado como medida contable por el economista estadounidense Simon Kuznets, el inventor de la contabilidad nacional.
Pasados 30 años, argumentaba: «Las metas para un mayor crecimiento deberían especificar un mayor crecimiento de qué y para qué”, explica la BBC en un artículo sobre este tema. ¿Porque qué mide el PIB? La BBC lo explica con un ejemplo: “Bill Gates entra a un bar y, en promedio, todos los que están ahí son millonarios. Es una broma de economistas, así que no es muy graciosa, pero sirve para explicar este punto: esa frase no nos dice nada sobre la riqueza de los otros clientes del bar, solo te dice algo sobre los ingresos de Bill Gates repartidos entre todos».
Si Nueva Zelanda ya mide el bienestar como un indicador económico y Bután cuenta con un índice de Felicidad Nacional Bruta, ¿no se puede dejar atrás el PIB de hace un siglo?
¿Cómo medir el progreso?
National Geographic también le ha dedicado un extenso artículo recientemente a la economía de la rosquilla o el donut. En el artículo, explica dónde está el origen del modelo económico basado en el crecimiento de la producción sin fin.
El primero, apunta, se encuentra ya en la Biblia. “Se ha interpretado equivocadamente que el Génesis exhorta a los humanos a dominar la tierra. Un malentendido que cambió el sentido de ser hábiles artesanos y administradores de la creación. El siguiente giro importante de la trama en la narrativa occidental se produjo en el siglo XVII, cuando se amplificó la idea de que deberíamos dominar la Tierra. La pequeña Edad de Hielo del siglo XVI supuso el fracaso de las cosechas en toda Europa. La religión no aportó nada entonces y la gente comenzó a cuestionar su autoridad. Ahí se empezó a recurrir al aprendizaje a través de la observación y la experiencia, es decir, a la ciencia. La idea de progreso entraba en la civilización occidental y desde el principio se equiparó con crecimiento económico. Para rematar, tras la Segunda Guerra Mundial, el PIB se convirtió en una obsesión para los gobiernos de todo el mundo”.


El BBVA lo cuenta en su blog de esa misma manera: “Al principio del capitalismo la riqueza dejó de ser un medio para acercarse a dios y se convirtió en un fin en sí mismo. Enriquecerse era la meta de la versión económica de la evolución de Darwin: los más listos era los que se enriquecían. El capitalismo se basó, en sus inicios, en la falsa creencia de que las materias primas eran ilimitadas”.
Si había dudas sobre que los recursos son finitos, el inicio del siglo XXI parece apuntalar definitivamente las dudas. “Ha habido crisis recurrentes, tras los ataques del 11-S primero y luego en 2009… A la última década de austeridad se suma la emergencia climática y ahora una pandemia global con impactos sociales y económicos sin precedentes. Todo esto dice que estamos conectados unos con otros y con el mundo vivo”, afirma Andrew Fanning.
La Universidad de Leeds publicó en 2018 A good life for all within planetary boundaries, un estudio en el que aplicaba el modelo del donut a 150 países para ver dónde está cada uno.
“España alcanza la mayoría de los umbrales sociales con excepciones, como en igualdad, calidad democrática y empleo. Sin embargo, el nivel per capita del uso de recursos sobrepasa siete de los estándares que se consideran sostenibles, como el de emisiones de CO2.
“España alcanza la mayoría de los umbrales sociales con excepciones, como en igualdad, calidad democrática y empleo. Sin embargo, el nivel per capita del uso de recursos sobrepasa siete de los estándares que se consideran sostenibles, como el de emisiones de CO2”
Togo es un ejemplo de país que está dentro de los límites ecológicos, pero no alcanza los umbrales de bienestar. China está en una situación difícil en ambos lados del donut. En el otro lado de la balanza estaría Costa Rica, cuyo nivel de satisfacción de las necesidades básicas es similar a la de EEUU, pero con un uso de recursos mejor para los límites del planeta.
En general, lo que se descubre es que los países que tienen buenos resultados sociales tienden a usar los recursos a un nivel insostenible. Si ponemos todos los países juntos sale un estado muy alarmante”, cuenta Fanning.
Lo cierto es que la Economía del donut está tomando impulso. Este mes de septiembre se inauguraba la primera plataforma para canalizar la actividad de los interesados, la Doughnut Economics Action Lab (DEAL), domde Fanning trabaja como jefa de datos y análisis. Y según sus propios datos ya les han contactado desde 400 puntos diferentes del mundo.
El ejemplo de Amsterdam
Además, desde abril, ya hay una ciudad, Ámsterdam, que se ha decidido a llevar a la realidad este modelo. Su objetivo es reducir de forma drástica el uso de recursos y materiales, potenciando los productos que duran más tiempo, las reparaciones o las donaciones de comidas, de manera que su economía sea totalmente circular para el año 2050.
Algo que va en línea con la estrategia de Ecomomía Circular de la UE, que básicamente dice que en un territorio pobre en recursos como el europeo, los materiales pueden entrar, pero no desecharse. Todos ellos deben ser reaprovechados, reusados o reciclados para mejorar la eficiencia, equilibrar la balanza exterior y ganar en seguridad de suministro.
“Lo primero que se ha hecho ha sido hablar con los diferentes departamentos de la administración pública para hacerse preguntas del tipo ¿Cómo se pueden construir casas en la ciudad que sean accesibles para todos los sectores sociales y al mismo tiempo garanticen el bienestar de quien viven?


Por otro lado, en el puerto hemos visto un ejemplo de cómo el estilo de vida de la ciudad tiene un impacto directo en los habitantes de Bangladesh que producen los vestidos que llevamos los ciudadanos. Estas reflexiones sirven para crear nuevas estrategias que tengan todo esto en cuenta”, explicaba Ilektra Kouloumpi, una de las consultoras de Economía Circular implicada en el proyecto de la ciudad holandesa a la BBC. Y es que se calcula que “el 20% de los residentes de Amsterdam no puede cubrir sus necesidades básicas tras pagar el alquiler”, dice The Guardian.
Más que una varita mágica o una fórmula, el modelo de la rosquilla o el donut es una visión de cómo trabajar de manera holística teniendo en cuenta todos los impactos que tiene cada decisión que se toma.
En su base hay mucho de propiedad distribuida, un gran impulso a las cooperativas y a las licencias de código abierto. “Los que toman las decisiones se van a dar cuenta de que no tienen que tomar decisiones diferentes para la actual crisis económica, otras para la crisis climática y otras para la sanitaria”, dice el movimiento en su web.
Una pequeña minoría puede inspirar el cambio, decía el National Geographic. ¿Será Ámsterdam ese inicio?
En el libro Economía rosquilla, la académica de Oxford Kate Raworth identifica siete aspectos cruciales en los que la economía convencional nos ha llevado por el mal camino, y establece una hoja de ruta para conducir a la humanidad a un punto ideal donde puedan satisfacerse las necesidades de todos con los medios del planeta.
En este trayecto, la autora revela cómo la obsesión por el equilibrio ha dejado a los economistas indefensos a la hora de afrontar el auge y caída de la economía del mundo real y, al mismo tiempo, crea un modelo económico de vanguardia apropiado para el siglo XXI; un modelo en el que una brújula en forma de dónut señala el camino hacia el progreso humano.