La tensión geopolítica entre Estados Unidos y China es una de las grandes claves de nuestro tiempo, en la que muchos analistas internacionales ven señales de una lucha por la hegemonía mundial. Washington y Beijing han estado librando una guerra comercial desde el momento en el que Donald Trump llegó al poder, y a pesar de llegar a un acuerdo a finales del año pasado, los dos gobiernos llevan tiempo atacándose mutuamente en un intento de ganar la batalla de la opinión pública.
Sin embargo, los recientes intercambios de acusaciones sobre la responsabilidad de la pandemia del coronavirus y los problemas que ésta ha causado a la economía mundial están profundizado una rivalidad global acérrima. La animosidad existente amenaza con hacer que una relación bilateral que ya era tensa de por sí pueda pasar a ser completamente tóxica.
Por un lado, en Estados Unidos, la narrativa dominante entre los conservadores es que los funcionarios chinos ocultaron información clave durante semanas. Líderes de opinión entre los republicanos como el presentador de Fox News Sean Hannity o el senador por Arkansas Tom Cotton insisten constantemente en la responsabilidad del Gobierno de Xi Jinping en la propagación mundial del virus e incluso han llegado a sugerir que el virus podría haberse desarrollado como parte del programa de guerra biológica china.
El propio Trump ha dado alas a la teoría de que el nuevo coronavirus se podría haber “escapado” del Instituto de Virología de Wuhan, a pesar de que todas las evidencias científicas disponibles hasta el momento señalan un origen natural. La duda la terminó de sembrar la semana pasada el periódico The Washington Post, que en una columna de opinión citaba cables de 2018 de la Embajada de EEUU en Pekín. En ellos, se alertaba de una supuesta falta de seguridad del Instituto de Virología de Wuhan y de que allí podía originarse una pandemia similar al SARS, un coronavirus parecido al actual que apareció en 2002 y mató a casi 800 personas.
Desde China ha habido contraataque. En un intento de echar la culpa de la pandemia global a los Estados Unidos, el gobierno y los medios estatales comenzaron a promover la teoría de que Washington pudo haber iniciado la pandemia como parte de un programa de armas biológicas. Las historias que aparecieron enfatizaban la asistencia del personal del Ejército de EEUU a los juegos deportivos en Wuhan en octubre de 2019, justo antes de que comenzaran a aparecer los primeros signos del coronavirus.
En cualquier caso, y dejando de lado la inverosimilitud de estas teorías de acuerdo con los datos científicos de los que se dispone, lo cierto es que las acciones de ambos bandos apuntan a una auténtica “guerra de propaganda”. Pero, ¿cuáles son las motivaciones de estadounidenses y chinos para meterse de lleno en estos cruces de sospechas? ¿Cómo afecta todo esto a la guerra comercial que están librando estas dos superpotencias?
‘Soft power’ y discurso
Washington y Pekín llevan años enfrascados en una lucha de tú a tú por liderar el comercio y la geopolítica mundiales. Mucho antes de que llegara el coronavirus, ya existía una competición abierta entre ambas potencias, que arrancó en el mandato del presidente Barack Obama y se ha visto reforzada durante la presidencia de Trump. “La cuestión de fondo es que las relaciones ya vienen lastradas por el conflicto hegemónico”, asegura Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China en España, que incide en el trasfondo económico de la rivalidad. “El FMI señalaba en sus últimas previsiones, que en 2024 la economía china representará el 24,1% del PIB mundial y EEUU el 13,9%. El sorpasso de China es imparable”.
En este contexto, controlar el discurso político sobre el coronavirus se ha vuelto crucial debido a las enormes consecuencias sociales y económicas de la pandemia. “Ambos países han tratado de utilizar la pandemia para atacar a su rival geopolítico en mayor o menor medida”, asegura Álex Maroño, analista de política estadounidense en El Orden Mundial. El internacionalista asegura que para las dos potencias resulta beneficioso poder hacerse con el relato para así reforzar su autoridad y erosionar el prestigio internacional de su rival.


La lucha actual se libra pues en el terreno del conocido como soft power, es decir, la capacidad de una potencia de incidir en las acciones o intereses de otros países valiéndose de medios culturales, ideológicos y diplomáticos. En el escenario geopolítico global actual, que los analistas internacionales llaman “multipolar” por la ausencia de un único actor hegemónico, nadie tiene el control absoluto, por lo que estos instrumentos de “política blanda” pueden ser cruciales para poder dirigir la política mundial en la dirección deseada.
Jorge Tamames, jefe de redacción de la revista Política Exterior, considera que “China ha logrado publicitar con éxito su envío de material sanitario a la Unión Europea”, lo que le ha otorgado algo de “prestigio y simpatía en el contexto de esta crisis”. Pero este analista explica también que “ni China gozaba de mucho soft power en el pasado, ni está claro que en el futuro estos gestos de ayuda permitan pasar por alto aspectos menos loables de su gestión de la pandemia”, como la represión de información o el envío de material defectuoso.
Eso sí, a pesar de estos problemas, Tamames, opina que “la reputación de China sale reforzada en comparación con la de EEUU, cuyas políticas y comunicación a lo largo de la crisis están siendo desastrosas”. Una idea que comparte Xulio Ríos, que cree por su parte que las acciones de China, como su apoyo sin fisuras a la OMS o los envíos de médicos y expertos a otros países afectados por la pandemia, “reposiciona al país en el tablero global y refuerza la idea de que el poder estadounidense está en declive”.
Año electoral
Lo que parece claro es que un elemento clave de esta lucha por el discurso, más allá de la batalla por la hegemonía, es que en Estados Unidos sea año electoral. Y culpar a China de todos los males puede tener un enorme atractivo de cara a las urnas, sobre todo en el Partido Republicano que lidera Trump. El profesor Peter Beinart explica en The Atlantic que para los conservadores estadounidenses “avivar el antagonismo hacia China tiene sentido ideológico”,ya que, durante décadas, “los republicanos han estado buscando un nuevo Ronald Reagan para llevarlos a la victoria sobre un nuevo imperio malvado”.
Tras varios intentos fallidos (Irak, Irán y Corea del Norte), China sería el candidato más creíble hasta el momento: “un poder no blanco, no cristiano y nominalmente comunista que realmente puede desafiar el dominio de Estados Unidos en el mundo”. Un análisis que comparte Maroño, que explica que “la retórica anti-China se ajusta a la tradicional visión republicana de la política exterior, y puede servir para azuzar la base principal de Trump –clase obrera blanca– en estados clave y asegurar así su reelección”.


Pero la demonización de China no es patrimonio exclusivo de los republicanos. Cada vez más estadounidenses ven a China como una amenaza, y según una encuesta del Pew Research Center de hace escasos días, el 66% de la ciudadanía tiene opiniones negativas del país. Según explica Tamames, “la contención de China precede a Trump y también le sobrevivirá, independientemente de que gane o pierda en noviembre”. Porque, en Estados Unidos, “tanto la oposición centrista del partido demócrata como la izquierda que personifica Bernie Sanders comparte parte de las inquietudes comerciales y estratégicas de Trump frente a China”.
Es decir, aunque el rival de Trump en noviembre, el exvicepresidente Joe Biden, no ha llegado tan lejos como el líder republicano en su retórica anti-China ni ha dado credibilidad a teorías de la conspiración, sí se ha mostrado crítico con la gestión china de la crisis y también defiende una mayor asertividad estadounidense al respecto. Este video promocional de su campaña es un claro ejemplo de su postura y deja claro el importantísimo rol electoral que va a jugar el coronavirus.
¿Un nuevo orden mundial?
En cualquier caso, la guerra por el discurso no ha hecho más que comenzar. Aunque ahora China parezca estar en cabeza de la lucha mundial contra el coronavirus, sigue habiendo “importantes sombras en su gestión”, como apunta Xulio Ríos. De hecho, la lucha por la narrativa entre ambos países se centra en la primera fase de contención del virus: ¿Qué es lo que pasó en los primeros momentos en Wuhan? Ríos recuerda que “las primeras alertas de algunos médicos sobre un nuevo SARS fueron reprimidas por las autoridades, en un primer momento en el que también se ocultaron evidencias y se obligó a los médicos a retractarse, lo que privó de una mejor respuesta al virus”.
El sinólogo explica que, desde China, se contraataca con la idea de que los países occidentales tenían información desde el primer momento y no se lo tomaron en serio, “porque pensaron que esto era como el SARS y se quedaría en Asia”. Y cree que esta es la clave de la estrategia del país asiático, y lo que explicará su probable victoria a largo plazo. “El mundo occidental no es capaz de liderar la respuesta contra el coronavirus, por lo que China aprovechará el vacío de poder para aumentar su cuota de responsabilidad y liderazgo”, sentencia.


Jorge Tamames coincide en que que, a pesar de estas sombras en la gestión china inicial, la crisis del coronavirus dejará un ganador claro. “Tanto a nivel narrativo como económico y político, la crisis reforzará a Pekín a expensas de Washington”, apunta el politólogo, aunque admite que aún “es pronto para anticipar un desplome de EEUU, que en parte también está consolidando su posición en medio de esta crisis, gracias entre otras cosas a Silicon Valley y la Reserva Federal”.
Sin embargo, es más que probable que, por el momento al menos, el enfrentamiento siga en clave retórica y no pase a los hechos en el futuro próximo. Como apunta Maroño, un enfrentamiento abierto en el ámbito comercial o incluso diplomático «resulta sumamente improbable debido a las nefastas consecuencias económicas que tendría. Además, acarrearía una inestabilidad mundial sin precedentes, ya que ambos países poseen armas nucleares”.
A largo plazo, ya es otro cantar: el rechazo bipartidista respecto a China es una realidad en la sociedad estadounidense, al igual que lo es el ascenso económico del gigante asiático. Dos tendencias antagonistas que podrán tener consecuencias imprevisibles a largo plazo.
