Cádiz, 10.30 de la mañana de un 1 de noviembre, Día de Todos los Santos. Luce un sol de otoño y los vecinos pasean por la ciudad y la orilla de la bahía. Al poco, el mar toma un aspecto insólito. Las aguas se retiran en una bajamar nunca vista y emergen pecios y restos sumergidos durante siglos. Los curiosos se asoman a la costa comentando el fenómeno. Algunos se aventuran a buscar tesoros entre un fondo marino misteriosamente descubierto.
Al poco, una pared de agua, como una cordillera, asoma en el horizonte. Se dirige sorda y veloz hacia la playa, con la terquedad de lo ineludible. Entre las gentes, la curiosidad se torna en temor, prisas, huida. Al acercarse, la ola ha adquirido una altura de 20 metros y semeja un monstruo capaz de engullir la ciudad. No les traga a todos ellos porque tienen tiempo de protegerse tras las murallas. Son las viejas piedras con raíces tartésicas las que salvan a Cádiz de perecer ante una locomotora de agua.
Con todo, serán decenas de muertos los que se cuenten al final del día; mientras, llegan noticias de destrozos similares ocurridos desde Ayamonte a Conil, con cientos de vidas humanas perdidas y toda una flota pesquera hundida…
Puede parecer el guión de un telefilme de catástrofes, pero no lo es, no es ficción. Se trata de la crónica de sucesos reales, una historia verdadera. Ocurrió en 1755 y está narrada en los registros históricos … aunque haya caído en el olvido general.
Se trata del gran maremoto que asoló las costas de Cádiz y Huelva en el siglo XVIII y que consternó a la España de entonces. Si ha sido olvidado es posiblemente porque ese mismo día sucedió algo más terrible: la práctica destrucción de Lisboa y la muerte de decenas de miles de personas. En aquel año fatídico del siglo XVIII tuvo lugar el temblor de tierra más potente que ha afectado a la Península Ibérica en época histórica.
Es un seísmo que ha pasado a la historia como El Gran Terremoto de Lisboa. No existían entonces mediciones sismográficas, pero los expertos estiman que alcanzó entre 7,3 y 8,5 gradosa en la escala Ricthter y tuvo su epicentro a 300 kilómetros de la capital portuguesa, en el Atlántico.
La onda fue descomunal. Hay anotaciones históricas de cómo se percibió el temblor en toda Europa occidental. El sur de Francia y el norte de Italia notaron temblores evidentes y se recogieron testimonios de lugares tan remotos como la norteña Hamburgo.
El gran Terremoto de Lisboa
El terremoto destruyó gran parte de los edificios de la ciudad, pero lo peor vino después, porque el gigantesco tsunami generado por el temblor submarino creó una ola que se dirigió a la ciudad a 800 kilómetros por hora. Embocando por el estuario del Tajo y ganando energía a medida que este se estrecha, cayó como un mazo sobre la ciudad blanca.
La ola anegó Lisboa. Se estima que ese día murieron entre 60.000 y 100.000 personas en la capital lusa y villas cercanas. Los múltiples incendios provocados por el siniestro acabaron de dar la puntilla a la ciudad. El racionalista barrio de La Baixa que hoy tanto agrada a los turistas fue construido por el marqués de Pombal sobre las ruinas de una Lisboa medieval arrasada por el mar.


Una parte de ese mismo tsunami llegó también a las costas andaluzas. El rey Fernando VI pidió un memorando de daños y víctimas. En Ayamonte, se contaron 1.000 muertos. Toda la lisa planicie costera onubense se vio sumergida por las aguas y si no hubo más pérdidas humanas fue porque en aquel entonces estaban poco pobladas y no atestadas de complejos vacacionales como ahora.
En Cádiz solo se contaron 15 muertes, porque al corregidor le dio tiempo a tocar a rebato y cerrar las puertas de la muralla, tras la que se protegieron los gaditanos. No obstante, el muro de agua de 20 metros de altura logró saltar a la ciudad, aunque con fuerza reducida. Hay una marca hoy en día en la gaditana calle de la Palma que muestra la altura hasta la que llegó el maremoto.
De modo que sí, la Península ibérica ha sufrido tsunamis. Y no sólo eso, sino que los seguirá padeciendo en el futuro. El contacto entre la placa africana y la euroasiática pone a Andalucía en medio de una doble amenaza tectónica que apunta tanto a la vertiente atlántica como a la mediterránea. La única duda es cuánto tardará en llegar el próximo maremoto, dicen los expertos, pero vendrá. La escala geológica tiene rangos de tiempo muy distintos a los humanos y los periodos de retorno pueden ser de cientos o miles de años. Pero retornan.
Plan contra maremotos de Andalucía
Siendo el peligro cierto, aunque no exactamente inminente, puede entenderse que la Junta de Andalucía acabe de dar a conocer que está preparando un protocolo de actuación ante los maremotos, un anuncio que ha dado mucho que hablar en los últimos días y que ha sonado incluso a alarmista. Pero no lo es.
En realidad, se trata de algo que numerosos expertos reclaman desde hace años. La costa andaluza tiene un riesgo moderado de sufrir tsunamis dada su cercanía a dos zonas sísmicas activas como la del mar de Alborán (Mediterráneo) y la del sur del Cabo de San Vicente (Atlántico), un área conocida como el banco de Gorringe y donde contactan la placa africana y la euroasiática.
No existen las mismas posibilidades de que ocurra tan a menudo como Indonesia, Chile o Japón, situados en pleno Cinturón de Fuego del Pacífico, una línea de placas tectónicas que produce una intensa actividad volcánica. Estos países padecen maremotos de forma recurrente, muchos de ellos de de gran intensidad, como los de este siglo XXI, que han causado decenas de miles de muertos.
Aunque la exposición al riesgo sea menor que en otras localizaciones calientes de la geografía terrestre, la vulnerabilidad del sur de España no es desdeñable a la vista de la experiencia histórica. Por ello, el consejero de la Presidencia, Administración Pública e Interior de la Junta de Andalucía, Elías Bendodo, anunció hace escasos días que la comunidad autónoma trabaja ya en la elaboración de un plan de emergencias especial ante posibles maremotos.
«No es que haya datos que apunten a la llegada inminente de una gran ola, pero sí la evidencia científica de que estos fenómenos han ocurrido en el pasado y pueden volver a ocurrir», afirmó Bendodo.
La Junta de Andalucía no hace más, en realidad, que atender a lo establecido en el Real Decreto 1053/2015 por el que se aprobó la Directriz Básica de Planificación de Protección Civil ante el riesgo de maremotos para el Estado español.
Un real decreto sin desarrollar
El objetivo del real decreto es poner en marcha un sistema nacional para coordinar la actuación de distintos servicios y administraciones ante una emergencia por maremoto que afectara a las costas.”Se trata, pues de una transposición normativa, es decir, de cumplir con la obligación que tiene la junta de preparar un plan contra tsunamis”, explica la consejería andaluza.
Realmente, Andalucía va a ser pionera en la alerta anti-tsunamis. Muchos países tienen establecidos protocolos en ese sentido, pero no el nuestro. Desde la aprobación del real decreto, en 2015, nada se había avanzado. No hay un plan nacional y ninguna comunidad ha planificado una actuación ante este tipo de riesgo.
El consejero de Presidencia andaluz ha adelantado estos días que la comunidad quiere, en breve, poner en marcha un protocolo que incluya el análisis de riesgo, la información previa a la población, el sistema de alertas ante maremotos y los operativos necesarios ante la emergencia.
En ese sentido, un estudio a escala estatal realizado previamente por la Dirección General de Protección Civil y Emergencias estima que la vertiente Atlántica andaluza es la que presenta un índice más alto de peligrosidad. La altura de inundación se estima en 12 metros en algunos puntos de la costa, como en Cádiz y la zona entre Conil y al Cabo Trafalgar, según explicaba el propio consejero Bendodo.
El responsable público también explicó que se han solicitado estudios a través del proyecto europeo Copernicus, el programa de observación de la Tierra impulsado por la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Unión Europea. También se ha ha contactado con el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y distintos departamentos universitarios.
«Desde la prudencia, queremos hacer las cosas bien y en el momento que contemos con información específica necesaria que ya estamos recopilando y culminemos la revisión del Plan Territorial de Emergencias podremos tener un buen plan ante maremotos finalizado», afirmó el consejero en su comparecencia pública, en declaraciones que recoge Efe.
¿Cuántos tsunamis ha habido en España?
Se suele ver a los tsunamis como un fenómeno exótico, propio de lugares remotos. Sin embargo, según el Instituto Geográfico Nacional, en nuestro país se han contabilizado 24 maremotos desde el año 218 antes de Cristo. Hay registros históricos y también evidencias físicas de los mismos.
No hay que remontarse muy lejos. El último maremoto sentido en España ocurrió el 27 de mayo de 2003. Un terremoto en la costa de Argelia impulsó un tsunami de dimensiones reducidas. La ola arribó a puertos de Baleares, como Mahón (Menorca) y Palma (Mallorca). No pasó de 15 centímetros, pero dañó las embarcaciones.
Sistema de alerta
Los sismólogos consideran que España debería instalar un sistema de alerta de tsunamis en el Atlántico, similar al que se puso en marcha en el Índico tras el desastre de 2004, o como el que Chile ha establecido tras el desastre de 2010 y del que informábamos recientemente en El Ágora.
Un sistema así se compone de una serie de boyas ancladas al fondo que portan aparatos de captación sísmica y de movimiento de las olas. Transmiten los datos vía satélite a un centro de seguimiento en tierra. La instalación se completa con mareógrafos y otros equipamientos en la costa. Un equipamiento como éste permite saber, desde el primer momento, que se ha habido un terremoto en el mar y calibrar si se ha generado una ola.
El estudio previo de la costa y las simulaciones de ordenador ayudan a saber dónde y a qué altura impactará el tsunami. Hace falta tecnología pero también equipos humanos formados. La inversión inicial, grande, tendría que ir acompañada de un presupuesto de mantenimiento, estimable en un millón de euros al año. A cambio, se tendría un sistema de alarma de urgencia.
Hay que tener en cuenta que las olas de un tsunami pueden viajar a 800 kilómetros por hora. Por tanto, si se repitiera algo como lo ocurrido en 1755 se dispondría de 45 minutos antes de que las olas llegaran a la costa andaluza. Si los aparatos captaran que se está formando un tsunami, habría ese breve tiempo para avisar a la población de que se alejara del mar.
¿Acabó un tsunami con la cultura tartésica?
El hallazgo se publicó en la revista Quaternary International y tiene variadas lecturas, no solo geológicas sino también históricas. Una de ellas apuntala la posibilidad de que la destrucción que causó ese impacto sobre los pueblos que habitaban la zona permitiera la posterior penetración de los romanos. La desaparición de la cultura tartésica, la avanzada cultura que dominó el sur penínsular en época prerromana, sigue siendo un misterio. Cada vez son más las evidencias que apuntan a la posibilidad de que los cambios geomorfólogicos en la desembocadura del Guadalquivir, punto de radiación de Tartesos, afectaran a su posibilidad de supervivencia. Las marismas de Cádiz ocultan bajo el fango evidencias aún por descubrir.
Cómo actuar ante un tsunami
Al anunciar la puesta en elaboración del plan de protección contra maremotos, la Consejería de Presidencia ha recordado conceptos básicos sobre el origen y comportamiento de los tsunamis. Apenas hay tiempo para avisar a la población. La velocidad de dispersión de la onda marina, que puede alcanzar 800 kilómetros hora, no deja casi tiempo para avisar la ciudadanía.
Puede pasar menos de una hora entre el sismo y el impacto en tierra. En ese tiempo, los técnicos deben localizar y medir el temblor, interpretar su origen, intensidad y efectos y avisar a las autoridades. Y estas poner en marcha un plan urgente de aviso a la población.
Los tsunamis se generan por un terremoto marino, que provoca una ondulación de la masa del agua al levantarse el fondo del océano por el temblor. El efecto más sensible en tierra, antes del impacto, es la retirada repentina de las aguas de la costa, absorbidas por el efecto de succión de la ola que se aproxima.
No hay que detenerse nunca a ver este fenómeno, sino correr en la dirección opuesta, explica la Junta de Andalucía. En lugares como Cádiz, aislada en una península y con pocas vías de escape, huir de la ciudad en menos de una hora es imposible.
Las autoridades de hoy en día recomiendan, a pesar del avance tecnológico, los sismógrafos, las boyas de marea y la ayuda de los satélites de Copérnico, hacer lo mismo que el corregidor de la ciudad en el siglo XVIII: tocar las campanas y pedir a la población subir a un sitio alto. Treinta metros. esa es la altura.
El Gran Terremoto de Lisboa de 1755 se sintió en toda España. El rey Fernando VI ordenó un recuento de daños en el Reino, que resultó abrumador, con más de 1.000 comunicaciones desde todos los puntos señalando pérdidas y daños. En realidad, los efectos siguen presentes hoy en día. Muchos edificios, sobre todo en el oeste peninsular, se vieron afectados. La catedral de Baeza (Jaén), sufrió gravísimos desperfectos.
Resultaron dañados los tejados de las catedrales de Salamanca y de Segovia. La Giralda y la Torre del Oro sufrieron roturas en sus capiteles y remates. La catedral de Plasencia (Cáceres), perdió aquel día sus vidrieras de colores. Hoy, esa joya del gótico tardío luce vulgares vidrios claros sin que muchos sepan el motivo de ello. Y muy cerca de esa ciudad cacereña se encuentra Coria, donde el terremoto de Lisboa causó un efecto extraordinario: el río Alagón se movió de su curso habitual. Hoy, sigue en pie el viejo puente, que sobrevuela un cauce que lleva seco tres siglos.
