El móvil se ha convertido en uno más de los aparejos de laboreo de los agricultores. Cualquier profesional del campo puede adelantarse a las inclemencias del tiempo y asegurar la cosecha, mejorar la productividad e, incluso, reducir el gasto en agua sólo consultando los datos almacenados en los dispositivos. Lo sabe bien Maciá Martínez, presidente de la comunidad de regantes de Foi del Pou, en Valencia. La comunidad comenzó hace 15 años, justo cuando una sequía amenazó todos los cultivos de la zona. Entonces consiguieron una concesión para en verano poder regar con el agua de la depuradora que da servicio a la mancomunidad del Valle de Albaida. Se trataba de no perder los cultivos, pero lo que empezó siendo pura supervivencia del campo, se ha convertido en un ejemplo de regadío altamente tecnificado o “Smart Agro”.
Estos 28 municipios del valle tratan sus aguas en la misma depuradora. De allí se rescata parte del volumen y se embalsa en un lago de 170.000 m3. El resto sigue hasta el río, respetando lo que establece la ley en cuanto a caudal ecológico. Desde este punto embalsado se distribuye el agua a cada plantación a través de cuatro puntos o ramales. “Esto era todo secano, pero desde que está la depuradora contamos con un riego de socorro. Además, en los últimos tres años hemos metido nuevos cultivos, como el caqui y el naranjo, porque el agua lo permite”, explica Martínez.
Cada gota está controlada por ordenador. Cada uno de los cuatro ramales tiene hidrantes que se comunican por internet, “abrimos y cerramos las válvulas desde la central. Todo el regadío está telecontrolado y programamos una o dos horas diarias, en función del cultivo de cada cual. Cada uno puede regar de la forma más adecuada. Últimamente se hace por la noche. Así, aprovechamos las horas valle (de 22.00 a 8.00) en que la electricidad es más barata, porque el bombeo para transportar agua es lo más caro y consume mucha energía. Además, si a una planta le suministras agua por la noche resiste mejor el día. Cada uno se diseña su riego a la carta y se le dice a un programa informático cómo tiene que hacer”, dice Martínez.
Además, están incorporando al terreno sondas de humedad distribuidas por zonas y tipos de cultivo que se comunican con el ordenador. Así si empieza a llover, automáticamente se para el riego. Disponer de todos estos datos a la vez les permite, incluso, instalar sistemas anti heladas; si la temperatura baja de los cero grados pueden programar una lluvia fina para que no hiele. “Antes te fijabas en las plantas y dejabas el grifo abierto cuando veías que necesitaban agua, pero ahora la sonda es la que te dice exactamente lo que necesitan. Esta zona consume 4.000 m3 diarios más o menos entre todas las fanecadas”, explica Martínez antes de decir cuánto terreno sería eso en castellano… “Unas doce hectáreas”, calcula.
Su intención es acoplarse a
José Carlos Caballero es el responsable de agua de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja) y recuerda que la agricultura consume el 70% del agua de superficie en todo el mundo. Desde la asociación no cuestionan el regadío, “que produce entre 2 y 7 veces más que el secano”, pero sí consideran que se puede hacer mucho para mejorar en la gestión del agua y reducir este porcentaje. Sobre todo, porque más o menos un 25% del terreno en España se sigue regando por inundación; esto son casi un millón de hectáreas de las 3.700.000 hectáreas de superficie agraria cultivada que hay en el país.
Un 25% del terreno de España se riega por inundación mientras que más de un 50% de los campos se riega ya por goteo y un 2% lo hace con sistemas de riego por precisión
“A pie de finca, en orden micro, se están haciendo avances brutales. Sobre todo, en la zona de Levante. Se puede poner en marcha una válvula con un móvil a kilómetros de distancia. Se siguen las necesidades de las plantas con sensores de humedad del suelo o gracias al seguimiento foliar de forma visual y siguiendo el recorrido de la savia. Y con temporizadores se riega menos cuando la temperatura es mayor, para evitar las pérdidas por evaporación.Se tiene en cuenta el tipo de parcela, si son grandes e irregulares, o los suelo si son arenosos o arcillosos. Depende de la zona y el tamaño de la parcela”, dice Caballero.
Proyectos de gestión de agua
Pero ¿cuánto se puede ahorrar usando toda este tecnología en el campo? Los datos hablan de hasta un 10%. Al menos ese ha sido el objetivo del proyecto Moses, un programa financiado por la Unión Europea en el que han participado universidades, empresas y organismos de siete países europeos. “Se han llevado a cabo cuatro pilotos en Italia, España, Rumanía y Marruecos, donde se han podido testar diferentes tecnologías y analizar los datos durante tres años. Todo con el objetivo de que los gestores del agua redujeran los volúmenes de agua gastada en agricultura. El otro gran objetivo es limitar los riesgos causados por el cambio climático, tanto por sequías como por inundaciones”, dice Alessandro Di Felice, coordinador del proyecto y miembro del equipo técnico de la empresa Esri.
Mediante la plataforma Moses, los miembros han podido disfrutar de multitud de datos en una única solución. “El sistema cuenta con información sobre las previsiones meteorológicas de todo el año hidrológico. La otra fuente de información principal es la clasificación de cultivos que se trabajan en el campo y el tipo de terreno. Estos datos se obtienen gracias a la constelación europea de satélites Copernico. En los sitios más avanzados existen también censos de cultivos y sistemas informáticos que permiten que el agricultor meta sus propios datos. En una segunda parte, para la que ahora se busca financiación, se añadirán sensores de humedad para verificar”, continúa di Felice.
Con todos estos datos, la inteligencia artificial o sistema informático elabora modelos que predicen cuánta agua necesitará cada campo. Así si viene una estación seca, tres meses antes, el sistema emite una alerta para que los agricultores o las cooperativas compren agua. Luego lo verifica cada semana con previsiones meteorológicas más precisas y analiza si el campo está en buenas condiciones a través, por ejemplo, del índice de vegetación que también se ve por satélite. Además, el sistema puede medir la evotranspiración, es decir, la cantidad de agua que pierde la planta. Lo que buscan con esto es mantener el correcto grado de humedad de la tierra y que la pérdida por infiltración al suelo sea cero. Que toda el agua la aproveche la planta.
La universidad de Jaén trabaja de forma intensiva en agricultura de precisión, es decir en usar TIC, información geográfica e Inteligencia Artificial para mejorar el trabajo en el campo. Fruto de sus esfuerzos acaban de presentar en sociedad a Oliver, un robot fabricado para trabajar la aceituna como jornalero especializado. Consiguen así un trabajo en cooperación entre los drones desde el aire y el robot en el suelo.
«Se está extendiendo el olivar en cultivo intensivo, que se planta casi como las vides para abaratar la producción, pero en Jaén se da la particularidad de que hay mucha plantación en pendiente. El robot Oliver puede ir libre por cualquier tipo de campo, recorriendo cada olivar mientras toma datos. Lleva cuatro sensores equipados: una cámara multiespectral que toma cinco bandas del espectro de luz y detectan el estado de madurez de las hojas o posibles enfermedades. También cuenta con un láser LIDAR capaz de ir fichando puntos en el espacio tridimensional para rehacer en laboratorio esa nube de puntos y dibujar virtualmente el olivar. Completan el equipamiento, un sensor de humedad y otro de temperatura. Queremos poner también un brazo robótico para que vaya cogiendo muestras de los árboles y de las ramas», explica Francisco R. Feito, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Jaén.
Con los datos recopilados en una única plataforma, el equipo es capaz de ver la evolución del olivar y ofrecer servicio como detectar plagas, avisar de inundaciones y posibles deterioros del suelo o alertar sobre el mejor momento para recoger las aceitunas. Incluso ayuda a localizar los sitios más propicios para poner trampas con feromonas facilitando así el uso de soluciones biológicas alternativas a los fitosanitarios químicos.
