Las Bahamas son un archipiélago formado por más de 700 islas y 2.400 cayos, con una superficie total de 13.878 kilómetros cuadrados, algo así como el doble del archipiélago canario.
Su población roza los 350.000 habitantes, con una proporción elevada de origen africano. Sus costas y playas, con una vida marina muy activa incluidas tortugas, manatíes, tiburones y sus magníficos arrecifes de coral son un perfecto reclamo para los tres millones de turistas que las visitan al año, contribuyendo en gran medida a fomentar su economía.
Pero la contaminación plástica puede destrozar esa imagen idílica de paraíso, pues en las playas y en los arrecifes de coral que rodean a Bahamas se acumulan numerosos desechos plásticos.


No todos tienen origen en las islas ni mucho menos. Como ocurre con la contaminación marina, un mal difuso, con muchos orígenes, lo que ocurre en un lugar puede acabar en la otra punta del planeta. Y las Bahamas están especialmente expuestas, por encontrarse en una confluencia de movimientos marinos y tener un área de influencia mucho mayor que su territorio terrestre. Pese a que las islas abarcan apenas 14.000 kilómetros cuadrados de tierra emergida, sus aguas territoriales abarcan 160.000 kilómetros cuadrados del Atlántico.
Así, las corrientes arrastran hasta las playas de Bahamas grandes cantidades de basura flotante, algo que ocurre en muchos otros puntos del mundo. El problema de estos desechos no es solo estético. También se incorporan a la cadena alimentaria, ya que los peces ingieren partículas de plástico y, posteriormente, ese pescado es consumido por el ser humano.
Algunas estimaciones señalan que cada año se pierden en Bahamas 8,5 millones de dólares debido a turistas que evitan la playa al encontrarla ensuciada por la basura flotante.


A sus 29 años, Krystal Ambrose ha movilizado a la sociedad de Bahamas en la lucha contra la contaminación por plásticos en el mar
Luchar contra ese tipo de contaminación puede empezar por lo local. Por eso, el año 2020 se recordará en Bahamas como un año ecofriendly, que arrancó con la entrada en vigor de la prohibición, en enero, de las bolsas de plástico de un solo uso, los utensilios de comida, las pajitas y la espuma de poliestireno (la de los vasos de café) anunciada por el ministro de Medio Ambiente, con multas desde julio.
Una de las personas que más ha hecho en los últimos tiempos por concienciar a la sociedad bahameña sobre el daño que los plásticos generan en el medio ambiente es la joven activista de 29 años Krystal Ambrose.
Siendo muy joven organizó el Movimiento Plástico de Bahamas (Bahamas Plastic Movement o BPM), que implicó a muchos de sus vecinos en el cuidado del ambiente y acabó ejerciendo presión sobre las autoridades para que potenciaran las medidas de reducción de uso de plástico y conservación del medio natural.
«En las Bahamas, la basura es un gran problema porque recibimos los desechos del mundo además de producir los nuestros», afirmaba Ambrose al diario The Guardian. “Esto es el paraíso, hasta que miras de cerca. Luego ves la contaminación plástica que llega desde el Mar de los Sargazos«, en referencia a la amplia zona del Atlántico rodeada por la corriente del Golfo y donde se acumulan desechos de todo el mundo como ocurre en el Pacífico.
Bahamas, un país líder en conservación
El espíritu de la lucha ambiental bahameño es algo que ha existido siempre, ya que ha sido uno de los primeros países de la región en clasificar su territorio en reservas y parques naturales, constituyendo la Fundación Bahamas National Trust en 1959, organismo que dirige más de 45 parques y reservas nacionales del archipiélago para concienciar la importancia del cuidado del medio ambiente.
La entidad se encarga, además, de la investigación y protección de especies endémicas no solo marinas, sino también asociadas al medio oceánico, como la hutía, un roedor típico del Caribe, las palomas de corona blanca, el flamenco rosa de las Indias Occidentales o el loro de Bahamas.


El primer parque que se creó fue, en 1958, el Parque Marino y Terrestre de los Cayos de Exuma, compuesto por 365 islas y cayos en hilera, a lo largo de 200 kilómetros de aguas turquesas.
Una de las primeras ocupaciones laborales de Krystal Ambrose fue en un acuario en Las Bahamas. Y un hecho vivido allí le marcó para siempre. Tras pasar dos días ayudando a extraer plástico del estómago de una tortuga, se juró que nunca volvería a dejar caer un trozo de plástico al suelo, ya que este, indefectiblemente, acabará en el mar.
Poco después, en 2013, con 22 años, se unió a una expedición que estudió la masa de desechos marinos que conforman la Great Pacific Garbage Patch, es decir la gran zona de plásticos flotantes que las corrientes marinas mantienen fijas sobre una amplia extensión del Pacífico.


Allí descubrió que esa basura estaba formada por cosas que ella misma usaba, como pajitas, bolsas de plástico o espuma de poliestireno. La experiencia la empujó a fundar el Movimiento Plástico de Bahamas o Bahamas Plastic Movement para educar e involucrar a los más jóvenes de la isla Eleuther (su lugar de residencia), y buscar soluciones a la contaminación plástica.
Entre las actividades llevadas a cabo estaban por ejemplo los campamentos gratuitos donde los participantes realizaban encuestas sobre los plásticos en las playas, llevaban a cabo mediciones de microplásticos en la superficie del mar, diseccionaban peces mahi-mahi (pez delfín o dorado) para determinar el contenido de plástico del estómago y comprendían cómo el estilo de vida en tierra afecta la salud del océano.


La joven bahameña también diseñó un programa de “reciclado” donde los jóvenes reutilizaban de forma creativa los desechos plásticos (incluyendo un desfile con ropa creada por ellos mismos con los propios desechos) y un programa de educación ambiental para sus Junior Plastic Warriors con actividades de música, danza y arte.
Precisamente, uno de los focos principales de la actividad de Ambrose ha sido movilizar a todos los sectores sociales de un país que se independizó de Gran Bretaña en 1973 y todavía mantiene potentes sesgos de clases sociales y también de razas, pues la población tiene un variado mix de orígenes.
“Necesitamos cerrar la brecha entre la comunidad y la ciencia. No es bueno publicar una investigación todos los años si la información no va a la gente”, declaraba Ambrose a The Guardian. “El plástico es solo una herramienta”, añadía.
En ese sentido, su tarea ha estado dedicada a implicar a toda la sociedad y no solo al sector más formado y sensibilizado de la sociedad bahameña.
Se trata de ayudar a los jóvenes a encontrar su voz y reconocer que estamos juntos en esto”, afirma la joven activista Krystal Ambrose


“Se trata de mucho más que eso. Se trata de ayudar a los jóvenes a encontrar su voz y reconocer que estamos juntos en esto”, afirma la joven activista.
De cara a las medidas legislativas, Ambrose también puso los ojos en quien tendría poder para decidir la vida del plástico: el gobierno. Redactó una propuesta legislativa donde presentaba la prohibición de los plásticos de un solo uso como la única solución y, tras llevar a cabo una fuerte campaña de divulgación por todo el país, acudió a Nassau, capital del Estado, junto con un grupo de sus estudiantes, para reunirse con el ministro responsable de Medio Ambiente.
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Su encuentro fue toda una performance, ya que entraron en su despacho coreando juntos una canción en la que proclamaban que ellos eran el cambio. “Somos la solución, podemos arreglar esta contaminación plástica», convenciendo con sus argumentos al mismísimo ministro.
En abril de 2018 se aprobó la ley, que entró en vigor a nivel nacional en enero de 2020.
El primer premio Goldman para las Bahamas lo ha conseguido esta joven a través de la ciencia, la promoción estratégica y el empoderamiento de los jóvenes. Una vez convencidos los jóvenes, los más necesarios ya que son ellos los que heredarán nuestros océanos, acudió a quien tenía el poder de prohibir el uso de los plásticos de un solo uso.
A nivel mundial, ocho millones de toneladas de desechos plásticos llegan al océano cada año, matando a millones de aves marinas, mamíferos y peces.
Los corales que entran en contacto con el plástico tienen un 89% de probabilidades de contraer enfermedades, en comparación con el 4% de aquellos que no están expuestos al plástico.
Según algunos cálculos, habrá una tonelada de plástico por cada tres toneladas de peces en los océanos del mundo para 2025.
