La ciudad inglesa de Bristol fue reconocida como Capital Verde Europea en 2015, pero, lejos de contentarse con lo logrado, ha continuado impulsando políticas sostenibles y de adaptación al cambio climático



Imagínese una ciudad donde gran parte de la energía se genera a partir del viento y el agua. Donde abundan los carriles bici, los espacios verdes, las calles peatonales, la alimentación local y los restaurantes veganos. Donde algunos autobuses funcionan con desechos humanos y muchas calles están cerradas para que los niños puedan jugar. No es una fantasía. Es una descripción bastante exacta de lo que está pasando en los últimos años en Bristol, una urbe de casi medio millón de habitantes situada al oeste de Inglaterra.
La relación entre Bristol y el desarrollo sostenible es una historia de éxito que dura ya varias décadas. La urbe ya fue pionera cuando a comienzos de los 2000 fue una de las primeras en desarrollar una serie de estrategias y planes de acción para reducir la contribución de la ciudad al cambio climático. En 2007, la ciudad comenzó a alimentar sus 34.000 farolas con electricidad verde y, en menos de diez años, había reducido sus emisiones en un 38% en comparación con 2005. Además, en ese mismo lapso de tiempo redujeron el uso doméstico de energía un 16%, mejorando la eficiencia energética de los edificios en un 25%.
Además, las autoridades locales han sabido combinar estas acciones simples y eficaces con otras más imaginativas. En 2014, la administración de la región lanzó el primer autobús de Gran Bretaña propulsado completamente por desechos humanos y de alimentos. Un proyecto que, aunque no logró arrancar del todo por la falta de financiación, sirvió de base para impulsar un programa de transporte público sostenible que ha supuesto la renovación este mismo 2020 de la flota de autobuses de la ciudad, que ahora funcionarán con biometano.
Otra estrategia innovadora ha sido la creación de una aplicación de teléfono que utiliza imágenes térmicas para ayudar a los residentes a identificar la eficiencia energética de sus hogares. Con varios miles de descargas, el proyecto ha conseguido llegar al 70% de la población de las zonas más vulnerables de Bristol y va a servir de modelo en otras urbes europeas.
Todos estos esfuerzos le valieron a Bristol el galardón Capital Verde Europea en 2015, un momento en el que la Comisión alabó el trabajo de la ciudad asegurando que era “un ejemplo de innovación en términos de economía verde, con el compromiso y el entusiasmo necesarios para desarrollar su papel como modelo para Europa”. El premio inauguró un círculo virtuoso para la ciudad, que en los siguientes años se ha ido alzando regularmente en los primeros puestos de diversos ránkings sobre ciudades sostenibles a nivel europeo y mundial.
Un esfuerzo continuado
Sin ir más lejos, a finales del pasado año Bristol fue nombrada como una de las 88 ciudades más verdes del mundo, según la prestigiosa lista elaborada por la ONG Carbon Disclosure Project. Y, en marzo, un estudio elaborado por la consultora Good Move que clasificaba a las ciudades británicas en función de factores de sostenibilidad como las emisiones de carbono, las tasas de reciclaje y la eficiencia energética, situaba a Bristol en el primer lugar.
Estos ejemplos son solo los últimos de la larga lista de honores que ha ido acumulando Bristol en el último lustro. Y es que no se puede acusar a la ciudad de haberse dormido en los laureles tras haber sido elegida la capital europea de la sostenibilidad. En 2018, Bristol se convirtió en la primera ciudad del mundo en declarar la emergencia climática y comprometerse a la neutralidad de carbono para 2030, un movimiento que ha sido imitado posteriormente por otras ciudades, empresas, países y organizaciones internacionales de todo el mundo. La moción, lejos de quedarse en lo simbólico, exige informes bianuales de progreso para evaluar la descarbonización de la ciudad, un mecanismo que ya está dando sus frutos en forma de objetivos concretos.


En febrero del año pasado, el ayuntamiento lanzó la One City Climate Strategy, un documento estratégico que detalla las políticas de desarrollo sostenible de la próxima década. Incluye objetivos como reducir los viajes de los vehículos en un 40% para 2030, crear amplias zonas de circulación restringida para coches contaminantes o instalar un gran sistema de calefacción a nivel de barrios para mejorar la eficiencia energética. Es más, la administración local tiene como objetivo conseguir una inversión de al menos mil millones de libras esterlinas en la transformación del sistema energético de la ciudad durante la próxima década y para ello está explorando diversas formas de colaboración público-privada.
Para dar ejemplo, el ayuntamiento lleva años realizando reducciones sustanciales de su propia huella de carbono, que secayó en un 9% solo el año pasado y ha bajado desde 2005 al 86%. “Estamos orgullosos de que Bristol haya liderado el camino al destacar lo que podemos hacer para abordar las crisis climática y ecológica a nivel comunitario. Han pasado dos años desde que nos convertimos en la primera ciudad en declarar la emergencia climática y en ese tiempo se han logrado avances significativos. Pero todavía hay mucho más que todos podemos y debemos hacer”, explicó el alcalde de la ciudad, Marvin Reeves, a comienzos de febrero.
Adaptación al cambio climático
Más allá de las políticas en vivienda, transporte o energía, Bristol también tiene muy presente la gestión del agua. Al fin y al cabo, hablamos de una ciudad portuaria que ha sufrido frecuentes inundaciones a lo largo de su historia, por lo que tiene que tener muy presente la adaptación al cambio climático. En este sentido, Bristol es una de las tres ciudades donde se ha desarrollado en los últimos años el proyecto europeo RESCCUE, que pretende proporcionar una serie de herramientas y metodologías de resiliencia urbana que se puedan poner en práctica en otras ciudades.
RESCCUE, cuyas siglas significan en inglés Ciudades Resilientes Contra el Cambio Climático, cuenta con el apoyo financiero de la Comisión Europea a través del programa Horizonte 2020. Y su principal diferencia con otras iniciativas de resiliencia urbana es que, en vez de enfocarse en un sólo sector, este proyecto estudia el fenómeno del cambio climático de forma integral, analizando sistemas urbanos tan diversos como el agua, el alcantarillado, la electricidad, los residuos o las telecomunicaciones.


Además, y aunque formalmente la evaluación llevada a cabo por RESCCUE ha llegado a su fin el pasado año, el plan de Bristol se va a extender a 2025, aunque ahora ya con financiación local. Según explicaba la administración, con los datos recogidos se pretende lograr una mejor planificación y gestión de riesgos, la provisión de infraestructura y la preparación de respuestas para la recuperación y reconstrucción. Además, se va a impulsar la construcción o mantenimiento de infraestructuras seguras, autónomas y flexibles en servicios urbanos estratégicos: suministro de agua y energía eléctrica, aguas residuales, drenaje de aguas pluviales, tratamiento de residuos y movilidad.
Todo ello, con especial atención a los principales riesgos para la ciudad británica en los próximos años: las inundaciones y el desbordamiento del alcantarillado. Para poder implementarlo, Bristol cuenta con el RESCCUE Toolkit, una plataforma interactiva donde se recogen los principales resultados del proyecto, desde bases de datos hasta metodologías, junto con las guías que detallan los pasos a seguir para aplicarlos y conseguir una ciudad más sostenible y resiliente.
