Las ciudades inteligentes o smart cities son una de las grandes tendencias urbanas del siglo XXI. Esta estrategia consiste en aprovechar la tecnología y la innovación para promover de manera más eficiente un desarrollo sostenible y mejorar la calidad de vida de los habitantes de cualquier ciudad. Es decir, se trata adaptar un entorno metropolitano a los retos que plantea el cambio climático, minimizando tanto el impacto de la urbe sobre el medio ambiente como los riesgos que plantean problemas ambientales como la polución. Un proyecto de ciudad muy concreto que se está expandiendo por todo el mundo, aunque hay una urbe nórdica en la que ya casi es una realidad: Oslo.
La capital de Noruega tiene una población de 658.39 personas y está rodeada por el bosque de Marka, un área protegida a nivel nacional, y el fiordo de Oslo, ambos conectados por varias vías fluviales. Y han sido precisamente estas conexiones acuáticas las que han supuesto el primer paso hacia la sostenibilidad de esta urbe. Hasta finales de la década de 1990, los ríos y arroyos de Oslo estaban cubiertos y enterrados para transportar agua contaminada y facilitar la construcción de una ciudad en constante expansión. Esto significaba encerrar las vías fluviales dentro de tuberías, por lo que desaparecieron en gran parte de la superficie de la ciudad.
Sin embargo, a comienzos de este siglo, las autoridades locales lanzaron una nueva estrategia acuática que ha revertido casi por completo esta característica de Oslo. Desde entonces, cientos de metros de vías fluviales se reabren cada año, con el objetivo de hacer que estos espacios naturales sean accesibles a las personas, ayuden a gestionar de forma eficiente las aguas pluviales y faciliten la restauración de los ecosistemas locales. Durante la última década, se han reabierto casi tres kilómetros y, solo en 2017, resurgieron 550 metros de vías fluviales.


Pero el enfoque ambiental de Oslo no acaba aquí, como bien demuestra el hecho de que la ciudad fuera elegida Capital Verde Europea en la última edición de este premio que otorga la Comisión. “Combatir y adaptarse al cambio climático es el mayor desafío de nuestro tiempo y no se puede dejar en manos de otra persona, en otro momento, en otro lugar. Queremos invitar al mundo a Oslo para compartir y aprender juntos”, aseguraba el alcalde de la ciudad en 2019, Raymond Johansen, al recibir el prestigioso galardón. Y es que la capital de Noruega ha hecho esfuerzos en casi todos los campos para aportar su granito de arena a la lucha climática global.
Acción climática desde lo local
Abordar el cambio climático es una gran prioridad para Oslo. La ciudad tiene como objetivo desde hace casi un lustro reducir las emisiones en un 36% para 2020 (en comparación con 1990), un 95% en 2030 y ser neutral en carbono para 2050. Metas ambiciosas para las que las autoridades locales cuentan con una herramienta clave: un presupuesto climático que permite contar las emisiones de dióxido de carbono de la misma manera que unas cuentas financieras contabilizarían los fondos. Gracias a esta estrategia, Oslo ha logrado un progreso significativo en áreas como la movilidad sostenible, la eficiencia energética o la economía circular.
Precisamente las nuevas formas de transporte son una de las principales armas de Oslo para reducir las emisiones de CO2. Empezando por la parte pública: el 56% de todos los viajes en transporte comunitario, que han aumentado un 50% desde 2007, se basa en fuentes renovables. En concreto, la mayoría de los vehículos propiedad del ayuntamiento, como autobuses o camiones de la basura, funcionan con biogás, que es generado a partir de los residuos orgánicos que genera la propia urbe.


Pero también se fomenta de manera intensiva que el transporte privado sea cada vez más sostenible. Por un lado, se han construido cientos de kilómetros de ciclocarriles para promover el uso de la bicicleta y se han creado zonas de bajas emisiones, sobre todo en el centro, en las que se impide o limita la circulación. Pero es que, además, Oslo es considerada la capital mundial del vehículo eléctrico, ya que el 60% de todos los vehículos nuevos vendidos en la ciudad el año pasado fueron eléctricos.
Un hito del que se quieren inspirar otros sectores noruegos como el marítimo, que ya está desarrollando buques contenedores con 0 emisiones, o el aéreo, que también tiene proyectos en marcha con el objetivo de lograr el primer vuelo nacional neutral en carbono. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el 61% de las emisiones en Oslo siguen proviniendo del transporte, por lo que la alcaldesa actual de la ciudad, Marianne Borgen, no ha dudado en afirmar que “los sectores del transporte requerirán de esfuerzos más decididos para avanzar hacia la neutralidad climática”. Por el momento, el objetivo es reducir el tráfico de automóviles en un 20% para 2021 y en un 33% para 2030.
Tejer alianzas para transformar
El otro gran reto para lograr la neutralidad de carbono en Oslo es la eficiencia energética de sus edificios, ya que en la fría capital de Noruega el uso de combustible fósil para calefacción representa el 17% de las emisiones. Sin embargo, el hecho de que la ciudad lleve años buscando soluciones con la colaboración del sector público y el gobierno del país, la ha convertido ya en uno de los mayores exponentes de arquitectura sostenible del mundo.
El diseño arquitectónico sostenible de múltiples nuevos edificios no solo ha traído consigo un rápido desarrollo social y comercial en varias zonas de la ciudad, sino que también ha servido como atracción para los turistas y ha allanado el camino para el futuro. Según apunta la Oficina Nórdica de Arquitectura “Oslo es ya probablemente la ciudad más sostenible y orientada al futuro del mundo”, una afirmación que se sostiene en macroproyectos como el de la Ciudad Aeropuerto de Oslo, que ocupará 370 hectáreas a las afueras de la urbe y será la primera localidad “positiva en emisiones” del planeta.
En cualquier caso, para acelerar esta transformación, las autoridades locales se han propuesto un triple objetivo para 2030: reducir las emisiones incorporadas en al menos un 50% para todos los edificios nuevos y modernizaciones, reducir las emisiones incorporadas en al menos el 50% de todos los proyectos de infraestructura y utilizar solo maquinaria de construcción con cero emisiones. Para ello, contarán con el apoyo de Business for Climate, una red de colaboración público-privada creada por las autoridades locales.


Fundada en 2010, la red Business for Climate está actualmente formada por más de 100 socios comerciales que trabajan para lograr los objetivos climáticos de Oslo. Los socios participan activamente en la creación de estrategias, medidas e instrumentos en el campo de la reducción y adaptación de emisiones. La red también actúa como un espacio para el diálogo, donde la Agencia del Clima puede informar a la comunidad empresarial sobre las prioridades y políticas, y se pueden compartir las mejores prácticas.
Este tipo de proyectos centrados en la colaboración y lo concreto han sido clave para el éxito de Oslo. Según apunta Gaute Haverup, representante de la red de ciudades C40 en Oslo y ex director de la agencia Innovation Norway en España, la clave de que Oslo se haya convertido en capital verde no está en la tecnología, sino en su gente, sus ideas y su colaboración. “El truco de Oslo es ponerse objetivos ambiciosos a corto y medio plazo implementando diferentes medidas que harían a la sociedad reaccionar y ser más innovadora. Analizan la situación y actúan”, asegura. Una táctica que señala el camino a todas las ciudades del mundo que quieren apostar por la sostenibilidad.
