La buena racha de Seattle: talento, riqueza y ecología

La buena racha de Seattle: talento, riqueza y ecología

Seattle es la primera ciudad de Estados Unidos en alcanzar la práctica neutralidad de las emisiones de carbono en su industria eléctrica y acaba de aprobar la prohibición del uso de combustibles fósiles en los nuevos edificios


“¡Grunges, iros a Seattle!”, sonaba en la España de los años noventa. La ciudad más grande del estado de Washington, en la esquina noroeste de Estados Unidos, se hacía un hueco en la imaginación del resto del mundo. Los pósters del malogrado Kurt Cobain, con su melena enredada y sus viejas camisas de leñador, llenaban las barracas de feria de Madrid y las grandes multinacionales se rendían a los pies de la “ciudad esmeralda”. Seattle está en racha, y se quiere apuntar algunas medallas más. Por ejemplo, la de ser una de las metrópolis más verdes de Estados Unidos.

El consejo de la ciudad acaba de aprobar por unanimidad la prohibición del uso de combustibles fósiles en los nuevos edificios comerciales y residenciales. A partir del próximo 1 de junio, las construcciones no podrán usar gas en el sistema de calefacción, sino electricidad. También habrá parámetros más estrictos de ahorro de energía en el aislamiento y el alumbrado de las instalaciones.

“La salud pública no puede esperar”, dijo la doctora Annemarie Dooley, que testificó ante el Ayuntamiento de la ciudad. “Cada día que nos retrasamos significa más enfermedad y más pérdida de vidas por la contaminación del aire y el estrés por calor relacionado con el clima”. Los edificios son la segunda causa de polución local, solo por detrás de los viajes en avión. Con estas medidas la ciudad espera evitar el crecimiento del 12% de la contaminación que se estimaba para 2050.

La decisión del consejo se une al hecho de que Seattle es la primera ciudad de Estados Unidos en alcanzar la práctica neutralidad de las emisiones de carbono en su industria eléctrica. Según datos oficiales, el 84% de su energía proviene de instalaciones hidroeléctricas situadas en los ríos Skagit y Pend Oreille. Una proporción 12 veces mayor a la media nacional, estimada en el 6,6%.

Seattle saca pecho con estas y otras iniciativas, como uno de sus magníficos cedros rojos o pinos de Ponderosa, que pueden alcanzar los 60 metros de altura y que necesitarían a varias personas cogidas de la mano para rodear sus inmensos troncos. Si Seattle puede alcanzar estas cotas es porque lo sostienen unas circunstancias favorables y unas raíces profundas, boyantes y adineradas.

Sus inicios fueron como los de cualquier otro enclave fronterizo de finales del siglo XIX. Había una pequeña industria, en el caso de Seattle la maderera, unos cuantos empresarios sin escrúpulos, miles de leñadores recios y toda una red de tabernas, barracas y prostíbulos. Como enclave fronterizo, Seattle registró fuertes conflictos entre la patronal y los empleados. La sangre corrió más de una vez por sus calles sin asfaltar. La fortuna familiar de los Trump se originó precisamente en Seattle. Entre 1891 y 1902, el inmigrante alemán Friedrich Trump dio pensión y comida a los mineros que pasaban por allí camino de Alaska, en busca de oro.

El magnate maderero William E. Boeing se enamoró de los primeros aviones, que vio en una feria de muestras de Seattle, y fundó la empresa que llegaría a ser la mayor exportadora de Estados Unidos. La aeronáutica Boeing, que empezó trabajando con madera, el material del que se hacían los primeros aviones, despegó con las guerras mundiales e hizo de la ciudad un musculado centro económico; un cogollo de talento y recursos, que a su vez atrajo más talento y más recursos. A día de hoy la compañía emplea a 72.000 personas solo en el estado de Washington.

Seattle
Vista del ‘skyline’ de Seattle desde las aguas del Lago Union.

Las semillas estaban plantadas: Seattle aglutinaba una de las fuerzas laborales mejor adiestradas de Estados Unidos. La Universidad de Washington, la más grande de la región, se desarrolló a la par, y el hecho de que un tal Bill Gates, nativo de Seattle, mudase allí su recién nacida Microsoft en 1979, contribuyó al boom que ha vivido la ciudad desde entonces. El terreno fértil de Seattle hizo que allí se fundasen Amazon, Starbucks, Nordstrom, Expedia, Costco y otras grandes multinacionales.

Como consecuencia, la ciudad ha experimentado un agresivo aumento de población: ha sido la que más ha crecido de todo Estados Unidos en la década pasada. Lo mismo ha sucedido con la prosperidad. El ingreso mediano de los hogares de Seattle rebasó en 2019 los 100.000 dólares, lo cual significa que más de la mitad de las familias superan esta marca. Solo dos ciudades en todo Estados Unidos habían llegado ahí, las dos californianas: San Francisco, sede práctica de Silicon Valley, y San José.

La combinación de dinero, mentalidad progresista y un paisaje natural arrebatador, entre el Pacífico y el majestuoso Monte Rainier de fondo, nevado como el Kilimanjaro; los lagos de agua cristalina, los poderosos ríos y las colinas alfombradas de viejas coníferas, ha hecho de Seattle una especie de escaparate de ecología e innovación. En su territorio metropolitano hay 485 parques de diseños variados y 40 kilómetros de avenidas conectadas por un transporte público cuyo uso se ha duplicado en la última década. Si no pone un pie fuera de la ciudad, verá 200 kilómetros de rutas de senderismo en las que se puede hacer de todo: desde nadar o hacer escalada hasta ir ir a mirar a las orcas desde las cercanas Islas de San Juan.

Seattle, igual que la no tan lejana Portland, en Oregón, ha sido también un imán de empleados y emprendedores insatisfechos con las atiborradas ciudades californianas, lo cual ha seguido alimentando la concentración de talento. Las empresas lo saben y parecen competir entre ellas para ver quién ofrece la oficina más bucólica y sostenible.

Amazon, una empresa con fama de agotar a sus trabajadores y de cercenar cualquier atisbo de organización sindical, y de moverse, pese a su tamaño, en la sombra, tiene en Seattle una especie de gigantesca guardería para adultos. Su complejo, que emplea a 45.000 almas, está formado por diversas esferas transparentes y ajardinadas; una ciudadela futurista con exposiciones artísticas, futbolines, mesas de pin pon, cafeterías inmensas donde los trabajadores almuerzan gratis, y todo tipo de instalaciones que acogen tiendas y negocios locales, además de ofrecer la posibilidad de ir a la oficina con el perro. Solo en Seattle Amazon ocupa 40 edificios y ha recibido el crédito de revitalizar totalmente una zona de la ciudad que hace unos años consistía en sórdidos almacenes y polígonos industriales.

Seattle
Sede central de Amazon en Seattle.

El otro coloso tecnológico, Microsoft, no le anda a la zaga. Situadas en el barrio de Redmond, sus oficinas de más de 700.000 metros cuadrados emplean a unas 53.000 personas que se mueven en su propia red de autobuses. Las prebendas a los trabajadores son las típicas a las grandes firmas tecnológicas: una manera de hacer placentero el día a día y de acabar absorbiendo cada fibra de la existencia.

Sin embargo, ninguna esquina de Estados Unidos, por muy rodeada que esté de coníferas, agua y dinero, ha salido totalmente ilesa del año 2020. El estado de Washington fue de los primeros en en detectar los contagios de coronavirus, y su tejido público-empresarial, incluyendo modelos de predicciones de contagios que había diseñado Microsoft, se movilizó para mantener a raya la plaga. De los 50 estados del país, el de Washington ha sido el séptimo que mejor ha sobrellevado la pandemia, según la proporción de fallecidos por cada 100.000 habitantes.

Las protestas raciales del verano sacudieron especialmente a Seattle, donde la extrema izquierda llegó a crear una especie de mini-república independiente en la zona centro: seis bloques de edificios que recibieron el acrónimo de CHAZ (Zona Autónoma de Capitol Hill, por sus siglas en inglés). Los activistas mantuvieron el territorio, donde se celebraban talleres y charlas de temática revolucionaria, durante casi un mes, hasta que la policía local y el FBI lo deshicieron por la fuerza, deteniendo a más de 60 personas el 1 de julio.

El crecimiento de Seattle, por otra parte, genera monstruos. La ciudad tiene que lidiar con las aguas residuales que provienen de las plantas purificadoras. Según un estudio del Departamento de Ecología de Washington, son estas plantas las que causan escasez de oxígeno y exceso de nutrientes en algunas zonas del Estrecho de Puget. El resultado se puede ver en las anguilas y medusas que a veces aparecen muertas en las orillas. Las autoridades estudian regular las emisiones de nitrógeno, procedente de la orina, e invertir en la modernización de las plantas purificadoras para hacerlas más eficaces y limpias.

La racha de Seattle, pese a todo, continúa. Bajo la mirada de la icónica Aguja Espacial, sus corporaciones aún compiten por ver quién tiene el campus más abierto, amigable, sostenible, y verde, a medida que engordan los ingresos de buena parte de los habitantes. La prosperidad le permite desarrollar iniciativas ecológicas, reducir la contaminación, premiar proyectos de sostenibilidad y soñar, de momento, un poco más.



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