Hace ya una década que la urbe canadiense de Vancouver se comprometió a convertirse en la “ciudad más verde del mundo”, una meta aspiracional que le ha llevado a ser un ejemplo de urbanismo sostenible y energía limpia



Vancouver presume de ser una adelantada a su tiempo. Hace ahora justo una década, en 2011, el cambio climático ya era un problema grave, pero que despertaba relativamente poca atención entre líderes mundiales y empresariales. Al fin y al cabo, quedan aún cuatro años para el Acuerdo de París y casi diez para que una pandemia mundial revele las gigantescas vulnerabilidades de las sociedades y economías del planeta. Sin embargo, fue entonces cuando el alcalde de esta ciudad canadiense, Gregor Robertson, lanzó un plan que buscaba convertir a Vancouver en “la ciudad más verde del mundo”, a través de objetivos medibles como la mejora de la economía circular, la producción local de alimentos o la reducción de los viajes en automóvil.
Desde entonces, todo ha cambiado en esta concurrida ciudad portuaria de la región candiense de la Columbia Británica, situada justo en la frontera con Estados Unidos y a pocos kilómetros de otra urbe reconocida por su apuesta por la sostenibilidad, Seattle. Principalmente la movilidad, ya que Vancouver es a día de hoy la metrópoli de América del Norte que tiene el mayor porcentaje de ciudadanos que no utilizan el coche en su vida diaria: el 50% de los ciudadanos caminan, andan en bicicleta y utilizan el transporte público para desplazarse.
También ha habido importantes progresos en materia de ampliación de zonas verdes y rehabilitación de edificios, algo que ha facilitado el que Vancouver aparezca regularmente en los rankings mundiales de ciudades sostenibles. Además, el cambio de Gobierno que se produjo tras las elecciones de 2018, cuando Robertson dejó la alcaldía en manos del independiente Kennedy Stewart, no ha afectado la estrategia de la ciudad, que en noviembre del pasado año aprobó un “Plan de acción contra la emergencia climática” que pretende reducir las emisiones de la ciudad a la mitad para 2030.
Eso sí, este nuevo objetivo viene en parte de una falta de cumplimento en los anteriores: las emisiones de gases de efecto invernadero de Vancouver sólo han caído un 12% en la pasada década, a pesar de que lo que pretendía la alcaldía era lograr una bajada del 33%. Tampoco se ha conseguido reducir a la mitad la cantidad de desechos que la urbe genera cada día, que han caído en un tercio. Sin embargo, el actual equipo de Gobierno no entiende esto como un fracaso, ya que creen que el proyecto sostenible de Vancouver está dando muchos e importantes frutos que están “ayudando a situar la ciudad en el mapa”.
“Ser la ciudad más verde es realmente un objetivo aspiracional y ambicioso. Hemos tenido éxito hasta ahora, aunque ciertamente nuestros esfuerzos deben aumentar drásticamente y esa es en parte la razón por la que declaramos una emergencia climática el año pasado”, asegura en CBC, la radio pública canadiense, el director de sostenibilidad de Vancouver, Brad Badelt.
Un turismo más verde
El éxito del plan de Vancouver no se prueba solo con palabras, sino que lo demuestra un sector que se ha convertido en uno de los más importantes de la ciudad: el turismo. Hace once años, cuando la ciudad celebró los Juegos Paralímpicos, alcanzaron un récord de 8,5 millones de visitantes, tanto extranjeros como nacionales. En 2019, último año antes de la pandemia y sin ningún tipo de evento deportivo de por medio, esa cifra había aumentado hasta las 11 millones, según la Oficina de Turismo de Vancouver. Y es que el plan para ser “la ciudad más verde del mundo” también ha impactado a los visitantes, tanto en el número como en la forma en que exploran la urbe.
En lo relativo al transporte, uno de los grandes éxitos de la política de Vancouver, nunca ha sido más fácil para los visitantes moverse sin un coche propio. El sistema de tránsito Vancouver se ha expandido exponencialmente desde 2011, brindando cada vez más servicios de autobuses, trenes rápidos y ferries, un servicio clave en una ciudad con varias islas. Además, han construido 450 kilómetros de carriles bici separados en carreteras locales y, desde hace un lustro, cuentan con un servicio bicicletas compartidas que en 2019 utilizaron más de 400.000 personas.


Además, la apuesta por la sostenibilidad ha creado nuevos polos de atracción para turistas. En 2016, la ciudad adquirió a una compañía de ferrocarriles las vías de una antigua línea industrial que conectaba los vecindarios de Kitsilano y Marpole, situados en los extremos norte y sur de Vancouver. En poco tiempo, los rieles fueron retirados y se plantaron más de 8,5 kilómetros de vegetación, creando un gigantesco parque llamado Vía Verde Arbutus que divide la ciudad por la mitad. Esta ruta, que imita el High Line de la ciudad de Nueva York, ha demostrado ser muy popular entre los visitantes, especialmente caminantes y ciclistas, ya que conecta casi todos los parques de Vancouver entre sí.
Otra medida del plan sostenible de Vancouver que se ha demostrado como un auténtico imán de turistas es su apuesta por la alimentación sostenible. El último informe de progreso asegura que ha habido un aumento del 49% en el número de mercados y mercadillos de venta de productos locales, especialmente entre mayo y octubre, cuando el clima es más benévolo y hay un mayor número de turistas. De hecho, existe incluso una ruta por los diferentes farmers markets, como se denominan localmente, elaborada exclusivamente para visitantes extranejeros.
Apuesta de futuro
Si la larga historia de Vancouver con el medio ambiente (Greenpeace fue fundada aquí en 1971) le ha facilitado su camino hasta convertirse en una de las grandes ciudades más sostenibles del planeta, eso no quiere decir que en el futuro no vayan a continuar e incluso aumentar los esfuerzos. Si se quiere cumplir con el objetivo de la neutralidad climática para 2050, con una meta intermedia del 50% para 2030, Vancouver tendrá que literalmente cuadruplicar su ritmo actual de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Para lograrlo, el “Plan de acción contra la emergencia climática” aprobado el pasado noviembre incluye hasta 51 medidas en todo tipo de áreas que deberían hacer factible la neutralidad climática. Tomadas individualmente, las acciones propuestas en el informe no son especialmente innovadoras, pero, en conjunto, pueden servir de base a la pretensión de Vancouver de convertirse en la ciudad líder mundial en la lucha contra el cambio climático.


El principal foco es de nuevo la movilidad y la construcción, dos áreas en las que cómo ya hemos apuntado se han logrado progresos pero que todavía representan más de la mitad de las emisiones de Vancouver, además de ser sectores en los que un Gobierno local tiene mayor margen de maniobra. Para lograr una transformación total, la alcaldía ha aprobado seis grandes objetivos: para 2030, el 90% de las personas de Vancouver tendrán todos los servicios básicos a menos de 5 minutos de su casa y dos tercios de los viajes se realizarán a pie, en bicicleta o en un transporte público que será neutral climáticamente. Además, todos los sistemas de calefacción y agua caliente nuevos deberán ser 0 emisiones para 2015, y las emisiones en edificios nuevos y proyectos de construcción se reducirán en un 40% para 2030.
De hecho, si se logra tan solo un cambio real hacia el calentamiento del agua y el espacio sin emisiones, se podrían eliminar hasta 552.000 toneladas de contaminación por carbono al año, lo que supone el 46% de las reducciones previstas. Además, el plan de Vancouver busca que la transición ecológica urbana se haga de manera justa, ya que menciona específicamente que las personas marginadas por la sociedad, como las personas discapacitadas, de bajos ingresos y de minorías raciales, deben ser priorizadas en la acción climática, enfatizando también el compromiso de la ciudad de trabajar con las pueblos indígenas de la zona en el desarrollo e implementación de estas medidas.
