Tales de Mileto, filósofo y científico griego, anunció que el agua es el origen de todas las cosas que existen, el elemento primero. A Leonardo Da Vinci se le atribuyen algunos de los inventos más importantes de la historia del agua.
Pero ¿te imaginas qué habría pasado si ellos o si el gran Einstein hubiera nacido mujer?
Probablemente no sabríamos quiénes son. Y es que los méritos de sus descubrimientos se los habría llevado algún compañero de investigación…o incluso su marido, como en el caso de los Curie.
Este fenómeno, que se conoce como Efecto Matilda en honor a Matilda Joslyn Gage, la primera activista en denunciarlo, señala la injusticia que ha ignorado, de forma sistemática, los hallazgos de brillantes científicas a lo largo de la historia.
Una creencia que se materializa en el dato de que solo un 20% de los puestos más altos de investigación están ocupados por mujeres, un hecho motivado por la falta de referencia de mujeres científicas para nuestras niñas.
«Nuestro objetivo es sensibilizar a toda la sociedad acerca de este problema, porque es un problema oculto, algo que nadie sabe. Y hay que contarlo bien.», explica Carmen Fenoll, investigadora y presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas, responsable de esta campaña que se pregunta qué habría pasado si los grandes científicos hubieran nacido mujeres.
En esta entrevista, Carmen Fenoll profundiza en las causas que lastran la incorporación de las niñas a los estudios de ciencias y su posterior desarrollo en la investigación y la ciencia.
P.- ¿Por qué es importante hablar del “efecto Matilda”?
R.- Este efecto es uno de los motivos de que aparezcan tan pocas científicas en las historias de la ciencia. Hablar de ello, hacer público que este fenómeno ha existido, nos sirve para que la sociedad sepa que siempre ha habido mujeres haciendo ciencia, en todas las épocas y en todas las disciplinas.
Muchas de estas mujeres hicieron aportaciones clave para el avance del conocimiento y muchas otras consiguieron con su trabajo que la ciencia fuera cada vez mejor. Pero en todos los casos, las mujeres son parte de la historia de la ciencia, de la historia de nuestra civilización, aunque haya habido un intento, consciente o inconsciente, de borrarlas de ella.
P.- Dice que el “efecto Matilda” es una de las explicaciones para esa invisibilización de las mujeres en la historia de la ciencia, ¿cuáles son las otras?
Hay muchos motivos que explican esta invisibilidad. Uno muy evidente es la dificultad, llegando incluso a la prohibición expresa en muchos casos, que las mujeres han encontrado durante siglos para acceder a la educación formal. Por ejemplo las mujeres no pudieron acceder en igualdad de condiciones que los hombres a la Universidad de Cambridge hasta 1947, es decir, ¡738 años después de que se fundara!
La consecuencia inmediata de esta falta de imágenes de mujeres en la historia de la ciencia es que otras mujeres y las niñas y jóvenes perciban que la ciencia es cosa de hombres.
Además, la sociedad, las familias y las escuelas dudan sistemáticamente de la idoneidad y capacidad de las niñas para dedicarse a la ciencia, haciendo que estas niñas terminen dudando de sí mismas. Y aquéllas que logran sobreponerse a estos obstáculos se encuentran con entornos académicos hostiles, todavía plagados de estereotipos y sesgos inconscientes contra ellas, que dificultan su progreso de un modo sutil pero efectivo.
Muchas abandonan y otras se quedan estancadas y nunca consiguen desarrollar su potencial. Por eso solo ocupan en torno al 20% de las plazas de mayor nivel profesional en la investigación y su participación en el liderazgo y la toma de decisiones en ciencia sigue siendo anecdótica. Con esto se cierra un círculo pernicioso de invisibilidad que está siendo muy difícil de romper, pese a los innegables avances legislativos conquistados en los últimos años.
En resumen: en esta invisibilidad han influido las dificultades que la sociedad ha impuesto históricamente a las mujeres para desarrollar una profesión, no solo la de científicas, sino muchas otras.
«No sabemos hasta dónde habría llegado ya la ciencia si no se hubiese desperdiciado tanto talento y más mujeres hubieran dedicado su esfuerzo al avance del conocimiento»
P.- ¿Cómo ha afectado el efecto Matilda a la ciencia?
R.- Ha afectado de muchas maneras y todas negativas. Que tan pocas mujeres hayan pasado a la historia de la ciencia a pesar de que existieron e hicieron cosas muy importantes ha supuesto que menos mujeres se plantearan la posibilidad de ser científicas ellas mismas. Y eso ha supuesto un desperdicio de talento que es imposible medir, pero que está ahí.
Teniendo en cuenta que las mujeres son la mitad de la población, no sabemos hasta dónde habría llegado ya la ciencia si no se hubiese desperdiciado tanto talento y más mujeres hubieran dedicado su esfuerzo al avance del conocimiento.
Además, si la ciencia pretende ser un empeño humano justo, no es aceptable que sistemáticamente se haya negado a la mitad de la población humana la posibilidad de contribuir a él.
P.- ¿Es una cosa del pasado o el ‘efecto Matilda’ todavía se produce?
R.- Quizá en la actualidad es más difícil encontrar casos tan sangrantes como los del pasado porque el avance de los derechos de las mujeres es un hecho, pero todavía no hay igualdad efectiva.
Esa falta de igualdad hace que todavía sea mucho más fácil apropiarse de descubrimientos hechos por mujeres que de los realizados por varones.
Actualmente, la ciencia es cada vez más un trabajo que se hace en equipo, y los genios solitarios son una excepción. Pero en los equipos también puede producirse un efecto Matilda muy pernicioso, alimentado por nuestros sesgos inconscientes que nos hacen pensar que la feliz idea, la contribución genial, la ha hecho un hombre, mientras que las mujeres del equipo solo contribuyen con su duro trabajo. Si no conseguimos zafarnos de estos estereotipos que todos y todas tenemos todavía, nunca conseguiremos que la igualdad de las científicas y los científicos sea un hecho.
«Se trata de una reparación histórica: les debemos a estas mujeres un reconocimiento por su trabajo»
P.- ¿Solo las científicas que destacan en su campaña han sufrido el efecto Matilda?
R.- No, las que aparecen en la campaña son solo una pequeñísima parte de las científicas que han sufrido el efecto Matilda o que han tenido que hacer su trabajo en condiciones de desigualdad manifiesta. Hay cientos o miles de investigadoras que han pasado por lo mismo en mayor o menor medida.
P.- ¿Puedes darnos otros nombres de científicas que lo hayan sufrido?
R.- Lynn Margulis, la bióloga estadounidense que formuló la teoría de la simbiogénesis, fue tratada por sus colegas masculinos con un desprecio absoluto cuando propuso una idea que, en la actualidad, se sabe que es correcta y aparece en los libros de texto; Caroline Herschel, la astrónoma cuyos descubrimientos fueron durante años asociados a su hermano; María Andresa Casamayor, matemática aragonesa que escribió un manual científico sobre la ciencia a la que se dedicaba; Esther Ledeberg, microbióloga estadounidense que realizó investigaciones pioneras en el campo de la genética; Ida Tacke, química alemana que descubrió dos elementos, el renio y el tecnecio, este último atribuido a dos de sus colegas varones… y podría seguir porque hay muchísimas más.
P.- Hablar ahora de ellas, ¿va a cambiar algo?
R.- Sí, en AMIT creemos que pueden cambiar muchas cosas. Para empezar, se trata de una reparación histórica: les debemos a estas mujeres un reconocimiento por su trabajo.
Además incluir a las científicas nos permite tener un conocimiento más real sobre la historia de la ciencia, más ajustado a la realidad que la actual imagen distorsionada y falsa que tenemos. Pero por encima de todo, que la sociedad conozca a todas estas mujeres excepcionales y su historia puede ayudar a que más niñas y jóvenes consideren la ciencia como una opción de carrera para sí mismas. Y también para combatir el machismo con el que todavía convivimos como sociedad.
P.- ¿Cómo se puede evitar el efecto Matilda?
La infrarrepresentación de las mujeres en la ciencia se conoce desde hace décadas. Ya en los años 70 se estableció la Association for Women in Science en EEUU, y en Europa en la década siguiente.
A las iniciativas de los países nórdicos y el Reino Unido, siguió una sensibilización general de la Comunidad Europea que culminó, en 1999, en la formación del «Grupo de Helsinki» para examinar la situación de las mujeres en Ciencia en 30 países.
El plan de acción para promover la igualdad de género en la ciencia incluyó la elaboración por un grupo de expertas/os del informe ETAN, publicado en el año 2000. AMIT nace en 2001, y pronto se desarrollan en nuestro país leyes que incluyen la igualdad de género en la investigación y la academia.
Hoy, 20 años después, tenemos una legislación que persigue la igualdad de mujeres y hombres en la ciencia. Pese a ello, las cifras siguen siendo descorazonadoras para las científicas, pues la brecha de género sigue existiendo y a veces incluso se ahonda en muchos campos del saber, como en Informática y Big Data.
Si los mejores empleos y las mayores contribuciones al desarrollo tecnológico, humano y social van a estar ligados a la ciencia, tendremos que hacer algo más para que las científicas no sigan infrarrepresentadas y para que el ‘efecto Matilda’ pase a ser algo del pasado.