Gabi Martínez: «Dudo si la Covid-19 puede haber removido conciencias»

«Dudo hasta qué punto la Covid-19 puede haber removido conciencias»

Gabi Martínez

Escritor y pastor

Gabi Martínez (Barcelona, 1971), el escritor, se mete a pastor de ovejas en la Siberia extremeña. Lúcida, temporal y literariamente, desde luego. Lo hace para contarnos su radical experiencia en Un cambio de verdad (Seix Barral, 2020), ejercicio de nature writing que es a su vez una crónica de autoaprendizaje que aterriza en las librerías en un momento adecuado de esta desescalada sin fin


David Benedicte
Madrid | 26 junio, 2020

Tiempo de lectura: 12 min



¿Qué lleva a un escritor barcelonés a meterse de aprendiz de pastor? «Después de escribir sobre muchos lugares del mundo me he ido acercando cada vez más a mi espacio, mi familia, mi tierra. Mientras alrededor todo se iba emponzoñando, con una corrupción rampante, la normalización del odio y una sociedad superacelerada, ahí seguía mi madre, fiel a la ética y la fuerza de toda la vida, y hablando aún de su pueblo, uno de esos lugares que algunos asocian al vacío cuando resulta que mi madre está llena, y es frondosa y potente», afirma el autor Gabi Martínez en conversación para El Ágora.

«Quise saber de dónde había sacado la resistencia, la naturaleza y la moral que había intentado transmitir a sus hijos. ‘Piensa que aquello también es muy duro. Nosotros emigramos’, me advirtió. No quería ofrecerme un retrato bucólico pero tampoco el lamento sostenido que arrastramos desde Julio Llamazares y ha hecho suyo tanta gente del campo que infravalora lo que tiene mientras muchos urbanitas les da la razón con una especie de regodeo paternalista. Si queremos cambiar algo, hay que liquidar ese lamento y contar lo rural expresando también su belleza y sus posibilidades, empoderar al campo como se empodera a una persona. Basta ya del relato perdedor. Por eso el libro también habla de madres e hijos, de creación y futuro. Mi hijo se vino conmigo en verano. Durante esta experiencia, nunca pensé haberme equivocado».

PREGUNTA.- ¿El mejor y el peor momento de su atípica aventura fueron…?

Buenos momentos, muchos. La sensación constante de estar donde quería estar. Los paseos por la dehesa con Siria, mi mastina. El día que vi mi primera cigüeña negra, y el descubrimiento del rebaño de oveja negra… Hacer grandes amigos con los que hemos impulsado la Asociación Caravana Negra para proyectar la Cultura y la Naturaleza. Lo más duro fueron las cinco borrascas encadenadas. Llovía sin parar, pese a que aquella zona llevaba tres años de sequía, y tuve que pasar muchos días en el refugio, arrimado al fuego, sin poder caminar demasiado. Leyendo, pensando, vigilando a las ovejas. Pero no era una dureza que provocara deseos de marcharme. Fue entrar en una dimensión antigua, de otra época, con un ritmo aún más bajo. Toda una experiencia también.

«No se trata de ofrecer un retrato bucólico del campo, pero tampoco el lamento sostenido que arrastramos desde Julio Llamazares y ha hecho suyo tanta gente del campo que infravalora lo que tiene»

Rebaño de ovejas negras pastoreadas por el escritor barcelonés Gabi Martínez en la comarca pacense de La Siberia. | Foto: Gabi Martínez

RESPUESTA.- Pastorear ovejas y escribir libros. ¿Qué tienen en común, si es que tienen algo en común, y por qué?

La gran amistad que he hecho con Miguel Cabello, el ganadero de las ovejas negras criadas en ecológico, y su familia tiene que ver con eso. Creo que hemos reconocido cuánto se parecían nuestras formas de vida, pese a movernos en contextos absolutamente distintos. Compartimos trabajos vocacionales que, como cualquier oficio de base artesanal, exige una atención constante y no tiene un gran retorno económico. Se trata de mantener la vocación a flote, de seguir disfrutando con lo que haces, en una lucha placentera que siempre vale la pena. Para mí, el pastoreo proyecta de una forma gráficamente hermosa, casi épica, las dificultades y regalos de relacionarte con tu entorno de un modo intenso y libre.

«Tenemos una enorme falta de biodiversidad a favor de los monocultivos, tanto de semillas como de ideas. Y en un mundo de monocultivos, conversar se antoja cada vez más imposible»

P.- ¿Hubiese sido posible este libro sin la existencia de Félix Rodríguez de la Fuente y el comandante Jacques Cousteau y sus programas setenteros?

Desde luego que fueron figuras de referencia. Los impactos de infancia son decisivos a la hora de perfilar caracteres, y el mundo que desplegaban esos naturalistas en un país que salía de la dictadura estaba lleno de ideas fundadas en dos verbos: descubrir y cuidar. Pero lo más decisivo fue disponer de solo dos canales de televisión. Ese era el mensaje que algunos niños recibimos durante años, y nada nos distrajo de él. Hoy, Félix y Costeau quizá serían dos más en una parrilla de 500 canales. Preferimos ensalzar al creador de la última app antes que a alguien que rescata a una especie en peligro de extinción.

El novelista Gabi Martínez en los campos extremeños donde ha pasado meses trabajando como pastor.

R.- Greta Thunberg como única esperanza, ¿resiste algún tipo de comparación con los casos anteriores?

En absoluto. Thunberg es una chica utilizada para comunicar un mensaje mientras que los otros dos son caracteres maduros dueños, o al menos bastante dueños, de su propia historia. En común tienen haberse convertido en símbolos, eso sí. Pero no se pueden comparar las trayectorias. Diciéndolo de otro modo más crudo, a Thunberg la han utilizado los medios mientras que los naturalistas utilizaron a los medios.

«Si queremos cambiar algo, hay que liquidar el lamento y contar lo rural expresando también su belleza y sus posibilidades, empoderar al campo como se empodera a una persona»

P.- Sigue estando pendiente lo que Thomas Berry llamó la «gran conversación» entre la especie humana y la naturaleza. ¿Qué es lo que impide que podamos tenerla y a quién interesa que no se produzca?

La impide una filosofía vital que ha desplazado por completo la importancia de la naturaleza en nuestras vidas y ha entronizado al ser humano, como si fuéramos una especie superior ajena al ecosistema. Esto nos ha convertido en la única especie que actúa contra aquello que la hace vivir: los bosques, la diversidad animal, la calidad del aire… En torno a esa filosofía se ha acelerado la velocidad de la vida, desajustando los ritmos naturales, y las ciudades, los negocios se han agigantado hasta una escala descomunal, desde luego que insostenible, profundizando en el desarreglo. Todo esto implica una enorme falta de biodiversidad a favor de, por decirlo así, los monocultivos, tanto de semillas como de ideas. Y en un mundo de monocultivos, conversar se antoja cada vez más imposible. Los gestores de esos monocultivos, emporios, multinacionales con poderosos brazos políticos, no están dispuestos a cambiar un modelo que les enriquece muchísimo. Creen que cuando hayan esquilmado unas fuentes encontrarán otras, las consecuencias les da igual. Solo quieren seguir ganando, acumulando beneficios, mantener su monólogo borrando del mapa a cualquier interlocutor, entre ellos nada menos que a la naturaleza. Un ejemplo paradigmático lo tenemos en España, donde se le puso un impuesto al sol.

El rebaño de ovejas negras refugiado a la sombra de una encina. | Foto: Gabi Martínez

R.- ¿Cómo hemos llegado hasta aquí y por qué ya no se habla del lince ibérico?

Supongo que los destellos del dinero deslumbran a la mayoría. Queremos sentirnos superiores, y durante unos años la tecnología y el dinero más o menos fácil (para algunos) nos han hecho creer por encima de cualquier cosa, capaces de manipular y transformar lo que fuera sin importar el mañana. Todo era fácil, nos decían. Compramos burbujas de confort con gran facilidad. Lo han demostrado los años de euforia especulativa general… ¡que estallaron en 2008! Nos tragamos historias increíbles que nos cuentan desde pantallas, pero como nos convienen, no queremos cuestionarlas. Si luego certificamos que aquello no podía ser y nos arruinamos, siempre tendremos al político o al tertuliano o al banquero de turno para culparle, arguyendo que la culpa fue suya, y liberándonos de toda responsabilidad. ¿Te engañan o te dejas engañar? El dinero es una gran llave para entender lo que estamos viviendo. Pero también puede utilizarse a favor de ideas regeneradoras, y el lince es un ejemplo. Esa especie iba a desaparecer, estaba al límite de la extinción. De pronto, al darse cuenta de que iba a extinguirse el primer felino de la época moderna en un país europeo, para no tener que asumir esa forma de vergüenza, España y la CE impulsaron un potentísimo proyecto Life. Hubo una lluvia de millones y, de pronto, grupos en apariencia irreconciliables se entendieron. Cazadores, ecologistas, ganaderos, políticos… todo el mundo se entendió. Y ahora la población de linces se está multiplicando. Si no se habla tanto de él quizá sea por eso, porque su drama ya no es tan extremo.

«El pastoreo proyecta de una forma gráficamente hermosa, casi épica, las dificultades y regalos de relacionarte con tu entorno de un modo intenso y libre»

P.- ¿De qué modo cree que ha afectado la Covid-19 en lo que se da en llamar la ‘recuperación’ ecológica?

Es muy pronto para opinar. Habrá que ver si ese discurso buenista que augura semejante recuperación se traduce en ayudas efectivas. En cualquier caso, sin duda, la crisis ha abierto los ojos a mucha gente sobre la necesidad de cuidar el medio ambiente para evitar futuros desastres. La esperanza es que instituciones y empresas se impliquen en esa recuperación, pero como eso es muy dudoso, lo más importante va a ser que, si los grandes gestores políticos y económicos no cumplen con su parte, las personas se movilicen, se agrupen, para ejercer una presión que obligue a cambiar cosas. Empezamos a comprender nuestro error. Que el planeta tiene un límite, y que, además, como organismo vivo, dispone de eficientes mecanismos defensivos. Muy por encima de nuestra capacidad de destrucción. Si nuestra amenaza continúa, nos eliminará. Pura biología.

Dos personas caminan por Garbayuela (Badajoz), el lugar de residencia del escritor Gabi Martínez metido a pastor. | Foto: Gabi Martínez

R.- ¿Qué lección fundamental ha aprendido durante el confinamiento?

He venido a confirmar la sospecha de que se acercaba una crisis de grandes dimensiones. No es que sea un visionario, es que me creía las constantes advertencias de los expertos. Por eso, en 2007 viajé a la Gran Barrera de Coral australiana para escribir un libro sobre el estado de aquella maravilla natural [En la barrera, Altair], en peligro extremo si la temperatura del planeta aumenta en dos grados. Por entonces, hubo una importante movilización ambientalista llamando a reaccionar pero llegó la crisis de 2008 y las primeras medidas que tomaron países como el nuestro fue acabar con las ayudas a las energías renovables. Doce años después, justo en el momento que la emergencia climática volvía a llamar la atención, se ha desatado la pandemia. Y esta crisis es económica y ecológica. Un aprendizaje al alcance de cualquiera es: si la primera crisis fue económica y la segunda es económica y ya indiscutiblemente ecológica, ¿vamos a seguir destrozando nuestro entorno para propiciar una tercera crisis… que a saber de qué dimensiones será?

«Empezamos a comprender nuestro error. Que el planeta tiene un límite, y que, además, como organismo vivo, dispone de eficientes mecanismos defensivos»

P.- A quienes todavía insisten en asegurar que de esta crisis saldremos más fuertes y unidos, ¿qué les decimos?

Que, excepto las personas que han sufrido la muerte de forma directa, para muchos millones de individuos, la pandemia ha supuesto un no tan largo período de encierro cocinando pasteles y viendo televisión. Dudo sobre hasta qué punto esa coyuntura puede haber removido conciencias. Está demostrado que el ser humano solo actúa cuando se reconoce en un peligro más que evidente, y, aunque la pandemia haya sido una buena sacudida, me pregunto si estamos ya en el extremo alerta roja o hace falta un azote más letal.

El escritor Gabi Martínez con su perro mastín Siria.

«Las sociedades del XXI están adiestradas para crecer, ganar, correr. Reducir y cuidar significaría un cambio de mentalidad radical, y eso exige un enorme esfuerzo»

R.- Apostar por una vida más sencilla y en armonía con la naturaleza. Si tan fácil es, ¿por qué no se hace?

Por comodidad, falta de responsabilidad y dependencia infantil. Quizá la soberbia también cuente. Por una parte, falta una conciencia clara de la destrucción que estamos causando. Por otra, llevamos dos siglos repitiéndonos que somos extraordinarios, capaces de dominar a la naturaleza e imponerle nuestra voluntad, y por eso nos hemos dado permiso para extraerle sus esencias en nuestro beneficio. Ahora que creemos tener el control, ¿vamos a asumir que nos hemos estado contando una mentira? ¿Aceptaremos que hay que prescindir de algunas de las conquistas? Para cambiar habría que reducir, eliminar la agresión al entorno no humano… pero las sociedades del XXI están adiestradas para crecer, ganar, correr. Reducir y cuidar significaría un cambio de mentalidad radical, y eso exige un enorme esfuerzo. Y colectivo. Por otra parte, la queja está incrustada en el corazón de estas sociedades dirigidas por superorganismos ante los que el individuo se observa tan minúsculo que termina creyendo que no puede hacer gran cosa contra ellos, así que acepta su inferioridad y como mucho se queja de una forma rutinaria o/y se atiborra de tranquilizantes. Falta creer que uno mismo es un agente de cambio. Impresiona cómo la propia gente del campo, mucha de ella, desprecia el lugar donde vive, se ningunea a sí misma, aceptando el relato que dice que si estás fuera de los circuitos del dinero y la tecnología punta, no sirves, no eres. Estamos comprando la historia que nos cuentan unos políticos, medios de comunicación y empresarios con intereses para que las cosas sigan donde están, y a millones de personas parece irles bien así: les basta con quejarse, con decir mira qué impotente soy, mientras, eso sí, no cambian nada sustancial en sus vidas y delegan la responsabilidad final en las mismas instituciones que critican. Una sociedad de mucho ruido y pocas nueces. Que cambie otro, es un lema muy extendido.

«Para muchos millones de individuos, la pandemia ha supuesto un no tan largo período de encierro cocinando pasteles y viendo televisión»

P.- Seguimos sus pasos y empezamos a rellenar, por decreto ley, la España vacía… ¿Sería factible? ¿De qué serviría y qué solucionaríamos volviendo al campo?

Redistribuir a la población puede permitir reimpulsar pueblos y, con ellos, la vida alrededor. La dehesa es una demostración del nivel de biodiversidad que puede alcanzar una tierra intervenida por el ser humano, el fruto de la cooperación. Es un ejemplo de la gran conversación que comentabas al principio. Hay múltiples ejemplos de ecosistemas equilibrados gracias a la presencia de humanos. Casos de pueblos indígenas que, cuando fueron expulsados de un lugar para convertirlo en reserva natural, el lugar se deterioró. Las visitas de turistas aniquilaron el balance logrado por los indígenas, porque ellos se habían integrado en el paisaje erigiéndose como agentes de equilibrio ecosistémico. Reactivar el campo con sensatez podría, entre otras cosas, limitar en gran parte la dependencia de las subvenciones, porque se trabajaría el territorio a una escala asequible, no respondiendo a unos criterios macro impuestos por personas que no viven en él. Algunos habitantes del campo aprenderían a apreciar de otro modo su propio entorno y eso repercutiría en la visión global, la de los urbanitas también, que hallarían posibilidades imprevistas en un espacio al que antes simplemente ni miraban o abordaban como una postal. Los productos de cercanía procurarían dietas más saludables… y por supuesto que todo eso y más es factible. Basta cambiar el relato que nos estamos contando, empoderar al campo como si fuera una persona, como ha hecho el movimiento feminista o los negros de Estados Unidos.

«La dehesa es una demostración del nivel de biodiversidad que puede alcanzar una tierra intervenida por el ser humano, el fruto de la cooperación»

R.- ¿Podría ser el ‘nature writing’, como género, el manual de instrucciones para empezar a arreglar este mundo?

Como seres racionales, los humanos necesitamos un relato desde el que construirnos. La literatura nos da un relato, uno muy bueno, que nos arraiga. Nos demuestra que en la naturaleza ocurren historias potentes y hermosas, no solo bucólicas o terribles, sino historias completas que protagonizan personas igual de completas. Es decir, que es un sitio con futuro. La literatura indica formas de vivir ahí, presenta experiencias, soluciones, ofrece vocabulario necesario… así que una parte de manual práctico también tiene, sí.

P.- Un regreso a Miguel Delibes y su obra, en este año de su centenario, tanto en lo literario como en lo moral. ¿Sería una luz al final de este túnel?

Delibes es una gran voz española que ha proyectado naturaleza desde la cultura en tiempos recientes. Habría que aprovechar efemérides como el centenario para convocar actos que hagan hincapié en esa relación, y la potencien. Pero la luz no puede ser Delibes. Él es memoria inspiradora, pero su luz viene por detrás. Al final del túnel deben esperar montones de chavales dispuestos a iluminar un cambio de relaciones con el ecosistema. Y la mayoría de esos jóvenes solo llegarán ahí si reciben una educación adecuada.

«Los humanos necesitamos un relato desde el que construirnos. En la naturaleza ocurren historias potentes y hermosas, no solo bucólicas o terribles, sino historias completas que protagonizan personas igual de completa»

El rebaño de ovejas negras pastoreado por Gabi Martínez. | Foto: Gabi Martínez

R.- Desde su experiencia como aprendiz de pastor, ¿cómo concienciamos al enorme rebaño que hoy somos de que la naturaleza lo es todo?

Si entendemos que somos naturaleza, ya está. Un problema sorprendente es que la línea trazada por algunos entre los humanos y el resto de especies ha hecho que un insólito número de personas consideren que nosotros no somos exactamente animales sino algo… ¿más? Rechazan la autodefinición ‘animal’ argumentando que nuestra racionalidad nos ¿eleva? a otro lugar, a otra palabra. Y no es así. Somos animales. Con la capacidad de razonar, pero básica, elementalmente animales. Entender eso es fundamental para respetar al entorno del que formamos parte, y al que tanto condiciona nuestra presencia. Es muy importante educar en esa idea y en valores que tengan que ver con el mantenimiento de la vida. Miguel, el ganadero de las negras, recibió una oferta de Arabia Saudí para vender ovejas allí. Pero le pedían aumentar el número de cabezas. Dijo que si hacía eso, no podría cuidar al rebaño como lo hacía, y entonces esos animales se convertirían en otra cosa. Se negó. Esa es la idea. No hace falta crecer tanto para crecer bien, en armonía con el entorno. Si pensamos en vivir, y en disfrutar de cómo vivimos sin dañar lo que nos rodea, el equilibrio vendrá solo.



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