“¡Ojalá se pueda volver a vivir en el campo como se ha vivido siempre!”

“¡Ojalá se pueda volver a vivir en el campo como se ha vivido siempre!”

Luis Landero

Escritor

Dentro de esta celebración del Día del Libro en ‘El Ágora’, entrevistamos a Luis Landero, el autor de algunos clásicos modernos de la narrativa española como ‘Juegos de la edad tardía’ o ‘Caballeros de fortuna’. Emigración, nostalgia, escritura, música, poesía… Para el escritor extremeño no hay pregunta sin respuesta ni tema que no deba tratarse con su habitual ironía


David Benedicte | Especial para El Ágora
Madrid | 23 abril, 2021

Tiempo de lectura: 7 min



Confiesa Luis Landero (Alburquerque, Badajoz; 1948) que lleva bastante bien esto de que, por segundo año consecutivo, la pandemia haya trastocado la manera de celebrar el Día del Libro. Hemos pasado de las colas de lectores que aguardaban para conseguir la dedicatoria de su autor favorito a los encuentros digitales, más asépticos y extraños. «No me gusta ir a firmar», confiesa. «Me da timidez y pereza. Aunque entiendo que, por encima de lo que yo pueda pensar, están los libreros, los editores, los distribuidores…, y lo siento mucho, porque días como este son muy bonitos. Pero ya lo recuperaremos. Cuando estemos todos vacunados. Yo espero que para octubre empecemos de nuevo a organizar ferias del libro».

Landero, metido de lleno en la promoción de su última novela, El huerto de Emerson (Tusquets), no se libra de empezar respondiendo, a bocajarro, a la pregunta tópica de este festivo día: ¿Sus recomendaciones? «Pues yo te diría que El tercer país, de la escritora venezolana Karina Sainz Borgo, quien ha sido comparada con Borges y con Coetzee. Añadiría El sueño de Torba, de un escritor marginal, más o menos de mi edad, que se llama Rafael Soler y que merece la pena revisar y leer. Y un tercero: Los desnudos, de Antonio Lucas». Ahora sí que sí, podemos empezar la charla.

PREGUNTA.- «Nunca se escribe más con el corazón que cuando se escribe lo que se recuerda».

RESPUESTA.- [Sonríe] Pues sí. Estoy de acuerdo. De hecho, la frase es mía.

P.- Y en ella está recogida toda su infancia en la Extremadura de los años 50.

R.- Desde luego que sí. Buena parte de mi obra está anclada, en gran medida, a mi infancia. Eso es algo innegable.

P.- ¿Cuál diría que es la magdalena proustiana que más le ayuda a regresar allí y cuántas veces se ha aprovechado de ella?

R.-Hay muchas magdalenas proustianas. Quizás la más importante es mi padre, porque él es un poco mi musa principal. Sin él, yo hubiera sido escritor, pero un escritor distinto. Mi padre está en el centro de todos mis demonios literarios. Y también la naturaleza. Piensa que mis padres eran campesinos. Gente del campo. Yo nací en el campo y luego nos trasladamos a la ciudad. He vivido dos mundos. Como si fueran dos siglos distintos. El mundo campesino y el urbano.

Cuando nos mudamos a Madrid, mi adolescencia, que también es fundamental, ya sucedió en otro ámbito. Por eso a menudo me sale la infancia, mi infancia campesina, y más tarde la adolescencia urbana al escribir. Son los dos manantiales de donde brota lo más cercano al corazón. Es algo fundamental y, sin lugar a dudas, lo más fuerte que ha quedado impreso en mi memoria de escritor.

P.- Hagamos un ejercicio de memoria y filología práctica. ¿Sería usted capaz de rescatar de toda su obra esa frase, descriptiva o no, que resuma su infancia campesina?

R.- No sabría. Es complicado. Aunque, ahora que lo pienso, si tuviera que elegir momentos de ese mundo, serían los veranos. Han sido los momentos más plenos, repletos de belleza y de ganas de vivir. En El balcón en invierno hablo de eso. Supongo que ahí estará esa frase que me pides. Mis veranos y mi infancia. Ahí estaba todo. Era algo muy bello, totalmente extraordinario. Lo recuerdo como el verdadero paraíso. Están idealizados.

P.- Insiste en la idea de escribir como un niño que juega. O sea, cultivando ese huerto que es el asombro infantil y que, en opinión, es el secreto del arte. ¿Cómo se llega a tal conclusión?

Luis Landero
Portada de ‘El Huerto de Emerson’, última novela de Luis Landero.

R.- Todos, de niños, conocemos el asombro. Llegamos al mundo de golpe y hay que asombrarse ante él. Después aquel huerto se fue llenando con los cuentos que disfrutaba de niño. Y con el descubrimiento de la poesía, que es algo así como una herramienta que nos permite prolongar el asombro de la infancia. Y más que la poesía, las palabras. Venían a mí todos los días como si estuvieran vestidas de fiesta, engalanadas para sorprenderme. Los primeros poemas que leí fueron los que venían en los libros de texto, pero ya me dejaron una profunda huella.

La poesía fue mi aprendizaje del asombro, junto con los cuentos que escuché de niño. Yo empecé siendo poeta, aunque luego lo dejé porque no era mi camino. Sin embargo, la poesía es lo que me sigue manteniendo en ese asombro continuo, en esa vigilia continua de la que hablaba Borges.

P.- Y, hoy por hoy, ¿cómo afronta usted eso tan abstracto y concreto a la vez que denominan la España vaciada?

R.- Yo la he vivido. Aunque en aquellos tiempos todavía no estaba vaciada, sino desatendida. Recuerdo que Ferlosio decía de sus tiempos de Coria que si alguien perdía un pañuelo en la dehesa, aparecía al día siguiente porque el campo estaba siempre lleno de gente. De allí vino la inmigración. Ocurrió al mismo tiempo en que aparecieron el turismo y el boom industrial. De aquellos barros, estos lodos. La gente se vino echando leches a la ciudad. Fue entonces cuando realmente la España rural se empezó a vaciar. Corrían los años 60. Y aquello tuvo un impacto positivo y otro negativo que hoy podemos empezar a explicarnos mucho mejor que entonces.

P.- ¿Influyó la mitificación con que se veía el resto del mundo (Badajoz, Madrid, Nueva York…)?

R.- Claro que sí. Desde luego. En mi pueblo, ir a Badajoz ya era como poner una pica en Flandes. Se iba a Badajoz cuando había que ir. Con razones de peso. La capital de la provincia ya estaba lejos y ya estaba mitificada. No digamos Madrid. O Nueva York. Pero la gente se mudó, sobre todo, por la miseria y por la llamada del mundo industrial, por la búsqueda de mano que obra que comenzó a transformar las grandes ciudades.

¡Me da mucha pena ver los campos y los pueblos de España vacíos! Se ha perdido mucho, pero es algo que ocurre desde hace ya muchos años

P.- El coronavirus ha provocado la esperanza un regreso a muchos de los pueblos semiabandonados ¿Nos aferramos a esa esperanza? 

R.- Ya se ha apostado por lo urbano. Y lo rural ha quedado olvidado. El sistema en que vivimos, de un capitalismo brutal, obliga. Resulta imposible volver a los pueblos, o reanimarlos económicamente, si seguimos apostando por la misma forma de vida. La única posibilidad de cambio que veo es la inmigración. Inmigrantes que lleguen con ganas de trabajar y de transformar las cosas, pero tendría que cambiar un poco el sistema. El campo es algo sobrante. Todo el mundo rural, en realidad. Como que ya no se necesita. Sé que soy pesimista al respecto, pero también sé que puede ocurrir cualquier cosa. La historia es así. ¡Ojalá se pueda volver a vivir allí como se ha vivido durante siempre!

P.- Sostiene usted que proviene, en cierto modo, de una familia de arquitectos. Es decir, que sus antepasados construyeron sus propias casas arrebatando los materiales a una tierra generalmente hostil.

R.- Así es. Eran pioneros, como los de las pelis del oeste. Aunque se ganó mucho también. En bienestar y en dignidad, sobre todo. Eso por supuesto. Pero se perdió el contacto con la naturaleza. Con un modo de vida más lento y humanizado. Se empobreció la experiencia. Y luego llegaron las ciudades densamente pobladas y hostiles, en las que era muy difícil vivir si no estabas acostumbrado a sus rigores. ¡Me da mucha pena ver los campos y los pueblos de España vacíos! Se ha perdido mucho, pero es algo que ocurre desde hace ya muchos años. Supongo que lo peor de todo es que perdimos la experiencia. La gente consume ahora información en vez de obtener experiencia. Y en eso se han empobrecido nuestras vidas.

Landero
Luis Landero, retratado en su domicilio de Madrid. | © Rafael Durán

P.- ¿Escribir no vendría a ser algo parecido a lo que hacían sus antepasados, es decir, construir algo propio arrebatando materiales a la tierra hostil que es la memoria?

¡Exactamente! A la tierra de la memoria. Me parece una metáfora estupenda. Y luego está esa resistencia a que las cosas sean conocidas. Porque las cosas se resisten a ser conocidas. El artista es un descubridor que arrebata la esencialidad de las cosas, a pesar de su vocación de hermetismo. Todo eso hace que el escritor sea un pionero en busca de una realidad desconocida. Y a pesar de la realidad diaria.

P.- Jesús Carrasco, Santiago Lorenzo, Gabi MartínezAparecen nuevos autores jóvenes que trabajan desde y sobre la España vaciada, dignos sucesores de Delibes, Llamazares o usted mismo, y vuelve a ponerse de moda el ‘nature writing’. ¿Cómo se explica algo así y de qué diría que viene a ser un síntoma?

R.- Esto no es de ahora. Siempre se ha escrito sobre lo rural, desde tiempos inmemoriales. Lo que pasa es que ahora ese mundo ya se empieza a ver como algo lejano y exótico,  incluso como algo anacrónico. Hoy en día, todos nos nutrimos de lo mismo: de la tele, de internet, etcétera. Y de pronto el mundo rural nos ofrece una visión distinta y añorada de algo que se perdió y lo peor es que no sé si irremediablemente.

P.- En su opinión, ¿cómo será o qué traerá bajo el brazo el futuro Delibes] cuyos libros leven la particularidad de lo rural en España a obras universales?

Lo único que puede traer bajo el brazo es su talento. Mucho talento. Ha de ser alguien con el talento suficiente como para describir ese mundo del mismo modo en que lo hizo Miguel Delibes.

«El mundo rural nos ofrece una visión distinta y añorada de algo que se perdió y lo peor es que no sé si irremediablemente»

P.- ¿Quiénes fueron los referentes de Luis Landero y qué obras le ayudaron a convertirse en el escritor que hoy es?

R.- Primero, los poetas. Yo primero fui poeta, como ya te he dicho. El primer libro que tuve fue Las mil mejores poesías de la lengua castellana, de Juan Bautista Bergua. Es mucho más fácil tener referentes en la poesía que en la novela. Los míos eran Bécquer, Neruda y Lorca. Cuanto empecé a escribir en prosa, me resultó mucho más difícil orientarme. Los fui descubriendo poco a poco. Las Sonatas de Valle-Inclán. Y un profesor que tuve me dejó a Kafka y a García Márquez. La literatura hispanoamericana, a partir del boom, nos devolvió nuestra propia lengua. Pero la novela anglosajona también fue fundamental: Virginia Woolf, William Faulkner, Joseph Conrad… La lista sería interminable porque me convertí en un devorador de libros y de todos y cada uno de ellos pillaba lo que podía atraer a mi huerto.

P.- ¿Y cuándo fue la última vez que se ha dicho, para encontrar el ritmo de su propia escritura, «acuérdate de cuando tocabas la guitarra»? ¿Le sigue funcionando?

R.- [Sonríe] No. A mí la música me viene de niño. De cómo me hablaban los mayores. El habla oral fue mi principal influencia, te hablo de todo aquello que escuché de niño. Es la música de la lengua hablada, del lenguaje oral, que es donde se encuentra el genio de la propia lengua. Lo de la guitarra es distinto. Es otra cosa. La música es importante porque te enseña el rigor y a ordenar las cosas. A no esparramarse, que decimos los flamencos. La guitarra te enseña compás y te enseña ritmo, porque escribir es cuestión de ritmo y, como decía Baudelaire, de oreja también.



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