Cuando a finales de 2019, en la ciudad China de Wuhan surgían los primeros casos de una enfermedad provocada por un nuevo coronavirus, llamado SARS-CoV-2, casi nadie pensó que apenas tres meses después estaríamos ante una pandemia global que ya afecta a la salud de los habitantes de 175 países, que ha provocado casi un millón de contagios y en torno a 50.000 muertes, arrasando a su paso con todo el sistema geopolítico y socioeconómico conocido hasta ahora.
A pesar de las advertencias de virólogos de la necesidad de abordar sistemas de protección mundiales ante posibles epidemias provocadas por patógenos emergentes, el ser humano con toda su sapiencia no ha sido capaz de anticipar la magnitud de esta nueva pandemia que amenaza con una importante descarga demográfica en todo el planeta.
Hoy en El Ágora hemos querido analizar desde el punto de vista antropológico la pandemia de COVID-19 que sólo en España deja ya 110.238 contagiados y más de 8.100 fallecidos, con una de las tasas de letalidad más elevadas del mundo.
Para ello hemos contado con la visión del profesor Eudald Carbonell, antropólogo y prehistoriador, codirector de los yacimientos de la sierra de Atapuerca y vicepresidente de la Fundación Atapuerca que afirma rotundamente que “estamos ante la primera vez que el hombre desafía a la selección natural de especies”.


«El mundo ya no será el mismo»
Después de 40 años estudiando la evolución humana desde la Sima de los Huesos, en el yacimiento burgalés de Atapuerca, el profesor Carbonell acompañó a este periódico en su nacimiento, y ya entonces, hace nueve meses nos contó que se avecinaba un colapso evolutivo porque “nuestra conciencia de especie no está socializada».
«Metabolizar la revolución industrial costó dos guerras mundiales. Para metabolizar la revolución científica acontecida en los últimos 20 años hará falta un colapso. En forma de hambre, escasez de energía, desestructuración general, … calculo que en Occidente este colapso tardará aún unas cuantas décadas… podrían morir 2.000 o 3.000 millones de personas. El mundo ya no será el mismo”.
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Esta falta de conciencia crítica nos ha llevado a la “paletización la especie”, esto quiere decir que en el proceso de globalización «hemos tratado de homogeneizar a toda la humanidad privándola de diversidad cultural, social y colaborativa”.
La digitalización ha favorecido la globalización, somos un Homo sapiens que ha recogido mucha información durante 40.000 años, tenemos genes de poblaciones africanas mezcladas en Eurasia, África, EEUU, Iberoamérica. “Pero hay que favorecer la diversidad humana, hay que tener conciencia crítica de especie para volver a generar diversidad y buscar formas de adaptación distintas”, insiste Carbonell.
“Nos hemos convertido en primates homínidos poco humanizados, no llegamos a ser una plaga pero sí animales con una gran inteligencia operativa con grandes carencias en conciencia operativa”.
El COVID-19 nos refleja que estamos ante un cuello de botella evolutivo, una crisis cíclica, sistémica y de especie, un colapso de vida hacia la revolución científico-técnica, una revolución que tendremos que metabolizar a todos los niveles.
«Avanza tan deprisa el conocimiento que corremos hacia el caos»
En los últimos siglos el hombre ha evolucionado muy rápido, un crecimiento exponencial de la especie que nos lleva evolutivamente al caos, y si no somos capaces de evitar ese caos estaremos abocados a la extinción, resuelve Carbonell.
«Las estructuras de poder son gigantes con pies de barro pensadas desde la economía y la geopolítica y no desde la socialización del pensamiento y el conocimiento. Y esto no favorece la adaptación del hombre al planeta»
Hasta ahora el hombre ha superado otros colapsos, numerosos a lo largo de la prehistoria y la historia del ser humano, en los que la especie se ha ido reinventando y pagando un alto coste en descargas demográficas.
Esta crisis sanitaria nos deja como lección que, de la misma manera que la revolución científico-tecnológica en la que estamos inmersos nos permite desafiar la selección natural de las especies, «habrá que renunciar a la globalización, favorecer esa diversidad cultural intraespecífica y socializar el conocimiento de manera que avancemos hacia un humanismo científico y prioritario como eje del desarrollo futuro”.
El prehistoriador lo tiene claro, “sin la capacidad tecnológica y de conocimiento que el hombre ha alcanzado en su evolución hoy no podría desafiar la selección natural y, como en anteriores colapsos evolutivos nos veríamos enfrentados a una descarga demográfica cercana a los 3.000 millones de humanos”.
Para contener este embudo la humanidad debe poner la vida en el centro de sus prioridades y se hace necesario un replanteamiento de las estructuras jerárquicas del poder. Unas estructuras que, a juicio del antropólogo Eudald Carbonell, «son gigantes con pies de barro pensadas desde la economía y la geopolítica y no desde la socialización del pensamiento y el conocimiento. Y esto no favorece la adaptación del hombre al planeta».
Insiste Carbonell en que no se trata de una cuestión de valores sino de una conciencia crítica de especie que nos adentrará en un mundo nuevo una vez que asimilemos la revolución científico-tecnológica que estamos viviendo.
Y ahí, lo primero será desterrar la globalización, educar hacia ese humanismo científico y combatir la paletización (falta de biodiversidad) en la especie incorporando la conciencia de solidaridad planetaria, porque eso sí, para Eudald Carbonell el futuro de la especie está fuera de la Tierra.
A corto plazo y como ya lleva avanzada la evolución de la generación Z, el confinamiento derivado del control de la pandemia también afectará a nuestra forma de relacionarnos entre humanos. Sociales por naturaleza nos relacionaremos cada vez más a través de la tecnología, virtualizaremos el contacto físico y emocional con las consecuencias que la falta de endorfinas que nos provocan los estímulos sensoriales tendrá en nuestra biología.
Innumerables experimentos y experiencias reales demuestran que cuando los seres humanos están aislados, aparecen depresiones fisiológicas y psicológicas, disminuye la función inmune, se producen dolores intestinales y dificultades cognitivas, entre otros efectos.
En esta ocasión hay que ser optimista y confiar en el instinto de supervivencia de la especie. Este colapso es diferente, por primera vez el hombre es consciente del cambio y, si no lo controla, puede ser partícipe del mismo, para bien y para mal, concluye Eudald Carbonell.