“Hablamos mucho del teletrabajo, pero no de trabajar la tierra”

“Hablamos mucho del teletrabajo, pero no de trabajar la tierra”

María Sánchez

VETERINARIA

En pocos años, la veterinaria y escritora María Sánchez se ha convertido en una de las voces más conocidas y refrescantes del medio rural. Representa la alternativa a la ‘España vacía’, la de jóvenes profesionales que nunca dejaron sus pueblos y que viven y trabajan en el campo manejando los lenguajes de la modernidad. Sus dos libros anteriores, el poemario Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017), y el ensayo Tierra de mujeres (Seix Barral, 2019), ganaron la aclamación de crítica y público. Ahora vuelve con Almáciga, un texto donde ahonda en sus temas de reflexión habituales y hace una maravillosa reivindicación del habla rural y de las palabras en desuso


Eva M. Rull | Especial para El Ágora
Madrid | 25 septiembre, 2020

Tiempo de lectura: 7 min



A pesar de su juventud, María Sánchez lleva toda una vida vinculada a la tierra. Combina su trabajo de veterinaria con razas autóctonas en peligro de extinción con el de poeta y escritora. Ahora publica su último libro, Almáciga (Editorial Geoplaneta), que como dice ella misma es más que un diccionario al uso. Es un proyecto de conservación, pero de palabras, que se materializa en un muestrario de ese saber rural al borde de la extinción y de las vivencias que las acompañan.

PREGUNTA.- Empiezo con pregunta trampa. Si tuviera que elegir entre conservar palabras o razas autóctonas, ¿con cuál se quedaría?

RESPUESTA.- Para mí va todo unido. Vivo de mi trabajo de veterinaria y quiero que sea así porque me da la libertad de escribir cuando me apetece. Pero son facetas que no se pueden separar. Cuando estoy trabajando como veterinaria aparecen esos detalles, que luego estarán en un texto, en un poema… y cuando estoy escribiendo tengo esa mirada veterinaria. Va todo unido porque si desaparece una raza autóctona también lo hacen las palabras y los oficios vinculados a ella, la biodiversidad, la función que hacía en el territorio, las relaciones, la cultura, los saberes. Ahora hablamos de interdependencia y en el campo cuando se hacen las cosas bien, está clarísima esa dependencia entre la persona, la tierra, los recursos naturales y el resto de animales. El claro ejemplo está en esas semillas que se enganchan a los animales de pasto y que germinan a muchos kilómetros.

PREGUNTA.- ¿Este viaje entre las palabras perdidas por dónde seguirá?

RESPUESTA.- Ya en Tierra de mujeres cuento mi obsesión por las palabras. Empecé a recogerlas, mientras me daba cuenta de que no solo había un significado, sino de todas las historias que hay detrás. Hace dos veranos, en un festival colocamos una mesa y en cuaderno en blanco. Almáciga empezó allí. La gente apuntaba las palabras que no querían que se perdieran o que oía en su casa y estaba dejando de escuchar. Luego sabe que recoges palabras y te las hacen llegar por teléfono o por correo. Surgió la oportunidad de hacer un libro, aunque tenía claro que no quería que fuera algo cerrado, porque diccionarios hay muchos.

Quería que las palabras estuvieran vivas, por eso fui haciendo una web, para subir lo que la gente me manda y algunas entrevistas donde se reivindica un acento y lo que hay detrás de cada una. Una palabra no es sólo cómo se diga o qué significa, sino que hay una forma de tener un vínculo con la tierra, con los animales, un oficio, una canción, unas costumbres y una forma de vivir en el territorio. Es una riqueza y biodiversidad brutal que no es solo cultura del pueblo sino de todos. Los cuadros que hay en el Museo del Prado los sentimos como nuestros, pero a lo mejor oímos a alguien hablar en euskera o gallego o castúo y lo vemos como algo muy lejano. Yo también lo concibo como algo mío y me siento muy orgullosa de toda esa riqueza y ese patrimonio que tenemos.

«Una palabra no es sólo cómo se diga o qué significa, sino que hay una forma de tener un vínculo con la tierra, con los animales, un oficio, una canción, unas costumbres y una forma de vivir en el territorio»

PREGUNTA.- ¿Falta todavía comprensión o un lenguaje común entre ciudad y campo?

RESPUESTA.- No creo que falte comprensión, pero no puedes valorar y querer y proteger algo si no lo conoces. Y es muy fácil culpabilizar a los consumidores y gente que vive en las ciudades, pero esos niños del centro de Madrid, que su familia no tiene pueblo o no ha ido al campo en su vida, ¿cómo van a querer proteger una raza de cabra de leche que vive en un parque natural y la gente del pueblo hace su queso si no lo conoce? En el libro Tierra de Mujeres pongo el ejemplo de este estudio que se hizo en Inglaterra con niños. Les enseñan, por un lado, dibujos de Pokemon y, por otro, figuras de árboles, animales y pájaros de su zona. El 80% sabe el nombre de todos los Pokemon y solo el 40% reconoce los pájaros, los árboles y los animales que les rodean. Esa es la realidad.

Yo creo que hay que romper con la dicotomía rural y urbano, porque nos necesitamos mutuamente. La educación es fundamental y si desde el colegio tuvieras acceso a los huertos, vieras a los productores, una granja, se comieran productos sanos y de calidad… Y es que tenemos productores y ganaderos que quieren dar esta comida a esos comedores escolares y sociales, hospitales, residencias, ¿por qué no facilitamos si además los tenemos? Hasta hace poco comprabas un queso en el supermercado y te ponía queso mezcla ¿mezcla de qué?, ¿de leche de burra, de búfala…?  Estas cosas están a la vista y no nos las cuestionamos porque no nos han enseñado a mirarlas. Consumir se ha convertido en un acto tan mecánico y tan desprovisto de todo lo que hay detrás y de lo que conlleva.

«Hay que romper con la dicotomía rural y urbano, porque nos necesitamos mutuamente»

PREGUNTA.- La pandemia ha incentivado el interés por el campo ¿podría ser el inicio de un verdadero cambio de mirada entre esas dos Españas, la vaciada y la superpoblada?

RESPUESTA.- En Almáciga hago referencia a los momentos de fractura. Silvia Rivera Cusicanqui los llama pachakutik, que es cuando la tierra acumula problemas. Entonces se producen fracturas. Silvia Rivera les ve algo bueno, porque son como minutos de lucidez donde se puede generar espacios y plantear un mundo mejor. Tirando para mi campo para preguntarnos qué medios queremos habitar y de qué manera. Creo que la pandemia sí ha traído esos momentos de lucidez, porque vemos cómo se han reproducido las maneras de vivir y relacionarse de un pueblo en las grandes ciudades.

La gente que no sabía cómo se llamaba el vecino de enfrente, ha reproducido lo que se lleva haciendo toda la vida en el pueblo. ¡Ojo!, los pueblos también tienen sus cosas malas, no es cuestión de idealizarlos, pero una de las buenas es que se crean comunidades donde todo el mundo se conoce y la gente no está sola. El confinamiento ha hecho que la ciudadanía se junte para llegar donde el Estado no lo hace. En Madrid lo hemos visto, por ejemplo, con los grupos de consumo o comedores sociales. También con la iniciativa SOS Campesinado, cómo se ha vertebrado en todo el territorio una carta al Ministerio diciendo que qué pasaba con los pequeños productores durante el confinamiento que no podían vender sus productos. Hay que mirar eso, porque en esos fragmentos vemos qué está pasando.

«Del campo se ha escrito siempre desde los mismos lugares, géneros y las mismas clases sociales»

PREGUNTA.- Siempre ha afirmado que hay una visión paternalista del campo, ¿dónde la ve, en las políticas, en la actitud de ciudadanos o, incluso en los proyectos de repoblación?

RESPUESTA.- El problema está en que no puedes hacer leyes sin saber las necesidades de la gente  y sin sentarte con ellos antes. Eso lo hemos tenido clarísimamente con la PAC, por ejemplo con el coeficiente de admisibilidad de los pastos donde se decía que debajo de los árboles no había comida. Son cosas de dos dedos de frente, pero ahí se ve claramente esa desconexión y trabajar en los despachos sin ver la realidad y las necesidades del día a día quien trabaja en el campo. Hay que ponerse más las botas de campo y ver a la gente.

PREGUNTA.-También culturalmente hay paternalismo…

RESPUESTA.- Se ve clarísimo. Del campo se ha escrito siempre desde los mismos lugares, géneros y las mismas clases sociales… La cultura ha hecho mucho daño, porque siempre se ha retratado un campo y un pueblo, y para mí es súper diverso. Mi pueblo no tiene nada que ver con uno del Pirineo aragonés o de la campiña de Sevilla. El reducirnos nos ha hecho daño. El que se quedaba en el pueblo era el tonto que no servía para nada hasta hace poco. Yo no reivindico que solo tenga que escribir del campo la gente de ahí, para nada. Pero vamos a cuestionarnos cómo se han hecho las cosas.

¿Tu verías normal que una persona de un ayuntamiento de 500 habitantes dijera cómo se tiene que vivir en Madrid? Es un poco eso. Y la falta tan brutal de acceso a los servicios básicos, de internet, educación, sanidad… Esto tiene mucho que ver con un modelo de gestión y un sistema de organización totalmente centralista. Lo hemos visto con el confinamiento; en los menús escolares de la Comunidad de Madrid, los niños comiendo de Telepizza o Rodilla cuando en la sierra norte o en la vega de  Aranjuez hay un montón de huertos y productores pequeños que no han podido colocar sus productos. ¿Por qué no incentivamos esas pequeñas redes de productores? ¿Por qué no se consume en la escuela la comida que tenemos cerca y productos sanos ahora que sabemos que lo que comemos y el ritmo de vida que llevamos nos enferma?

“En el campo, cuando se hacen las cosas bien, está clarísima esa dependencia entre la persona, la tierra, los recursos naturales y los animales”

PREGUNTA.- ¿Crees que influirá esto del teletrabajo?

RESPUESTA.- Con la pandemia ahora se habla mucho del campo, pero ¿quién puede irse a vivir allí, dejar su trabajo y comprarse una casa? En el medio rural, hay gente que lleva 20 años reivindicando esta falta de servicios. Ahora todo el mundo está haciendo teletrabajo, pero es que a lo mejor te quieres ir a un pueblo y no vas a tener internet o simplemente no tienes dinero para irte, porque otro de los problemas que hay es el acceso a la vivienda.

Si analizamos los perfiles, la gente que se está yendo tiene muchísimo dinero y recursos y se lo puede permitir. Creo que esto también se debe poner también sobre la mesa. Y luego el mismo teletrabajo. Lógicamente no todo el mundo en el medio rural se tiene que dedicar al sector agrícola pero una parte importante sí. Es que, si no, ¿qué comemos? Hablamos mucho del teletrabajo pero no del “tierra trabajo”, que es toda esa gente que no se quier ir de su pueblo. Encima en este país hay gente joven, con ganas, proyectos recuperando razas autóctonas, conservando las semillas y muy integrados en sus territorios y queriendo tirar adelante y se las ven canutas. ¿Por qué no apoyamos a esta gente?


María Sánchez nos ha cedido amablemente algunos de los tesoros escondidos en su nuevo libro:

Chabanco

«Ahora que tanto miramos el cielo y añoramos el agua y el frío, podríamos resguardarnos en la palabra chabanco, que tiene multitud de significados esparcidos por todo el territorio a pesar de no aparecer en el diccionario. Puede ser una especie de bache en un carril, tomando la forma de remanso natural que nace en el curso de un río, como un canal o una ciénaga… ; abarca diversas formas de almacenar el agua».

Truchar

«Sembramos, cuidamos, elegimos, preferimos. ¿Y qué hay del agua? Qué sería de nuestras huertas sin ella, sin esos pequeños canales que la dirigen y la reparten. En catalán se llama rec a esas pequeñas construcciones que se realizan en el huerto para llevar el agua, como pequeños arroyuelos que creamos para apagar la sed de nuestros campos. En mi tierra los llamamos caos. Y mira por dónde pisas al caminar, porque puedes meter los pies en el regadío y esta acción también tiene un nombre, una acepción que no existe en nuestro diccionario y que podría verse como un verbo pez: truchar«.



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