En un momento en el que la pandemia ha puesto de manifiesto las debilidades y fortalezas de nuestras ciudades para suministrar a sus habitantes los bienes y servicios que necesitan de forma sostenible, Capitán Swing publica ahora en España Ciudades hambrientas, un libro de referencia en el que la arquitecta y estudiosa de las ciudades Carolyn Steel aborda cómo los enclaves urbanos, y nuestras viviendas, se definen en gran manera por cómo comemos.
Desde hace más de un siglo vivimos en un proceso que busca ocultarnos la procedencia de la comida, convirtiéndola en un bien barato que aparece como por arte de magia en los supermercados que, además, destruyen los tejidos sociales de los barrios al fulminar los mercados y el pequeño comercio. Una situación que se ha intensificado en las últimas décadas, e incluso acelerado tras la crisis económica de 2008.
En conversación con El Ágora, Steel es contundente: «Hemos construido la sociedad occidental sobre la base de la comida barata, y los políticos están desesperados por poder mantenerla así a cualquier precio. Pero es importante que entendamos que esa comida barata no existe».
«Abaratando la comida, hemos abaratado la vida misma»
Para Steel, esa ficción ha sido posible porque hemos externalizado sus costes reales, que van desde la deforestación, polución y la pérdida de la biodiversidad, hasta las enfermedades relacionadas con la dieta, la erosión del suelo y el cambio climático. «Tratar la comida como si fuera barata ha sido, probablemente, el mayor desastre ecológico de nuestros días. Nos está destruyendo y está destruyendo el planeta, y la única forma en la que podemos detenerlo y ser capaces de crear un mundo mejor y con menor huella de carbono, es devolviéndole su verdadero valor».
La sitopía, o la unión de comida y lugar
«Es importante que entendamos que vivimos en un mundo definido por la comida, un lugar que yo llamo ‘sitopía’ (del griego sitos, comida, y topos, lugar) en el que nuestros cuerpos, hábitos, casas, ciudades, sociedades, economías, paisajes y clima están todos definidos por cómo comemos. El problema es que hemos creado una mala sitopía, porque no valoramos aquello que la compone. Abaratando la comida, hemos abaratado la vida misma. Pero la buena noticia es que, valorándola de nuevo, podemos revertir todos esos males y construir vidas mucho mejores, resilientes y equitativas.»
Pero eso solo será posible si las autoridades son capaces de afrontar los cambios necesarios, y eso será difícil mientras insistan en mantener un estado de las cosas ineficaz pero que les aterroriza replantear: «Por ejemplo, en Reino Unido, el Gobierno está tratando de reducir el número de granjeros, así como la comida que producimos aquí, ¡justo lo contrario de lo que hace falta!»
Una situación aún más sangrante cuando la dependencia de Gran Bretaña de la comida importada, en muchos casos desde el otro lado del mundo, es ya prácticamente total: «Dicen que pagarán a los granjeros por plantar árboles y restaurar la vida salvaje, pero no por producir alimento, lo que es una locura, dado que estas dos actividades no son incompatibles. De hecho, combinarlas es precisamente la estrategia que debemos seguir. Necesitamos más granjeros, no menos, y desde luego necesitamos dejar de importar, por ejemplo, carne brasileña, cuando tenemos las condiciones perfectas para producir carne en el Reino Unido. Necesitamos ayudarles a que realicen la transición hacia la producción de alimento sostenible».
La inminente crisis del agua
El ejemplo de la carne no es casual, porque para ella se trata de uno de los retos del futuro. De ser un producto de lujo para muy pocos, la masiva e insostenible producción actual la ha puesto al alcance de la mayoría, pero a un alto precio que, por ahora, están pagando sobre todo los países productores, pero que inevitablemente acabará afectándonos a todos.
«Necesitamos comer menos carne en Occidente, y desde luego necesitamos detener la producción industrial a gran escala de animales de cría», afirma Steel. Algo que, para ella, pasa por «comer menos carne, pero de mayor calidad», lo que en ningún caso pasa por buscarle sucedáneos vegetales: «Si miras la lista de ingredientes de la Impossible Burger [una hamburguesa vegetariana], desde luego no la querrías comer de forma regular. Está llena de ingredientes ultraprocesados que se están revelando como la amenaza central para la salud de nuestra dieta. También debes preguntarte de dónde viene la materia prima vegetal que se utiliza para crearla: ¿Ha sido cultivada de manera orgánica, o en grandes monocultivos rociados con productos químicos? Creo que descubrirás que es lo segundo, por lo que no soluciona nada.»


El problema de la comida, inevitablemente, va unido al del agua, aunque solo sea porque el 70% de toda la disponible se está utilizando ahora en la agricultura, «y además procede de recursos no renovables, como el de los antiguos acuíferos. Por tanto, estamos dirigiéndonos hacia una crisis global del agua, que se une a otras en el suelo y la biodiversidad: el 30% de los suelos arables del mundo están ahora mismo perdidos o degradados, mientras que la pérdida de biodiversidad es tan grande que creemos que estamos entrando en la sexta extinción masiva».
«El 70% del agua disponible se destina a la agricultura»
«Esta crisis ecológica será, al menos, tan grande como la del cambio climático, porque los suelos, el agua y la biodiversidad son la clave de la producción de alimento saludable. Es por eso por lo que tenemos que comenzar a cultivar con urgencia de manera regeneradora, lo que significa trabajar con la naturaleza para crear suelos vivos, ricos ecosistemas locales y un equilibrio entre la producción de alimento y lo silvestre.»
Custodios de la Tierra
Cuando se le plantea si la agricultura ecológica es capaz de afrontar el reto de alimentar a 7.000 millones de personas, es tajante: «¡Desde luego! De hecho, si lo piensas, el único sistema alimentario que ha demostrado ser totalmente incapaz de hacerlo de manera sostenible es el químico-industrial que ahora tenemos».


«Si reducimos a la mitad el consumo de carne y la comida que tiramos, podremos alimentar al planeta de manera sostenible»
Y el cambio, además, puede producirse de forma muy rápida: «Si reducimos a la mitad la cantidad de carne que consumimos globalmente, así como la cantidad de comida que tiramos, podremos alimentar al mundo, ya mismo, mediante un 80 por ciento de agricultura sostenible, y sin incrementar la cantidad de suelo cultivable que ya usamos. Y podría llegar al 100 por ciento en diez años, si invertimos en investigación de más técnicas de agricultura natural, lo que incluye encontrar formas mejores de fijar el nitrógeno al suelo».
En definitiva, devolver su verdadero valor a la comida creará un círculo virtuoso que solo traerá beneficios: «Si lo hacemos, podremos permitirnos pagar a más agricultores, a los que en cualquier caso necesitaremos para cultivar de manera sostenible, y para que sean los custodios de la tierra. Esto proveerá millones de puestos de trabajo y nos permitirá reequilibrar las relaciones entre la ciudad y el campo. En mi libro, una buena sociedad es aquella en la que todo el mundo come bien. En resumen, valorando la comida y devolviéndola al corazón de nuestro pensamiento, podremos de hecho construir una buena sitopía, una muy cercana a la utopía».
