Gsús Bonilla (Don Benito, Badajoz, 1971) no para un minuto quieto. Salta de un jardín a otro, pisando todos los charcos, con las prisas del bombero que optó por regar los fuegos en vez de apagarlos y decidió hacerlo como quien regaba las peonías del botánico. Y si su blog se subtitula El mundo florece para ser escrito, su nuevo poemario se llama Aviario y fue escrito en pleno confinamiento, mientras acumulaba «estampas, desgracias y cristal en polvo».
PREGUNTA.- Empecemos por la parte menos poética de un jardín, ¿qué tal su espalda?
RESPUESTA.- Es obvio que la espalda es la parte del cuerpo más comprometida en un jardinero, pero pasa que, en jardinería, al igual que en el mundo de la poesía, el ambiente a veces está demasiado cargado de egos [sonríe]. Ahora en serio, y al margen de esta maldad, no hay dolor que un buen fisioterapeuta pueda ayudarte a sobrellevar.
P.- Sin florituras, ¿qué es lo mejor y lo peor de trabajar de jardinero municipal?
R.- En mi balanza personal tiene más peso el gozo y la satisfacción que cualquier desagrado. Claro que, parto de la base de que un jardinero lo es porque ama su oficio, así lo entiendo. Y pienso que es indiferente que éste lo desarrolle en jardinería pública o privada, en la Casa Real o en el balcón de su casa.
R.- «La decadencia en la jardinería pública es sinónimo de abandono y dejadez». La frase es suya.
P.- Y además es de un texto reciente, y está proyectada desde la perspectiva del contribuyente, y tiene que ver mucho con los pasados meses de confinamiento, que coincidieron con una primavera extraordinaria, donde cuando después volvimos a salir a la calle nos encontramos con una ciudad llena de recovecos verdes y hermosos, ocupados por ‘eso’ que se dice (y mal denominado) ‘malas hierbas’. Entonces a mí me pareció una ciudad bella, donde la naturaleza por sí misma retomaba espacios; por el contrario, a la mayoría de gente con la que te reencontrabas y comentaba sobre ello, le parecía algo así como una ciudad abandonada, donde ‘la maleza’ había tomado la ciudad y esa estética desacorde pareciera que sumaba a nuestro mal pandémico.
P.- ¿Cómo y de quién depende concienciarnos de cuidar nuestro entorno natural?
R.- Es que es imprescindible. Y depende básicamente de nosotros. También creo que una manera sencilla de empezar a concienciarse sería la de tratar con algo más de amor y un poco respeto a otros seres vivos. ¡Qué bueno sería enseñar en las escuelas que un árbol no es un columpio, tampoco una superficie para marcar con la punta de una navaja un par de letras y un corazón atravesado por una flecha, o para firmar con un spray tu logo molón!


P.- En cuestiones jardineras, ¿España va bien?
R.- No somos Inglaterra, donde la jardinería es casi una cuestión de Estado. Allí todo el mundo sabe de jardines, de plantas, de árboles…, incluso las conoce y las llama por su nombre científico, distinguen las especies. Es alucinante. En ese sentido, lo positivo en nuestro país es que se van haciendo algunas cosas interesantes, como por ejemplo profesionalizar al personal que se dedica a estos asuntos verdes.
P.- ¿Cómo es un día normal en tu trabajo como jardinero?
R.- La normalidad en un jardinero consiste en estar acompañando a las estaciones del año, ir al ritmo de los solsticios y equinoccios. Asumir el compás de la climatología y felicitarte por los regalos con que te obsequia la Madre Naturaleza. Mi oficio es un privilegio y la normalidad en él es la felicidad. Esta es mi experiencia a diario.
P.- ¿Y cómo poeta?
R.- Como poeta no existe una normalidad diaria en mí. Por fortuna la poesía no la considero como una pretensión de endiosamiento, ni siquiera como un hecho diferenciador entre personas, sino más bien como una necesidad para explicarme, expresarme y, sobre todo, para entenderme emocionalmente.
P.- Dice que el único fin del jardinero es la belleza. En eso, ¿podría afirmarse que el jardinero y el poeta están hermanados?
R.- Hay cientos de paralelismos, por no decir miles, entre un oficio y otro (si es que consideramos la poesía como oficio). Pero tampoco hay ni más ni menos que en los que podamos encontrar en otros oficios que se nos ocurran. Personalmente de ambos me interesa una cuestión (pon ponerles algo en común), la belleza sí, pero también la belleza de la no belleza.
P.- Walt Whitman, Emily Dickinson… Empezamos con la lista de poetas que echaron sus horas en un jardín y no acabamos. ¿Cuáles serían sus ‘colegas’ indispensables?
R.- Hace unos años topé en un curso profesional con el jardinero e investigador botánico Eduardo Barba Gómez, que es un tipo que se dedica en sus clases a hacer feliz a sus alumnos, inyectándoles en vena el amor por la clorofila. Felizmente hoy es un amigo, además de un referente para mí, al que pedir consejo sobre cuestiones de mi profesión. En cuanto a poesía, tengo tres poetas abrigo y luz, contemporáneos, que apunto siempre cuando me hacen este tipo de preguntas, desde que empecé a empujar poemas de precipicio en precipicio, pero por ser quienes primero accionaron en mí el resorte emocional de la conciencia civil y la desobediencia del lenguaje dentro de un poema y por orden de ‘aparición’ en mi vida: Ana Pérez Cañamares, David González y Vicente Muñoz Álvarez, siempre están presentes de un modo u otro. Luego también soy muy de Miguel Hernández, al que recuerdo a diario gracias a los versos impresos en la estación de metro de mi barrio, que junto a ellos me transporto hacia donde me toque laborar.
P.- ¿Algún verso o poema ajeno que defina tu labor de forma impecable?
R.- Últimamente estoy conociendo la obra de Philip Larkin, un poeta que he descubierto en esa búsqueda de ‘poesía y jardinería’ que mantengo desde 2016 y que empecé en mi cuaderno de oficio Gardenjunkies, y este poema suyo me parece brutal y refleja muy bien esa relación que mantiene a diario el jardinero, en el entorno, con las diferentes tareas que desarrolla en su oficio. El poema que digo se titula El cortacésped:
El cortacésped se atascó, dos veces; me arrodillé
y encontré un erizo entre las cuchillas,
muerto. Estaba entre las hierbas altas.
Lo había visto antes, y hasta le había dado de comer,
una vez. Ahora había destrozado su discreta existencia
sin remedio. Enterrarlo no me ayudó:
a la mañana siguiente yo me levanté y él no.
El primer día después de una muerte, la nueva ausencia
es siempre lo mismo; deberíamos cuidar
unos de otros, deberíamos mostrar amabilidad
mientras aún haya posibilidad.
P.- ¿Y alguno de cosecha propia que reúna al poeta y al jardinero que usted es?
R.-Este poema pertenece al cuaderno Gardenjunkies, corresponde a una época pasada, y algo traumática, en este oficio. Recurro a él porque alguien me enseñó que esta profesión merece la alegría más que la pena. Mucho tiempo después pude comprobar que esta persona tenía razón y no estaba equivocada. Pero bueno, los inicios son los inicios, y las experiencias fueron las que en su momento fueron. No me arrepiento de nada:
A veces llevas incrustado
a la ropa de trabajo
residuos de las hojas secas
pegotes de légamo
cáscaras de insectos
o briznas de hierba
recién secada. Es
el remanente de las estaciones
del año, impregnado
en las mangas
de la chaquetilla
o en las perreras
del pantalón. Rebañaduras
de un otoño estúpido
del duro invierno
la desquiciante primavera
y un invierno, me temo que,
infernal. Mierda, mierda
mierda y más mierda.
P.- En caso de que pudieras hacerlo ahora mismo, ¿qué podaría de este país?
R.- Este país nuestro tiene mucha hechura de bosque monoespecífico, por tanto, para este tipo de bosque se recomienda un tipo de podas concretas, regenerativas, de crecimiento, sanitarias cuando acechan las ultraplagas…, todo ello porque en un momento determinado cualquier ejemplar puede ser talado para su pronta mecanización y posterior uso.
P.- ¿Y qué empezaría a regar mañana mismo?
R.- El corazón de las personas buenas, para que prospere y no decaiga. Para que siga hidratado y no se seque.
