“El mundo está tomando una dirección aterradora"

“El mundo está tomando una dirección aterradora»

David Wallace-Wells

PERIODISTA E HISTORIADOR

El director adjunto de la revista New York Magazine ha reunido en su libro El Planeta inhóspito (Ed. Debate) cientos de documentos científicos sobre las dramáticas consecuencias para la vida humana del aumento global de las temperaturas. Considera imposible reducir las emisiones de carbono a la mitad en 2030 y detenerlas antes de 2050, por la inacción de las naciones más contaminantes, y dibuja un panorama de colapso social y polución extremos


Mercedes Ibaibarriaga
Madrid | 11 octubre, 2019

Tiempo de lectura: 10 min



El aspecto frágil y calmo de David Wallace-Wells (Nueva York, 1982), urbanita convencido, ni ecologista ni amante de la naturaleza, contrasta con su firme y apremiante llamada a la acción para frenar el calentamiento planetario. Su libro El planeta inhóspito (Ed. Debate), que acaba de publicarse en castellano, busca generar el temor que él mismo sintió en su despacho del New York Magazine, cuando comenzó a recopilar datos científicos sobre la crisis climática y medioambiental. En 2017 describió un panorama mundial desolador en el artículo más leído de la historia de la revista.

Lo redactó tres meses antes de que miles de incendios arrasaran los bosques de California y 230.000 personas fueran evacuadas, tras una sequía histórica. De ese texto surgió su libro, una descripción dramática del futuro cercano del mundo, camino al abismo climático. Wallace-Wells presenta los peores escenarios sociales, ambientales y económicos en los que viviremos, de no adoptar políticas drásticas inmediatas, para frenar a cero las emisiones.

PREGUNTA.- ¿Es usted un alarmista, un potencial agitador de masas, o un periodista responsable, preocupado por el futuro de su hija de dos años?

RESPUESTA.- ¿Agitador de masas? ¡Jajaja! Más bien soy un periodista responsable, intentando exponer de forma honesta lo que nos dicen los científicos, de forma que la gente entienda la gravedad de lo que ocurre. El mundo está tomando una dirección aterradora, directo a los 2 grados y más de calentamiento. Y si queremos entender cómo de complicada será la vida en los próximos años, prepararnos para ella, adaptarnos y hacer los impactos menores, requerimos una mirada clara y directa a lo que la ciencia nos dice. Si encuentras abrumador o inductor al pánico considerar algunos de los escenarios que describo en el libro, imagínate vivir en ellos. Y ahí es donde estaremos en sólo 20 años, si no actuamos. Personalmente, como alguien que ha despertado de su complacencia por miedo, creo que es valioso y útil estar asustado por lo que la ciencia informa, mientras sea una actitud consecuente, que lleve a la acción. Porque los documentos científicos son realmente alarmantes. Y si con mi libro quiero ser transparente sobre esos datos, no hay otra opción que asustar al lector. Durante mucho tiempo, los científicos y los periodistas fueron tan comedidos que dieron al público una falsa impresión. El público no entendió lo mal que realmente estaban las cosas: la escala, el rango, la urgencia y la velocidad del problema del cambio climático.

Ahora debemos pensar no sólo en lo que significaría vivir en un planeta con fenómenos climáticos extremos y calor intensísimo, sino en cómo va a cambiar nuestra geopolítica, nuestra cultura, nuestra relación entre capitalismo y tecnología. Los efectos del cambio climático serán tan dramáticos y duraderos, que no podremos escapar a ellos y cada aspecto de nuestras vidas, y de la vida moderna, se transformará. El público está empezando a despertarse y ver la amenaza directa del cambio climático, solo desde el año pasado.

P.- ¿Demasiado tarde? Según el IPCC (Panel Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático), cada año emitimos 42 gigatoneladas de CO2 a la atmósfera. A ese ritmo, según el reloj de carbono restante, para permanecer por debajo de los dos grados tenemos 26 años de plazo. Para estabilizarnos a 1.5 grados, tendríamos hoy algo más de 8 años.

David Wallace-Wells. Foto de Irene Medina, cortesía de la Fundación Telefónica

R.- Eso en el mejor de los casos posible, porque cada año batimos un nuevo récord de emisiones. Tenemos 26 años antes de agotar nuestro presupuesto de emisiones de carbón, para no sobrepasar los dos grados. Eso significa cortar nuestras emisiones a la mitad en 2030 y eliminarlas antes de 2050. Y esto supone trasformar por completo el sistema energético, el transporte, la industria, la agricultura y las infraestructuras del planeta. En la práctica, creo que no hay forma de evitar los dos grados de calentamiento, y es la catástrofe a la que nos dirigimos: hacia los dos grados y más. Tanto los políticos como los abogados que están esforzándose por alcanzar el objetivo por debajo de los dos grados, subestiman lo difícil que sería expandir nuevas tecnologías adicionales, de captura de carbono. Porque no basta con frenar las emisiones. Casi todos los modelos de la ONU enfocados a estabilizarnos en los dos grados incluyen, además, las emisiones negativas. Es decir, las tecnologías que absorban el carbono atmosférico. Y construir toda una nueva industria de ingeniería para capturar CO2, dos veces mayor que la industria de gas y petróleo que llevó 150 años implementar, parece bastante complicado no sólo desde el punto de vista logístico y económico, sino temporal. Estamos ante una gravísima  emergencia: nos dirigimos a sobrepasar los dos grados de calentamiento global, con independencia de lo rápido que actuemos, y eso nos lleva a escenarios más y más aterradores: tres y cuatro grados de calentamiento son posibles, si no frenamos las emisiones ya.

Con dos grados, algunas de las grandes ciudades de Oriente Medio y Asia de Sur se tornarán tan calurosas en verano que la gente no podrá salir a la calle sin arriesgar la propia vida. Veremos cientos de millones de refugiados climáticos; daños por subidas del nivel del mar y lluvias torrenciales, el doble de potentes de lo que lo son hoy. Y al pasar los 2 grados, nos encontraremos en el punto de no retorno del deshielo. Puede tardar siglos, pero finalmente nos encontraremos con una subida del mar de 80 metros, y dos tercios de las principales ciudades del planeta inundadas. Antes de que suceda, será necesario redefinir los mapas, mover las ciudades, y adaptarnos a una escala que la humanidad no ha conocido antes

P.- Revisó cientos de documentos científicos y su libro contiene más de 700 referencias bibliográficas. ¿Qué datos le impresionaron más?

R.- Durante mi investigación para el libro, estuve casi en permanente shock. Pero lo que más me sorprendió no es tanto el impacto en los ecosistemas, sino la velocidad. La rapidez a la que estamos destrozando el planeta y cambiando el clima. Cuando supe que la mitad de las emisiones globales que hemos producido en toda la historia de la humanidad ocurrieron en los últimos 30 años, quedé atónito. Mi vida condensa esa historia. Estamos al borde de la catástrofe por las emisiones de CO2 liberadas en los últimos 30 años. Es culpa de nuestra generación. Y esto ha sucedido desde que Al Gore publicó su primer libro sobre el calentamiento y desde que la ONU estableció, en 1988, el IPCC -Panel Internacional de expertos sobre Cambio Climático-, lo que significa que hemos causado más daño al medio ambiente con conciencia plena de lo que estábamos haciendo, que el que causamos durante las décadas en que nuestros abuelos y bisabuelos vivían en la ignorancia.

Y tenemos casi el mismo tiempo, menos de 30 años, para entrar en acción en serio y evitar el peor de los escenarios. Lo que significa que también es nuestra responsabilidad tomar el control de esta crisis. Esto es aterrador, pero también emocionante, porque significa que estamos en control de la historia, podemos determinar hasta qué punto queremos que nuestra situación sea mala. Y los únicos obstáculos de este camino son los que los humanos nos autoimpongamos. Son obstáculos políticos, culturales y económicos.

Lo segundo es la relación entre temperatura y conflicto. Si acabamos este siglo a cuatro grados,

podemos esperar el doble de guerras de las que tenemos hoy. No solo hablo de las dinámicas entre los estados, sino de las relaciones entre individuos. Está probado que, cuando suben las temperaturas, suben los índices de violencia, asaltos y asesinatos. Es impresionante cómo la temperatura afecta al comportamiento humano.

Le doy un tercer dato: la relación entre temperatura y crecimiento económico. Los científicos y economistas estiman que, si no cambiamos el curso, para final de siglo el PIB global puede reducirse en más de un 20%. Lo que significa un impacto mucho más profundo que la Gran Depresión. En las zonas más golpeadas del sur del planeta, no habrá ninguna esperanza de crecimiento económico, cero oportunidad, si llegamos a los cuatro grados.

Y cuarto, los efectos desastrosos en la comida. Solo por el aumento de las temperaturas, las cosechas probablemente declinarán a la mitad o más, a final de siglo. Hay que añadir los efectos de las sequías e inundaciones, que pueden diezmarlas aún más. Estaremos usando la mitad de alimentos para -probablemente- el doble de gente a comienzos del siglo siguiente, y sabemos que el aumento de CO2 en la atmósfera está haciendo desde ya menos nutritiva nuestra comida. Es decir, la comida de finales de siglo, además de ser la mitad, tendrá menos vitaminas y riqueza nutricional. Será esencialmente comida basura. Cuando sumas los efectos de la emergencia climática: decrecimiento económico, conflicto y escasez de comida, ves una pintura muy siniestra de lo posible. No creo que nos extingamos ni que nuestra civilización colapse pero, ¿qué clase de civilización será? ¿Cómo nos sentiremos respecto a nuestras obligaciones morales con los millones de humanos en pobreza extrema por el cambio climático en el sur global? ¿Los ignoraremos?

P.- Esto crea un planeta ingobernable.

R.- Con seguridad habrá desobediencia civil en las zonas del planeta más afectadas. Pero no creo que tengamos que enfrentarnos a un escenario a lo Mad Max, en desgobierno y con la civilización destruida. Lo más probable es que nos encontremos en un mundo con mucho sufrimiento, en el que algunas políticas serán muy restrictivas para proteger a las sociedades menos afectadas. Y la gente más afectada tendrá que arreglárselas como pueda. Esta puede ser la mayor tragedia de todas, porque luchar por preservar tu cómoda vida en un planeta que es 2, 3 o 4 grados más caliente, significa ignorar completamente el sufrimiento de las poblaciones de otras partes del globo, refugiados climáticos y gente en auténtica necesidad. Esto va a ser una lucha moral tremenda. Supone mantener la frialdad de corazón para intentar proteger nuestro estilo de vida, sin responder al nivel de sufrimiento general que será inevitable y sin precedentes en la historia humana. Por el contrario, ¿responderemos de una forma empática y humana con los más necesitados?

P.- Podría evitarse con un pacto entre Estados Unidos y China, suponiendo un cambio al frente del gobierno norteamericano en 2020.

R.- Dado que China y Estados Unidos son responsables de casi la mitad de las emisiones globales de CO2, lo ideal sería un acuerdo entre las partes que significara una auténtica inflexión. Tengo cierta esperanza en un acercamiento sobre la base de la ONU pero, mirando al pasado, quizá debiéramos pensar en otra forma de pacto, como un firme acercamiento de ambos países al estilo en que en las décadas de 1970 y 1980 Estados Unidos y la Unión Soviética firmaron los tratados de desarme nuclear.

Soy un optimista y un liberal internacionalista pero la verdad es que, hasta ahora, el esfuerzo internacional para doblegar el cambio climático es un fracaso absoluto. La Conferencia de Río y el Protocolo de Kioto llegaron a nada. El Acuerdo de París, como tristemente vemos, tampoco. Ninguna de las grandes potencias está en la senda de alcanzar los compromisos. El próximo diciembre la mayoría de naciones llegará a la Cumbre del Clima de Chile -la COP25-, con objetivos más ambiciosos. Pero no sé si tomármelos en serio, dados los precedentes.

P.- Sin embargo, el escenario está cambiando. Millones de jóvenes se manifestaron en septiembre, respondiendo a la huelga planetaria por el clima y la llamada a la acción de la activista Greta Thunberg.

R.- En este último año los cambios han sido muy rápidos. Cuando terminé mi libro, en septiembre de 2018, Greta se manifestaba sola con un pequeño cartel frente al Parlamento sueco, pero nadie fuera de Suecia la conocía. El movimiento Extinction Rebellion no había surgido en Londres; los norteamericanos Sunrise todavía no habían presentado el Green New Deal, su programa de 10 años para combatir el cambio climático. Y no ha sido sólo la protesta pública, sino los cambios de políticas que esas protestas han causado. En Inglaterra, debido a las acciones de Extinction Rebellion, el Parlamento ha declarado el estado de emergencia climática y ha establecido, por ley, que llegará a cero emisiones en 2050. El gobierno de Noruega se ha comprometido a cero emisiones para 2030, el gobierno de Finlandia para 2035 y Dinamarca pretende reducir sus emisiones al 70%, en 2030. Veremos si lo consiguen, pero el esfuerzo es destacable.

Nosotros en Estados Unidos estamos en plena campaña primaria de los Demócratas, y todos los candidatos están compitiendo por presentar la propuesta más ambiciosa para frenar el cambio climático. Esto era impensable hace un año.

Respecto a Greta, la conciencia que está generando es súper importante. Y lo único que nos pide es que escuchemos a los científicos. Cuando Greta fue a testificar ante el Congreso de Estados Unidos en septiembre, llegó y ni siquiera habló, sólo entregó los últimos informes del IPCC, de 2018 y 2019, y dijo: “Esto es todo lo que necesitan saber”. Esa actuación es valiosísima e irrefutable. ¿Quién podría objetar que debemos escuchar a la ciencia? Ahora bien ¿es realista pensar que vamos a lograr los objetivos que demanda Greta o los movimientos juveniles por el clima? No. Son imposibles de lograr. Pero tanto Greta Thunberg, como Fridays For Future o Extinction Rebellion, entre otros, han transformado el panorama político por completo y han impulsado una acción política mucho más ambiciosa. Y por ello les estoy agradecido. Por Greta en particular, que lo inspiró todo. Inspira a millones de personas, incluido yo mismo.

P.- ¿Cree que tanto empresas como gobiernos que dañen áreas de gran valor ecológico como la Amazonía deberían ser juzgados por crímenes contra la humanidad en un tribunal internacional?

R.- Nos movemos en esa dirección. La política internacional del futuro cercano tendrá que estar mucho más centrada en los asuntos climáticos de lo que lo está hoy. Y ya estamos viendo el cambio, con el presidente de Francia, Macron, amenazando con bloquear los acuerdos entre la Unión Europea y el Mercosur en respuesta a los planes de Bolsonaro sobre el Amazonas. Creo que es la primera vez que un líder mundial amenaza con sanciones a otro, por su comportamiento en relación con el cambio climático. Además, el secretario general de la ONU, António Guterres, dijo que no permitiría que las naciones que estuvieran abriendo plantas de carbón o financiándolas, hablaran en la Cumbre sobre la Acción Climática, en septiembre de este año en Nueva York. Eso jamás había ocurrido y sienta un precedente que nos permitiría prohibir la participación de algunas naciones en la comunidad de liderazgo global. Creo que podemos desarrollar un marco internacional de acción legal en torno a los actos que agraven el cambio climático, como el que se desarrolló después de la segunda guerra mundial sobre derechos humanos.

No sé si la Corte Penal Internacional podría ser el lugar para resolver las demandas. No digo que sea inapropiado, pero dudo que fuera tan efectivo como presentar denuncias en los tribunales locales. En Estados Unidos, hay una cantidad de demandas judiciales tramitadas cuyo objetivo son las petroleras, como la generación anterior se centró en demandar a las tabacaleras. Esta acción colectiva podría ser efectiva, si las compañías de combustibles fósiles son declaradas responsables de daños medioambientales y las penas fueran tan ejemplares que pudieran conducirles a la quiebra. Quizá esto sería más práctico que intentar que Bolsonaro o Rex Tillerson -antiguo CEO de ExxonMobil y luego Secretario de Estado con Trump-, fueran juzgados por crímenes contra la humanidad.

En Holanda, los ciudadanos holandeses han denunciado a su propio gobierno, por no hacer lo suficiente para reducir las emisiones, y han ganado la demanda. Lo que significa que, legalmente, el gobierno está obligado a cumplir sus obligaciones. Quizá deberíamos pensar en adjudicar algunos delitos medioambientales a un tribunal internacional por crímenes contra la humanidad, y otros a tribunales locales.

P.- ¿Qué le molesta más de los negacionistas?

R.- Cada vez hay menos negacionistas en el escenario público. Según las encuestas, en los Estados Unidos entre el 70 y el 80% de la población cree en el cambio climático. Pero el mayor problema es que la gente no está muy preocupada. El americano medio no pagaría ni 10 dólares al mes para frenar el impacto del cambio climático. Para mí, lo más importante es que la gente que está ligeramente preocupada tome conciencia de la urgencia, genere motivación y apoye una acción más agresiva. El gran problema es la complacencia y la inacción. Ni yo mismo estoy haciendo lo suficiente. Nadie está adoptando las medidas que pide la ciencia: transformar por completo todo el sistema. Por eso escribí este libro: para despertar a la gente y ser transparente sobre el desastre adonde nos dirigimos.

Los datos del desastre ambiental
  • Respiramos hoy la mayor concentración de CO atmosférico que los humanos hayan soportado jamás: 415 partes por millón de dióxido de carbono. A la vez, emitimos 42 gigatoneladas de CO2 a la atmósfera. Incluso aunque evitáramos los 2 grados de calentamiento para 2100, la atmósfera podría llegar a acumular entonces 500 partes por millón de CO.
  • La temperatura actual global, 1,1 grados de calentamiento sobre los niveles preindustriales, es la más alta que la humanidad ha conocido en su historia. Los últimos informes del IPCC calculan que, incluso actuando de inmediato sobre las emisiones según lo establecido en los Acuerdos de París, es posible alcanzar los 3,2 grados a final de siglo. A dos grados de temperatura –el escenario más cercano de continuar este ritmo-, todas las plataformas de hielo colapsarán, 400 millones de personas padecerán escasez de agua por las sequías, las ciudades de la franja ecuatorial del planeta se tornarán inhabitables y las plagas por enfermedades transmitidas por mosquitos se intensificarán, entre otros efectos, según las estimaciones.
  • La deforestación global supone añadir un 12% más a las emisiones de carbono. Los incendios de bosques generan hasta un 25% de emisiones adicionales. Hasta la llegada de Bolsonaro al poder, la Amazonía lograba asimilar una cuarta parte de todo el carbono que absorben al año los bosques de todo el planeta. La capacidad de absorber metano de los suelos forestales, ha disminuido un 77% en sólo 30 años. Además, cuando las concentraciones de CO son muy elevadas, las plantas desarrollan hojas más gruesas, y absorben peor el CO.
  • Un 31% del CO emitido lo absorben los océanos. Como resultado, su sobrecalentamiento y acidificación genera su destrucción. En los últimos 50 años, se ha multiplicado por cuatro la cantidad de agua oceánica sin ningún contenido de oxígeno. A este ritmo los corales, fundamentales para medir la salud de los océanos, desaparecerán al 90 por ciento, en 2030. El número de especies marinas afectadas por los microplásticos marinos omnipresentes, ha aumentado de 260 especies en 1995, a 1450 especies en 2018. Se calcula que, para 2050, en los océanos habrá más plástico que peces. Cuando el plástico flotante oceánico se degrada, libera metano y etileno, ambos gases de efecto invernadero.
  • El CO puede hacer que los cultivos vegetales crezcan más, pero su capacidad nutritiva disminuye. Desde 1950, la concentración de gran parte de los nutrientes en las plantas que cultivamos se ha empobrecido hasta un tercio. Hasta la cantidad de proteínas del polen de abejas se ha reducido una tercera parte. Con 4 grados de calentamiento global, el rendimiento de las cosechas de maíz de Estados Unidos, el mayor productor mundial, se reduciría casi a la mitad. Para China, Argentina y Brasil, los tres siguientes grandes productores, las pérdidas serían, en cada caso, de una quinta parte del total.
  • El Banco Mundial calcula un máximo de 140 millones de refugiados climáticos para 2050 y la ONU, 200 millones. Más de 600 millones de personas viven hoy a menos de 9 metros sobre el nivel del mar y, por tanto, sus hogares estarán directamente afectados por la subida de las temperaturas.


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