Félix y lo imposible - EL ÁGORA DIARIO

Félix y lo imposible

Félix y lo imposible

Félix Rodríguez de la Fuente fue un fenómeno mediático que revolucionó los programas de televisión en los años 60 y 70 y se convirtió en una estrella de la radio con su espacio ‘La aventura de la vida’, emitido en Radio Nacional de España entre 1973 y 1980. En este artículo, Luis Pintor, antiguo director de Radio 1, reflexiona sobre la capacidad comunicativa del naturalista, la singularidad de sus productos y el papel fundamental que el ente público tuvo en su difusión masiva


Luis Pintor
Madrid | 13 marzo, 2020

Tiempo de lectura: 5 min



Félix se adelantó al menos 50 años a su tiempo. Todavía nadie ha vuelto a convertir la defensa de la naturaleza en objeto de prime time. Nadie ha vuelto a convertir el mundo rural en argumento capaz de concentrar frente a la televisión a familias enteras. Nadie ha vuelto a lograr que amáramos la España vaciada, por mucho que se repita la consigna publicitaria, como él lo logró.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor, desde luego, pero algunos ejemplos vitales demuestran que el mundo no siempre evoluciona en línea recta, y en positivo. Su legado, el Hombre y la Tierra, es más que una referencia de la pequeña historia nacional; aunque seguramente el adanismo, la absoluta falta de memoria y perspectiva, obligue a la sociedad contemporánea a declararlo enterrado. Todo lo que no sea ahora es antiguo, inválido, inaplicable. Irrepetible, en cualquier caso. Imposible de recuperar.

Por encima de todo, Rodríguez de la Fuente fue (es) un fenómeno mediático. El maestro de la divulgación de la naturaleza surgió casi por generación espontánea, sin referentes previos, en un mundo (el audiovisual) entonces en mantillas y, sí, en la televisión franquista.

¿Crees que los programas de Félix Rodríguez de la Fuente se emitirían en las televisiones de hoy en día?

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En esa época, apenas un puñado de intelectuales -Miguel Delibes el más conocido- retrataban en sus obras personajes e historias de pueblos y tierras abandonadas, sin futuro, víctimas de la pobreza de siempre y el impacto añadido de la fuga masiva a las ciudades. El espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, los sueños regeneracionistas y las reivindicaciones de un medio rural sostenible, habitable, había sido laminado por los vencedores de la guerra civil.

Para la hagiografía oficial, el campo era feo, oscuro, hostil, en cierto modo vergonzoso… Imágenes como la de la Bienvenido Mister Marshall sólo superaban la censura si eran capaces de presentarse aderezadas con una costra de histrionismo folclórico, humor cañí, surrealista.

«Rodríguez de la Fuente es un personaje en sí mismo, un animal televisivo que construye  su propia imagen pública»

Lo moderno, lo reivindicable, eran los bloques de viviendas levantados en el extrarradio de las ciudades por Banús y la novedad de los muebles de formica. En ese escenario resulta asombroso el éxito de una serie limpia, de simple vocación descriptiva y acaso –en segunda lectura- pedagógica. ¿Explicaciones? Una primera, obvia: los contenidos no molestaban al Régimen. Cierto, su problema no era luchar contra la hostilidad de los programadores y/o censores, era simplemente romper el muro de la indiferencia. También jugaba a su favor la necesidad de introducir en la programación temáticas y contenidos que respondieran a la necesidad de evasión del espectador medio. Pero no hubiera sido posible –hoy tampoco lo es- sin la conjunción de dos elementos dispares: el personaje y la institución. Félix y Radio Televisión Española.

Rodríguez de la Fuente es, en efecto, un personaje en sí mismo, un animal televisivo que construye (desde la intuición) su propia imagen pública. Construye primero su uniforme peculiar, esas combinaciones de chaquetones, tabardos… tonos pardos y verdes, mimetizados con el terreno, adecuados para asistir a una merienda en la casona solariega y salir al rato de caza…

Es un dandy nada aristocrático, si acaso hidalgo, maestro de pueblo con cierto nivel de erudición, pero sin pasarse. Una persona ya madura, incluso en su juventud, con entradas en la frente y una melenita del que sabe que se le perdonará la heterodoxia. Pocos le entregarían la mano de su hija del alma, pero casi todos le invitarían a largas veladas en casa. Perfecto para hacer compañía desde la sala de estar.

Y Félix construye sobre todo, también desde la intuición, su lenguaje, gestual y oral. Comunicador nato, es divulgador, narrador de historias antes que científico. Imposta la voz. En Radio Nacional de España su timbre se asemeja al de un juglar medieval, capaz de dar al relato el ritmo de una película de misterio; en Televisión Española otorga a cada ser animado (a veces también a los inanimados) rasgos equiparables a los nuestros.

Félix Rodríguez de la Fuente durante una de sus intervenciones en Radio Nacional de España. | Foto: RTVE
Las emisiones del programa La aventura de la vida de Félix Rodríguez de la Fuente están disponibles en la web de RNE. El naturalista comenzó su colaboración con la radio en 1973 y la mantuvo hasta su muerte en 1980, dejando grabados 350 programas.
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Dramatiza las escenas, introduce al espectador en juegos de violencia o ternura; la lucha por la supervivencia -el matar y el morir- adquiere tintes épicos. El águila que despeña un venado, la jornada de caza de los halcones, las batallas por ocupar la cúspide del escalafón en una manada de lobos son presentados como episodios casi humanos. El tono es apasionado, el resultado más brillante, más cautivador que la propia realidad. Es un maestro a la hora de subyugar al espectador en su butaca frente a la mesa camilla.

El director/presentador de las series dramatiza y manipula. Los lobos están encerrados en un recinto vallado y alimentados convenientemente para frenar sus instintos depredadores, los osos viven tranquilamente recluidos en otro espacio acotado. Andamios metálicos vigilan 24 horas al día nidos de águila real, los polluelos sufren (a veces fatalmente) la observación turbadora de las cámaras y el inevitable trasiego de los naturalistas.

Félix aparece por los escenarios naturales, graba su intervención, enseña los bocetos del cuaderno de campo (otro negocio para añadir al boom  de los fascículos) y vuelve a Madrid. El equipo de profesionales, biólogos y cámaras, permanece clavado en el puesto de observación, a la espera del momento mágico en que los animales se comportarán como pretende exactamente el guión.

Después, en el montaje su voz en off, mucho más potente aún que su directo, le otorgará la magia final al programa. Con el tiempo, el presentador llega a convertirse en protagonista, centro de la pantalla, macho alfa de la serie. Las escenas de lucha contra una anaconda y el episodio de una tormenta apocalíptica de rayos en lo alto de un tepuy, sobre la jungla venezolana, permanecen aún en la memoria icónica de toda una generación. El viaje a Alaska iba a convertirse en otro hito, ya casi más hombre que tierra…

El éxito es abrumador. No importa cómo se haya hecho, si ha construido (también ahí es pionero) una realidad virtual. Los espectadores, subyugados, lo compran sin recelo alguno. Y así alimenta en millones de ciudadanos de a pie la cultura del respeto y compromiso con la Tierra.

«El tono es apasionado, el resultado más brillante, más cautivador que la propia realidad. Es un maestro a la hora de subyugar al espectador»

Los puristas, los primeros ecologistas de pata negra, analizan con lupa el proceso y los procedimientos, y critican al aficionado que trivializa (humaniza) las fuerzas de la Naturaleza, que las degrada a objetos de consumo. Es tachado incluso de impostor, no importa. Es un profesional como la copa de un pino. Su aportación a la defensa del medio ambiente es inapreciable.

En cualquier caso, el personaje mediático, el ídolo de masas, el nobel de la divulgación naturalista no hubiera podido triunfar sin el apoyo decisivo del medio informativo entonces más potente del país, Radio Televisión Española. Monopolio, instrumento al servicio del régimen franquista, medio de adoctrinamiento y más aún de alienación; pero actúa a la vez como foco de experimentación social (gran parte de las movidas predemocráticas surgen en la pequeña pantalla) y eje de atracción del talento.

El control es agobiante en los espacios directamente relacionados con el sistema político, los telediarios, y los actos de propaganda; en otras áreas sin embargo el margen de creatividad (y calidad) apenas tiene límites. Es la primera época dorada de musicales, dramáticos y documentales. Las innovaciones tecnológicas (y el presupuesto sostenido por una publicidad sin competencia) facilitan el trabajo de profesionales de alto nivel: realizadores, cámaras, editores, guionistas…

Unos pocos  –Félix, Miguel de la Quadra, Balbín…- se convierten en personajes populares, pero la inmensa mayoría realiza su labor desde el anonimato. El resultado queda guardado en los archivos y, si acaso, permite una reflexión. ¿Cabe comparar, por ejemplo, aquellos programas de Naturaleza con los actuales?


Luis Pintor es periodista y ex director de Radio 1 de Radio Nacional de España


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